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Nuestra sociedad está enferma y esas violencias que afloran espontáneamente y sin resistencias es una pandemia, un problema de salud pública emocional.
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En este país, si nadie mira, el delito no existe. Y si alguien lo denuncia, es acusado de alterar el experimento.
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El miedo no solo viene de lo que pasa, sino de lo que podría pasar, cuando el Estado no logra dar señales claras de autoridad.
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Lo razonable, es decir, lo reflexionado, lo pensado, lo complejo, lo denso, eso no sirve. ‘Las cosas claras’, le dicen al insulto.
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Hemos confundido el protagonismo con la autenticidad, la grosería con la valentía, la prepotencia con la verdad.
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Es posible promover una agenda juvenil en la que se resalte lo organizativo como un espacio seguro para desarrollar la formación política, la participación incidente y la defensa del territorio.
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Esto no es urbanismo: es una disputa ética. Una elección entre muros o puentes.
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La verdadera conquista no fue territorial. Fue simbólica. Nos quitaron la idea de imperio, nos hicieron odiar nuestra tradición. Y lo más eficaz: ya no hay necesidad de opresión cuando el oprimido cree que ha elegido su lugar.
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Las cortes no están defendiendo la ley: están defendiendo el modelo que les dio poder, dinero y blindaje.