CREDO

Creo en el sonido de las olas, aunque ahora no las oiga, en la magia que eleva las cometas, que hace murmurar las hojas en las copas de los árboles. Creo en los sonidos de la alegría que corretean entre los columpios y los rodaderos del parque, en las mesas de los bares, entre botellas y bailes, en los teatros. Creo en la vida que florece, en los frutos de la tierra. Alimento.

Creo en el sol y en las sombras que moran en los rincones, recordando el abismo que llevamos dentro. Creo en los gritos que alertan y en miradas que alientan. Creo en los olores y en la intuición cuando me llaman.

Creo en la necesidad de creer, de crear mágicas alfombras, castillos vagabundos, niñas que cruzan espejos y magos que salvan mundos. Creo en la existencia de odios que matan al vivir para siempre. En la necesidad de escucharnos dioses y crear milagros modernos.

Creo en cuerpos danzantes, en almas fracturadas y vueltas a tejer, en la sanación y en los sanadores, en el saber y en los sabedores. Creo en almanaques y fotografías viejas que recuerdan cosas que no viví. Creo en cosas que otros han visto: un mar de siete colores, un salar que es un espejo, Petra. Creo en abrazos para siempre, en la fortaleza y la obstinación de amar que encarnan un vientre que alumbra, un pecho que amamanta.

Creo en cunicornios y bilílulas que cobran vida en las bocas y los ojos de mis hijos. Creo que se puede intentar, fallar, fallar, fallar de nuevo y un día aprender. Pero sobre todas las cosas, creo en ti y en mí, el ser, como la fuerza única que sostiene el porvenir.

El mensajero

—¡cómo me gustaría a mí tener tanta vista! —

Exclamó quejumbroso el rey —. ¡Ser capaz de ver a Nadie!

Lewis Carroll

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Entender que Nadie puede verlo,

que Nadie entiende,

que el transeúnte no ve

lo que el amor puede ver.

Que Nadie puede ver

lo que no puede creer,

que Nadie puede ver

lo que alguien lleva dentro.

Que Nadie venga,

que Nadie llegue primero.

Que nadie ignore

que ha llegado

un mensajero.

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