
Juliana Villegas
Periodista y diseñadora gráfica
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Conocí hace poco el interior de la iglesia de Vélez, en Santander. Me hace tanta gracia el dicho “es más atravesado que la iglesia de Vélez”, que decidí ir a ver por mí misma. Y sí. No está en un costado de una plaza, como decir, en la acera. Está en el medio de cuatro calles del pueblo y se impone en el camino. Es curiosa la sabiduría de los dichos y misteriosa para mí.
Pero, bueno. De paso, entré.
Tengo que decir que, así católica, no soy; por lo menos, conscientemente. Renuncié, por lo menos conscientemente, a serlo. Pero, quise ver detalles de ese lugar. Y llegue a la parte de adelante. Cuando, ¡qué voy sintiendo!: iba a pasar por el frente del cristo crucificado y me dio qué miedo, mi corazón se aceleró. Una voz de por allá quien sabe dónde me decía que debía hacer la genuflexión al pasar por el frente del altar. Así y todo, con esa palabra: genuflexión.
Es decir, que no podía pasar como yo por mi casa, sino mostrar adoración. O veneración. O sumisión. Y me salí de ahí.
En estos días de recordar el estallido social de hace cuatro años, que se junta con las marchas del primero de mayo, recordé eso que me sucedió en Vélez. En el estallido social, qué altares ni qué altares. Antes más: una gente los tumbó, cogió las estatuas de los invasores españoles y las bajó de su pedestal, en Bogotá y Cali, que yo recuerde. Todo ocurría como a la gente le iba surgiendo. Y había quienes promovían, pero era solo eso. Nadie se tomaba arrogaba el mando. Yo digo que, por eso, el susto tan berraco de quienes viven de aplastar a los demás seres humanos: porque era la gente, junta, con igualdades, que se estaba dando mañas para que no la jodieran más.
Fueron las marchas del día trabajo las que me hicieron recordar lo de Vélez. Primero, venía, con todo y parafernalia, la espada de Bolívar. ¡Bolívar! Que fue incapaz de liberar a sus propios esclavos. Pero, allá llevaban en adoración, su espada, para decir que ese símbolo nos conducirá a la libertad. Y, además, estaban poniendo otro motivo de adoración: el M19. Porque lo que de verdad interesa alrededor de la espada, más que la espada, más que Bolívar, es dejar en las mentes que el M19 quedó ungido, desde cuando era lo que era, para traer al presente la libertad.
Hay una mujer muy valiente, a quien el holocausto del Palacio de Justicia le arrebató a su padre, que ha mostrado a quienes aún se perciben como parte del M19 la injusticia de poner símbolos de ese grupo a cada rato. Ella pone en el centro, sin decirlo así, ese tema de que hay por ahí una intención de que nos pongamos en genuflexión ante seres tan humanos como cualquiera y que cometieron y han cometido errores berracos.
Yo, con franqueza, viendo esas caras de adoración de las personas que se encaramaron en la tarima ese jueves primero de mayo, entre ellas, las y los congresistas; esas caras de incredulidad por estar tan cerquita del poder. Y viendo a toda la gente allá abajo vitoreando el mismo poder, me quedo con la libertad del estallido social y regalo el primero de mayo. No quiero conmigo más altares.
Ahí voy.
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