
Gustavo Melo Barrera
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La sombra de la violencia volvió a Bogotá el pasado 6 de agosto, cuando la celebración del cumpleaños de la ciudad se tiñó de sangre tras los enfrentamientos entre barras bravas de Santa Fe y Millonarios, dejando un muerto y varios heridos.
Este episodio suma un elemento más a la crisis que atraviesa el fútbol colombiano, una de sus crisis más profundas, y que no tiene que ver solo con lo deportivo. Los estadios, otrora templos de pasión y alegría familiar, hoy están secuestrados por las barras bravas. La violencia, la extorsión, las drogas y hasta las armas han desplazado a las familias, deteriorado el espectáculo y puesto en entredicho la capacidad de clubes, dirigentes y autoridades para controlar una situación que amenaza con volverse irreversible.
La invasión de las barras
Lo que comenzó como grupos organizados de aliento se transformó en maquinarias de presión, violencia y control. Las barras bravas no solo marcan la pauta en las tribunas; hoy influyen en la administración de los clubes, exigen entradas, subsidios, traslados a otras ciudades e incluso participación en decisiones internas. En lugar de hinchas, parecen grupos de poder enquistados en el corazón del fútbol.
“Ya no es una fiesta, es una amenaza constante. Ir al estadio es jugarse la vida”, confiesa Óscar, abonado de un club capitalino que decidió no renovar sus boletas. Como él, miles de familias se alejaron de los estadios en Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla.
Dirigentes y autoridades: la pasividad cómplice
El papel de la dirigencia deportiva ha sido, en el mejor de los casos, timorato. En el peor, cómplice. Los clubes han tolerado a las barras porque, en teoría, garantizan taquilla, aliento y presión a favor del equipo. Pero la factura es demasiado alta: los disturbios, las sanciones y el veto de escenarios deportivos golpean la economía de los mismos clubes que dicen defender.
Las autoridades, por su parte, se limitan a operativos superficiales y reacciones tardías. El famoso “Código de Policía en los estadios” rara vez se aplica de manera estricta. Mientras tanto, los disturbios en las afueras de los escenarios deportivos terminan colapsando la seguridad de ciudades enteras.
“Las barras bravas hoy son un problema de orden público más que deportivo”, afirma el analista deportivo y exárbitro Óscar Julián Ruiz. “Mientras los clubes y el Estado no asuman que esto es crimen organizado, seguiremos en un círculo vicioso”.
Drogas y armas en los estadios: la pregunta incómoda
Uno de los temas más oscuros es la presencia de drogas y armas dentro de los escenarios. ¿Quién las maneja? ¿Cómo entran? La respuesta es tan obvia como inquietante: con complicidad. Sin filtros de seguridad eficaces, con policías que miran hacia otro lado y con controles que parecen diseñados más para la foto que para la prevención, la entrada de armas blancas, pólvora y estupefacientes es el pan de cada partido.
“Hay partidos donde el olor a marihuana es insoportable y nadie hace nada”, dice Laura, madre de un adolescente hincha que dejó de asistir al estadio en Medellín. “Yo no voy a arriesgar a mi hijo entre drogas, peleas y cuchillos”.
¿Hasta cuándo?
La pregunta que flota es la misma: ¿hasta cuándo? ¿Cuánto más soportará el fútbol colombiano este secuestro de sus escenarios por parte de mafias disfrazadas de hinchada? El riesgo no es solo de imagen o de seguridad; es existencial. Si los estadios se vacían de familias y se llenan solo de barras violentas, el negocio entero se derrumba: los patrocinadores se van, los derechos de TV pierden valor y el espectáculo muere.
Soluciones a corto, mediano y largo plazo
* Corto plazo: controles de seguridad estrictos en las entradas, identificación biométrica obligatoria, cero tolerancia al ingreso de elementos prohibidos y sanciones ejemplares no al club, sino directamente a las barras y sus líderes.
* Mediano plazo: romper la dependencia económica y emocional de los clubes hacia las barras. No más entradas subsidiadas, no más financiación indirecta. Los equipos deben recuperar el control de sus tribunas.
* Largo plazo: una política nacional de cultura futbolera que incluya educación en colegios, programas comunitarios y trabajo social con jóvenes para arrebatarle a las barras el monopolio del “sentido de pertenencia” hacia el club.
El clamor de los hinchas olvidados
La voz de los hinchas comunes es clara: quieren recuperar los estadios. “El fútbol debería ser alegría y familia, no miedo”, dice Hernán, un seguidor de 40 años que dejó de llevar a sus hijos al Campín. Testimonios como el suyo se repiten en cada ciudad.
Hoy, el futuro del fútbol colombiano está en juego. O la dirigencia y las autoridades reaccionan con decisión y valentía, o la violencia se convertirá en el nuevo normal. Y cuando eso pase, ya no habrá vuelta atrás.
ADENDA: lecciones del mundo contra las barras bravas
El problema de las barras bravas no es exclusivo de Colombia.
En Argentina, las mafias barristas dominaron boletería y drogas, lo que llevó a la prohibición de hinchadas visitantes y mayores sanciones judiciales. En Brasil, la violencia de las “torcidas” obligó a implementar registro biométrico, cámaras y prohibición de elementos contundentes, logrando un retorno parcial de las familias a los estadios. Italia, marcada por las ultras y tragedias como Heysel, instauró tarjetas nominativas y control facial, mientras que Inglaterra, tras el infierno del hooliganismo y la tragedia de Hillsborough, transformó sus estadios en espacios familiares con medidas drásticas: cámaras en todos los accesos, sillas numeradas, prohibición de alcohol y penas severas.
La conclusión es clara: donde las autoridades actuaron con firmeza, la violencia se redujo. Colombia debe avanzar hacia boletería nominativa, control biométrico y sanciones reales a líderes barristas. Sin medidas estructurales, los estadios seguirán siendo territorio de miedo y no de pasión.
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