
Puno Ardila Amaya
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Abelardo de la Espriella, hijo ilustre de los Canis lupus, de la familia común de los Canidæ, que incluye a perros, zorros y chacales (aunque los aborrece y reniega de ellos precisamente porque son comunes, así que entonces no lo representan), es un miembro exclusivo de donde sea, y quien quiera andar con él debe presentar cuando menos un recibo de servicios públicos del estrato más alto.
Sus gustos son finísimos: sombrero Barbisio, pañoleta de seda, clavel en el ojal, meandros en la barba, chupa almidonada, correa de reptil con hebilla de plata, zapatos de charol… En fin, ni el Conde de Cuchicute; solo le falta el monóculo.
Por sus hábitos de la alta cocina, odia la comida tradicional colombiana, como el ajiaco santafereño, porque dice que eso es para los presos. Canta arias, y detesta a quien le recuerde que alguna vez fue corista de un cantante vallenato.
Este personaje, de lo más fino de nuestra rancia (primera y quinta acepciones, por favor), propuso acabar con la izquierda mediante el práctico método del destripamiento; pero, ante semejante bocaza, algún Pepe Grillo lo hizo caer en la cuenta, así que este pisaverde salió a descagarla (primera locución), y lo único que se le ocurrió fue “invitar” a su interlocutor a consultar la cuarta acepción de ‘destripar’.
Así que este currutaco explica que no se trata de hacer lo que hacen el buitre, el casuario y la gaviota, de «quitarles, sacarles ni desgarrarles las tripas», ni «vaciarles lo que contienen en sus cuerpos, ni despanzurrarlos, ni reventarlos», ni «despachurrarlos o aplastarlos», ni «apachurrarlos ni espaturrarlos». No, señor. Él dice, como experto que es, que cuando habla de ‘destripar’ a la izquierda para acabarla se refiere a «interrumpir el relato que está haciendo alguien de algún suceso, chascarrillo, enigma, etcétera, anticipando el desenlace o la solución».
Como dicen ahora en las películas y las series frente a las situaciones más absurdas, tal vez por falta de criterios en el doblaje al español: “¿de verdad?”; “¿en serio?”; “literal, tiene que ser una broma”.
¿Será posible —y esto sí lo digo yo— que nos crea tan idiotas como para que nos comamos ese cuento? ¿Será que la pólvora con la que quemaba gatos era de mentiras, y los gatos, de papel?
El cuento está tan reforzado como la lumbrera (tercera acepción, pero es sarcasmo) que “argumentó” que el Santísimo se llama así por Santander y no por Cristo. ¡Habrase visto? Le faltó a este desastrado (primera acepción) referirse a la última acepción del verbo ‘destripar’, y decir que la forma de acabar con la izquierda es «interrumpir los estudios». En eso sí pudo haber tenido razón, aunque hace rato que se aplica este método.
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