
Rosa Chamorro
Poeta afrocaribeña, docente, ensayista e investigadora. Escribo artículos y entrevistas.
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“Honrar, honra”.
José Martí
María Cano, la Flor Revolucionaria del Proletariado, fue un mito poderoso, una extraordinaria leyenda del siglo XX, y no solo en Antioquia. Fue un mito en la región minera de Segovia y Remedios, en los centros obreros ferroviarios del Tolima, en pueblos y estaciones donde el trabajo tenía manos gastadas y la explotación el nombre antiguo de la miseria, en La Dorada, Honda, Mariquita, Venadillo, Piedras, Doima y Coello; en Manizales e Ibagué, en Girardot y Bogotá, en Tunja, Ventaquemada y Sogamoso; en los puertos del río Magdalena y en Barrancabermeja, y desde Buenaventura en el mar del Pacífico hasta Santa Marta en el mar del Caribe. En esos espacios, su nombre comenzó a circular como referencia inevitable del movimiento obrero.
Quienes entendieron mejor la dimensión de su figura, por paradójico que parezca, fueron quienes sabían que María Cano no estaba sola. La razón resulta bastante evidente. Ellos conocían de cerca la vida del movimiento obrero y la participación constante de las mujeres en sus distintas expresiones, y sabían que María Cano fue una mujer entre muchas que, en fábricas, talleres, barrios y organizaciones, sostenían la lucha social de la época. No es un dato menor que la primera gran huelga obrera del país haya sido protagonizada por mujeres: las obreras textiles de Bello, Antioquia, en 1920, bajo el liderazgo de Betsabé Espinal; tampoco es irrelevante que ya en 1919 mujeres, muchas de ellas negras y mulatas, participaran activamente en la Liga Obrera de Cartagena; que ese mismo año Juana Julia Guzmán organizara la Sociedad Obrera de la Redención de la Mujer; y que en enero de 1921, por iniciativa de Adamo y Juana Julia Guzmán, se realizara la Asamblea Mixta Obrera del Litoral Atlántico[1].
Mucho tiempo después, en una conmemoración de la masacre de las bananeras, cuando ya habían pasado noventa y siete años de aquellos hechos, conocí a María Tila de Uribe, sobrina de María Cano. Que llegaba con recuerdos familiares y relatos de una época marcada por la lucha obrera, particularmente de las mujeres cuya participación rara vez aparece en los archivos oficiales. Me contó que su madre había participado en el movimiento obrero y que, por esa razón, había sido perseguida. Mencionó, casi al pasar, los nombres de muchas de las mujeres que participaron en la huelga de las bananeras. Nombres como el de Josefa Blanco, secretaria del sindicato de Orihueca y encargada de la comisión de vigilancia, llamada por ella misma “Obrera de los Obreros”; Petrona Yance, dirigente de ochocientas mujeres, encargada de la logística; y otras tantas que no figuran en los manuales ni en las cronologías más citadas, pero que permanecían intactas, sostenidas por su memoria.
Ese encuentro tardío no corregía la historia ni añadía datos decisivos. Confirmaba algo más incómodo: que el mito había sobrevivido, mientras los nombres se dispersaban. Que María Cano seguía siendo recordada como figura, mientras la experiencia colectiva de aquellas mujeres persistía de manera fragmentaria, casi doméstica, transmitida en voz baja, fuera del relato oficial. Tal vez no haya otra forma de entender el mito: no como una falsificación, sino como un residuo visible de una historia mucho más amplia, más compleja, y todavía incompleta.
La figura de María Cano suele leerse como si hubiera emergido por sí sola. Y aunque su valor es innegable, viajó, se expuso, fue encarcelada y recorrió el país junto a Ignacio Torres Giraldo y Raúl Eduardo Mahecha, cuando tal empresa suponía un riesgo tangible para la libertad y la vida; organizó obreros, fundó sindicatos, habló de clases sociales, escribió y difundió artículos en periódicos obreros como El Rebelde y El Correo Liberal, denunciando injusticias, fortaleciendo la unidad obrera y combatiendo calumnias; soportó amenazas, persecuciones y el constante acecho del conservadurismo, y contribuyó a la formación de un partido socialista. Pero nada de esto la convierte en excepción: la sitúa, más bien, en un tiempo en el que las mujeres, y particularmente las trabajadoras, estaban activamente involucradas en la construcción del movimiento obrero, enfrentando riesgos similares. Y para poder reivindicar a esas mujeres que jugaron un papel tan dinámico y decisivo a la hora de la organización y la lucha obrera, es necesario proponer una nueva forma de leer la figura de María Cano: es necesario entenderla no como una sola mujer sino como la representación de muchas mujeres, muchas heroínas de la causa proletaria, cuyo legado está vivo hoy en las muchas mujeres que a diario participan en las luchas sindicales, como las maestras, las trabajadoras de la salud, las trabajadoras agrícolas, las de los Call centers, y muchos otros frentes, y que al igual que María Cano y las otras mujeres luchadoras de su época, enfrentan los intentos de invisibilización, las persecuciones patronales y estatales, incluso el exterminio físico, en un país como el nuestro en donde la tasa de sindicalización es una de la más bajas, no solo por la disminución del empleo formal que han traído las erróneas políticas de libre comercio, sino por la violencia antisindical que se ha enseñoreado en el panorama nacional, dejando su huella en las abultadas cifras de víctimas fatales.
Entonces, más que un mito, María Cano aparece como un rostro entre muchos, uno de tantos, acaso indistinguible, acaso imprescindible, recordándonos, que la valentía de las mujeres sigue escribiéndose.
Bibliografía
Flórez Bolívar, F. J. (2023). La vanguardia intelectual y política de la nación: Historia de una intelectualidad negra y mulata en Colombia, 1877-1947. Editorial Crítica.
Cano Núñez, L. M., & Salazar Bucuru, L. T. (2019). Violencia política ejercida por agentes del Estado colombiano en contra de María Cano (1925–1929) [Trabajo de grado, Universidad Pedagógica Nacional]. Facultad de Humanidades, Licenciatura en Ciencias Sociales.
[1] Véase Francisco Javier Flórez Bolívar, La vanguardia intelectual y política de la nación: Historia de una intelectualidad negra y mulata en Colombia, 1877-1947 (Bogotá: Editorial Crítica, 2023), 178–191.
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