
Carmen Anachury Diaz
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Como maestra siempre me ha inquietado el comportamiento social colectivo frente a la actividad electoral. No para juzgar el comportamiento ajeno, pues aún recuerdo la enseñanza de mis mayores: cuando señalas con el índice a un supuesto culpable, el pulgar puede señalarte a ti también.
Eso tiene especial validez cuando se refiere al comportamiento ético en la vida pública asociada a las lides de estar en la política.
Hoy, cuando los mass media parecen determinar lo que debemos ser y hacer en todos los ámbitos de la vida personal y colectiva, asistimos a una fuerte oleada de acciones para mostrar que la verdad solo está del lado de cada uno de nosotros, de la ideología que cada quien profese, del partido al que cada quien pertenece.
El asunto es tan espinoso, que plantear debates, cuestionamientos o dudas al interior de una colectividad política, suele ser leída como una traición. La duda, el desacuerdo son mal vistos porque cada agrupamiento y cada liderazgo se cree dueño de la absoluta verdad y practicante de una moralidad con la más alta pureza.
Creo que no nos hemos dado cuenta o no queremos asumir que, todas y todos, sin excepción, nacimos en un marco socio cultural determinado que, a su vez nos determina. A menos que lo hagamos consciente, asumamos que nos limita y luchemos contra él si es necesario, aunque sea a contra corriente.
Las personas que dirigen colectividades políticas, sin excepción, están cobijadas por el mismo cielo y bajo el peso de la misma cultura política. Esa es una de las razones por las que muy pocos lideres y lideresas han podido contener psicológicamente su ser y renunciar a las prácticas sociales basadas en el clientelismo, gamonalismo, racismo, aporofobia, misoginia y todas las formas de violencia estructural que perpetúan al sistema económico vigente.
Cada vez que una persona reconocida por su militancia, activismo o liderazgo en una corriente política determinada comete un error o falta grave, sus contradictores suelen asumir la posición más radical en su contra. Así, intentan demostrar que la verdad está de su lado, que la honestidad es su santo y seña y que, por tanto, la inmoralidad le pertenece al otro de forma irrefutable.
Es penoso pero cierto decir que en este país todos los principios de la ética democrática son manoseados según la conveniencia y la coyuntura política. Poco o nada hay de respeto por los mismos. En eso, hasta ahora, todas las orillas ideológicas, han mostrado gran similitud. Claro que los medios de comunicación se encargan de amplificar y darle más relevancia a los errores de quienes pretenden promover la transformación de esta sociedad que no ha conocido, en toda su historia, la convivencia democrática.
Para empezar a salir del laberinto en el cual se pierden los pilares que soportan la democracia, hay que reconocer que aquí ningún sector político está exento de caer en los vicios del poder. Como dije antes, todas y todos somos lo que hemos heredado y construido históricamente.
Señalar y buscar la culpa siempre afuera, escurriendo la responsabilidad que nos cabe en los actos que protagonizamos o permitimos, solo sirve para permanecer en la misma noria, dando vueltas sin fin.
¿Qué más podríamos hacer? Insisto en revisar el modelo educativo. Este debe resolver, desde la primera infancia, el moldeamiento social de quienes serán ciudadanos-as con fundamentos teórico-prácticos de valores y principios democráticos.
Eso implica construir una perspectiva escolar que trascienda a los gobernantes de turno, sea una política de Estado y esté al servicio de una sociedad pluriétnica, multicultural que debe enfrentar, y derrotar las violencias y la cultura de la ilegalidad… o, cuando menos, minimizar el impacto de esas prácticas nocivas.
Ese reto es mayúsculo y no es solo de este gobierno que ya dobla la esquina y entra en su recta final. Es nuestra tarea del día a día, desde donde estemos trabajando, porque el cambio también es cultural.
Superarnos a nosotros mismos y a la historia de la que hacemos parte, no solo es una tarea individual, porque nadie se construye a solas: es una tarea para toda la sociedad.
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