
Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Profesor Titular de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Ph.D en DDHH; Ps.D., en DDHH y Economía; Miembro de la Mesa de gobernabilidad y paz, SUE.
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Alfred Nobel fue inventor de la dinamita. En su testamento de 1895, estipuló la creación de unos premios que reconocieran los mayores beneficios a la humanidad en campos como la Física, la Química, la Medicina, la Literatura y, de manera más singular, la Paz. Este debería ser entregado como un reconocimiento a la persona que hubiera hecho el mayor o mejor trabajo para la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos y la celebración y promoción de procesos de paz.
El sentido original no era solo galardonar un estado de no-guerra, sino premiar un trabajo concreto y legítimo, que ayudara a construir fraternidad universal y desarme, reflejando la convicción de que el conocimiento científico, tiene que estar equilibrado con un compromiso ético. No era un premio al valor, la valentía, el sufrimiento, la persecución, la buena voluntad, ni al espíritu democrático.
Siguiendo el mandato de Nobel, muy claro y preciso, se concedió el primer nobel en 1901 a Henry Dunant y a Frédéric Passy. El primero fue fundador del Comité Internacional de la Cruz Roja y sentó las bases del Derecho Internacional Humanitario; el segundo era un prominente pacifista francés.
Reconociendo el trabajo por la abolición o reducción de ejércitos, en 2005 se le entregó el Nobel de Paz a la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA) y a su director Mohamed El Baradei.
Por su lucha no violenta contra la opresión racial, la violencia y en defensa de los Derechos Humanos y la justicia, que son pilares de una paz duradera, enfrentando la brutalidad de los supremacistas del Ku-Klux-Klan, en 1964 se concedió el nobel a Martin Luther King Jr.
Nelson Mandela y Frederik de Klerk fueron galardonados en 1993. Los seleccionaron por considerar que ellos encarnan el ideal máximo de la celebración y promoción del proceso de paz que puso fin pacíficamente al régimen del apartheid en Sudáfrica. No se premiaron los 27 años en prisión de Mandela, sino la experiencia profunda de justicia restaurativa y verdad política, donde el perdón no fue olvido, sino reconocimiento de la humanidad común.
Como escenario de perdida de la brújula ética de este premio y haciendo una terrible concesión a la presión ideológica, en 1973 se le entrego la distinción a Henry Kissinger, por los acuerdos de paz de Vietnam.
El premio a Kissinger es una paradoja moral: él fue uno de los estrategas de la crueldad de los bombardeos masivos en Vietnam y los golpes de Estado en América Latina. El líder vietnamita Lé Duc Thọ fue seleccionado para recibir el premio junto con Kissinger, pero lo rechazó señalando que allí aún no había paz y recibirlo sería una traición a su pueblo.
Posteriormente, en 2009, se distinguió a Barack Obama dándole el Nobel de Paz. Solo llevaba un año en la presidencia de los Estados Unidos y mantenía la guerra en Afganistán. Ese premio se convirtió, entonces, en un instrumento simbólico del poder hegemónico occidental: se premió una promesa, no una transformación.
Episodios como estos ofenden a la humanidad y ponen al descubierto la tensión entre la ética de la paz y la política del reconocimiento mediático y la presión ideológica.
Este año, 2025, fue candidatizado el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Él es conocido como un hombre profundamente cruel y despiadado que impidió, tanto el desbloqueo a Cuba propuesto por el 95% de naciones del mundo, como el fin del genocidio en Gaza votado por 187 países. El mismo decidió que ya no tiene ministro de defensa si no de guerra. Su candidatura era una señal de alarma, cuando no de desvergüenza.
La persona finalmente proclamada ganadora no tiene ninguno de los atributos que debería tener, al tenor de lo dispuesto por Alfred Nobel. Este hecho refleja una calculada concesión ideológica. La proclamada busca y pide la intervención militar estadounidense en su propio país, busca vietnamizarlo tal como Trump lo desea. Quizá por eso, ella le dedicó su distinción al presidente naranja.
También ha reclamado la intervención de Netanyahu en Venezuela. Busca que en ese país ocurra lo que hoy está pasando en Gaza. Ha pedido que se de un golpe de Estado para derrocar al actual gobierno, mantener el bloqueo y que, así, regrese la democracia” (que no representa per-se justicia, paz ni justicia).
El Premio Nobel de la Paz, con la decisión de 2025, demuestra su involución. Los atributos que Alfredo Nobel exigía para concederlo no le sirvieron de brújula al jurado. Este se alejó de la visión de premiar la acción concreta hacia un mundo menos violento y más fraterno. Los premiados ilegítimos nunca podrán explicar por qué recibieron tan importante distinción. Encarnan el desacierto y ultrajan a la humanidad.
P.D. Con dignidad, ética y trabajo honesto, distantes del poder hegemónico, hay otros nombres con resultados, que con sobrada legitimidad merecen un nobel de paz libre de injerencias ideológicas. Nombro algunas: Las cuchas de la escombrera de Medellín o las madres de Soacha que con una lucha diaria de muchos años entre amenazas, acoso y persecución, encontraron la verdad sobre desaparecidos y asesinados y la pusieron en manos de la justicia; el mismo pueblo palestino, en medio del genocidio sionista que busca su exterminio total; el pueblo saharaui y sus resistencia inquebrantable en el desierto; los pueblos Rohingya de Myanmar perseguidos y aniquilados; la Coalición por la Corte Penal Internacional que agrupa a más de 2.500 ONG que apoyan la justicia penal internacional; la Red Latinoamericana de Sitios de Memoria; la Federación Internacional de Derechos Humanos, con más de 180 organizaciones de 20 países; Médicos sin Fronteras con intervenciones en zonas de guerra como Gaza, Siria, Yemen, Ucrania, atención a migrantes; la Comisión de la Verdad de Colombia.
Tenían de dónde escoger; había gente y organizaciones con merecimientos. Pero decidieron ceder a la presión de su propia ideología.
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