
Puno Ardila Amaya
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Todos nos preguntamos cómo es posible que cualquiera tenga a su alcance el poder de los medios de comunicación, sin licencia, y ande torciendo y manipulando la información.
—Eso se llama libertad de expresión —gritó Catalina Arana— y la tenemos, aunque a muchos los incomode.
—Antes, para actuar en los medios, se exigía tarjeta profesional para el periodista y licencia de locutor para hablar frente a un micrófono (salvo que fuera el entrevistado) —intervino el profesor Bernardino—, pero ya en los años ochenta dejó de exigirse el registro del título y no volvió a expedirse la tarjeta ni la licencia. La tarjeta profesional para periodistas fue declarada inconstitucional por la Corte Constitucional en 1998 porque “coartaba la libertad de expresión y el derecho a la información”, y la licencia de locución como requisito obligatorio se suspendió con la llegada de la Constitución de 1991. «La justificación principal fue que la locución se definió como un oficio y no como una profesión que requiriera una formación académica reglamentada y controlada por el Estado, en concordancia con el espíritu de la nueva Constitución sobre la libertad de expresión». Desde esas fechas, cualquiera puede usar un micrófono y una cámara o escribir en un periódico o una revista.
—¿Y entonces para qué se estudia como carrera profesional, si usar un medio de comunicación hoy es tan fácil?
—Es un asunto de responsabilidades —aclaró el profesor Bernardino—, comenzando por la necesidad de ejercer este “oficio” con propiedad y conocimiento, no solo del entorno y del contexto, sino de coyunturas políticas y sociales, que permitan entregar información veraz, oportuna y pertinente.
—Pero eso no es lo que recibimos a diario en el permanente bombardeo de información.
—Hay que escoger y filtrar —interrumpió el ilustre profesor Gregorio Montebell—, porque, aunque es importante escoger medios convencionales por su seriedad, muchos de estos han perdido su orientación periodística y se han dejado corromper por tendencias políticas y económicas. Al mismo tiempo, si se opta por medios informales, hay que escogerlos muy bien y confrontar permanentemente la información para confirmarla y que no terminemos creyendo en chismes, porque, sí, hay muchos informadores y opinadores desde que —como dijo Umberto Eco— los medios le dieron voz a tanto imbécil.
—Pero hacen un buen papel —insistió Catalina.
—Sí, claro, a veces; pero —insisto— hay que oírlos con cuidado, desde esos que mandan un video cuya narrativa únicamente es «uy, gonorrea… uy, gonorrea…», porque algo informan, así haya que traducir su uso primario del idioma. Pero hay que tener más cuidado aún con personajes de los medios convencionales, como Morales, Acevedo o Lozano, entre muchos otros, porque esos son peores que los que solo dicen «uy, gonorrea… uy, gonorrea».
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