
Víctor Solano Franco
Comunicador social y periodista
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Especial para El Quinto
Santander es un territorio privilegiado. Nuestros paisajes son, por sí mismos, tesoros naturales que deberían inspirarnos a pensar en grande: el cañón del Chicamocha, los páramos, las cuevas y ríos, las montañas que han sido cuna de historia y testimonio de resistencia.
Pero la riqueza de Santander no se agota en lo paisajístico. El departamento guarda también otras vocaciones estratégicas que, bien aprovechadas, pueden convertirse en motores de desarrollo: los servicios digitales, la agroindustria, el turismo en sus distintos sabores y, por supuesto, el sector minero-energético que a pesar de los golpes recibidos en los últimos dos años, sigue siendo el principal renglón de la economía del departamento.
Pensemos por un momento en el gas. Hoy Colombia depende de importaciones costosas, lo que golpea la competitividad y la economía familiar. Con una rigurosa explotación de Yacimientos No Convencionales, Santander podría recuperar soberanía energética y generar regalías que apalanquen educación, salud e infraestructura. Pero nada de esto puede comenzar sin diálogo, consenso, rigurosidad y unión. Las discusiones no deben darse desde trincheras ideológicas ni desde el miedo, sino desde la confianza científica como base de toda decisión.
Algo similar ocurre con la riqueza hídrica. El falso dilema entre “minería o vida” nos ha atrapado en un debate improductivo. La minería, en sí misma, no es el enemigo. El verdadero riesgo está en la minería ilegal, esa que hoy perfora, incluso dentro de los límites del Páramo de Santurbán sin control alguno, contaminando ríos y suelos por los desproporcionados usos del mercurio. En contraste, una minería legal, hiper vigilada y sometida a estándares internacionales, tendría que coexistir con la protección del agua y los ecosistemas. Y ahí es donde debemos poner la lupa: en cómo garantizamos esa coexistencia.
Santander tiene la oportunidad de liderar un modelo de equilibrio: aprovechar sus fuentes hídricas para la transición energética con pequeñas centrales hidroeléctricas sostenibles; fortalecer encadenamientos productivos como la agroindustria que dependa de un uso eficiente del agua; incentivar tecnologías de tratamiento y reúso; y consolidar el turismo de naturaleza, que vive precisamente de preservar ese entorno. En otras palabras, hacer de la sostenibilidad una realidad y no un eslogan.
No podemos seguir atrapados en el discurso de feligresías, como si la economía y el ambiente fueran incompatibles. Lo que necesitamos es más ciencia, más innovación y más consensos. Si somos capaces de construir confianza social en torno a estas oportunidades, Santander podrá dejar de ser visto como una región de potencial para convertirse, de una vez por todas, en una región de liderazgo.
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