
Gustavo Melo Barrera
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Los manuales de historia dirán que en 2026 Colombia vivió “una recomposición democrática”. Pero la gente honesta lo recordará como la elección en la que el uribismo pasó de ser un gigante electoral a un ringtone viejo que nadie sabía cómo desactivar.
Congreso 2026: el país vota, los partidos tiemblan, y el uribismo bosteza
Para marzo de 2026, los colombianos ya estaban cansados de las viejas recetas. Las cifras reales mostraban que desde 2022 la bancada del Centro Democrático venía cayendo como aguacate pasado: del poderío absoluto a 13 curules en Senado. Mientras tanto, el Pacto Histórico había logrado 20 —una rareza histórica que todavía daba alergia a algunos columnistas de traje caro.
Con ese antecedente, la elección legislativa fue casi una consulta psicológica colectiva. El Centro Democrático, acompañado por sus aliados de siempre, salió a prometer seguridad, familia, tradición y mano dura: justo las mismas cosas que no había podido garantizar cuando estuvo en el poder. El votante promedio lo recibió con la misma emoción que una cadena de WhatsApp reenviada por la tía conspiranoica.
Mientras tanto, el Pacto Histórico llegó a las urnas con listas cerradas, lenguaje inclusivo, y promesas de renovación moral. Algunos votantes dudaban, porque la palabra “moral” en Colombia suele venir con asteriscos: *moral según disponibilidad*. Pero aun así, la coalición gobiernista logró crecer lo suficiente para consolidar su peso en el Congreso.
¿Triunfo? ¿Mandato? ¿Revolución? Nada tan épico: simplemente la mayoría de votantes estaba harta de repetir elección tras elección el mismo menú recalentado de “seguridad”, “amenazas externas”, “el fantasma del castro chavismo” y el eterno “se los dije”.
Primera vuelta presidencial: la derrota anunciada del déjà-vu
El Pacto Histórico había escogido a Iván Cepeda como candidato. Ganó su consulta interna con el 65,1 % de los votos, aunque esos votos representaban apenas el 6,8 % del censo. En cualquier país serio eso provocaría un debate profundo; en Colombia, en cambio, provocó memes.
Cepeda prometió una campaña sin ataques, algo casi ofensivo para el ecosistema político local. Sus adversarios interpretaron “no atacar” como “esconder algo”, “ser débil”, o “estar tramando un golpe de Estado moral”. Interpretar el silencio como amenaza es una tradición nacional.
La derecha, mientras tanto, buscó rejuvenecerse eligiendo una candidata mujer con discurso de “orden”. Pero la estrategia fue como cambiarle el empaque a un producto vencido: al final, igual sabe a lo mismo.
En primera vuelta, Cepeda gana por poco. El uribismo, sorprendido, declara fraude moral, fraude metafísico, fraude cuántico. La derrota duele más cuando la causa no es una conspiración internacional sino algo simple: el cansancio colectivo.
Segunda vuelta: el golpe final no vino de Venezuela, sino de los votos
En junio, el país llega a segunda vuelta con la tensión típica: amenazas de caos, cadenas de WhatsApp apocalípticas, influencers pagados, empresarios nerviosos, tías rezando, primos opinando sin leer nada.
Pero la realidad es terca: Cepeda gana. Y el uribismo pierde. No por poco. Por lo suficiente como para que la narrativa cambie por primera vez desde principios de siglo.
¿Cómo pasó? Fácil:
* Las ciudades votaron por cambio.
* Los jóvenes votaron por hastío.
* Los indecisos votaron por ver qué pasa.
* Los ricos votaron divididos.
* Los pobres votaron con rabia.
Y los abstencionistas… siguieron absteniéndose, porque la tradición también pesa.
La reacción: la derecha llora, la izquierda celebra, y el país sigue igual
Tras la derrota, Uribe aparece en video. No llora, pero el país siente que algo se rompe: no es su figura, sino su mito. Una era termina con un comunicado grabado en mala resolución.
El Pacto Histórico, por su parte, celebra con discursos sobre “la nueva Colombia” y “la transformación irreversible”. Pero todo colombiano sabe que las transformaciones irreversibles duran hasta que alguien pierde un Ministerio y arma escándalo.
Epílogo: Colombia 2026, un país que cambia sin acostumbrarse a cambiar
El triunfo de Cepeda será recordado como un terremoto simbólico. Pero como todo terremoto colombiano, después llega la reconstrucción lenta, torpe, llena de contratos sospechosos.
La victoria del Pacto Histórico no garantiza milagros, pero sí una ruptura: por primera vez, la narrativa uribista deja de ser árbitro moral. Y por primera vez, la izquierda gobernante ya no puede culpar al pasado: ahora el futuro tiene su firma.
En resumen:
—El uribismo perdió.
—La izquierda ganó.
—Colombia sigue en beta.
Y el ciudadano promedio, fiel a su estilo, dirá lo de siempre cuando le pregunten qué piensa:
Pues que carajos!! ¿eso sirve para algo?


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