
Beatriz Vanegas Athías
Escritora, profesora y editora
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1
Ver la cara de la muerte hace que aumenten las preguntas sin respuestas que una siempre se ha hecho en la vida. Ante la muerte se piensa también en el imperio de la inutilidad que se impone al amor: amamos demasiado, pero en verdad somos inútiles e impotentes.
2
Me dijo la poeta Mariamatilde Rodríguez un adjetivo para Dios: incompetente. Pero es Dios, al fin y al cabo, agregó. Es competente para sellar la vida en función de la predestinación: ese era tu día, lo siento, no se puede aplazar. Un Dios eficiente. Me dijo el sacerdote Guillermo Villa que el misterio de los cristianos está en que al morir alguien que amamos sigue vivo, y acotó: sigue vivo porque cada vez que lo nombramos y lo recordamos, resucita. Recordar entonces es sinónimo de resucitar para los cristianos.
3
En el transcurso de ocho años le he visto la cara a la muerte tres veces, y mi vida se llena de muertos vivos que debo resucitar a punta de recuerdos y añoranzas, de visitas a la marquetería para poblar la sala de cuadros de ausentes. Pero también me desprendo de oropeles, de esnobismos, me concentro en lo esencial, en el hoy, en ayudar a los otros como hacían la niña Amely, mi madre; y doña Valentina, mi segunda madre. Trato de aligerarme, de sonreír, de terminar de leer los libros que amo, las películas, de abrazar a mi pareja, a mis hijos, a mis perros, a mis amigas. Veo con candor las batalles ostentosas de los poderosos por arañar un poco de dignidad ahora que se demuestra con la llamada Ley que sí era cierto que el emperador iba desnudo. Los veo con candor y me asusto por ellos que han visto a la muerte también y como dice el poeta José Manuel Arango:
(…) no les duele un hueso no dudan
ni sienten un temor van erguidos
y hasta se tutean con la muerte
Yo no sé francamente cómo hacen
cómo no entienden.
4
Pienso en Marcel que no pudo oler a Valentina en su nuevo estado de vida que es la muerte y la aguarda a la vera de la puerta. Es un misterio esa lealtad, esa espera sin fractura, esos ojos por siempre expectantes. Marcel me ayuda a sostener el dolor, a que no se vaya, a que persista, a que persevere como dice Piedad Bonnet:
para que de su mano cada día
con tus ojos intactos resucites,
con tu luz y tu pena resucites
dentro de mí.
Hasta que yo pueda hablar sin llorar del rostro iracundo y poderoso de la muerte.
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