
César Torres Cárdenas
Investigador, consultor y profesor
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Una nueva y vieja realidad recorre el mundo: la realidad el ascenso del fascismo. Es real su presencia, más o menos dominante, en gobiernos del mundo entero. Hoy tiene influencia decisiva en países de Europa, Asia y América que enfrentaron y derrotaron al fascismo en la Segunda Guerra Mundial.
En algunos de ellos, actualmente se le rinde tributo a líderes fascistas que convirtieron el asesinato individual y colectivo en políticas de Estado.
El 5 de septiembre de 2022, la agencia Suiza Swissinfo.ch informaba que la tumba de Benito Mussolini, era visitada anualmente por miles de personas y que “su legado sigue pesando sobre el partido posfascista Hermanos de Italia (Fratelli d’Italia), liderado por Giorgia Meloni” hoy jefa de gobierno y primera ministra de Italia.
Algo similar ocurre en España: homenajes a los líderes del levantamiento militar y golpe de Estado de 1936 que, luego, se convirtieron en dirigentes políticos y gobernantes durante la dictadura fascista de Francisco Franco. En dichos eventos no solo se exalta figura de los homenajeados con nostalgia, sino que, tal como informa el portal naiz, “ (…) también recurre a la simbología y al imaginario emocional del franquismo. En sus mítines abundan los himnos nacionalistas, las banderas españolas sin variantes regionales y eslóganes como «España una, grande y libre», réplica directa de la propaganda franquista.
En Japón también crece una cepa de fascismo. Allí, el partido Sanseito, hizo campaña en 2022 usando una traducción casi literal de una consigna trumpista: “Los japoneses primero”. Este partido, como Vox en España, La Libertad Avanza, partido del Presidente Milei en Argentina y los seguidores del Presidente Trump en Estados Unidos, no hacen historia, sino intentan re escribirla. Pretenden, como Hitler en Alemania en 1933, construir un relato de la historia nacional de sus países para mostrarse como víctimas del comunismo.
Ahora, en este momento y desde todos los continentes, el relato neo fascista no se limita a los homenajes y a la recuperación de monumentos y simbologías. Ahora construye otros enemigos que, según ellos, han aplastado a su respectivo país. Ahí ponen lo que llaman wokismo en general y, en particular, a otros ismos: feminismo, ambientalismo, comunismo, igualitarismo, progresismo. En nuestra versión criolla, el neofascismo ha inventado dos enemigos tropicales: el castrochavismo y, más recientemente el PetroCepedismo.
¿De dónde saldrá ese fenómeno mundial? ¿Será que hay una especie de mente maestra ejecutando un plan que le permita gobernar el mundo?
Quizá Albert Einstein tenía razón cuando dijo que ese régimen político llamado fascismo es un producto de la democracia, pues ésta, promotora y respetuosa de las libertades individuales y colectivas, permite que tanta libertad parezca un caos. En ese punto, aparece la idea de que es necesario retornar al orden y que ese retorno debe ser guiado por un tirano. Mejor si ese tirano llega al poder mediante elección popular.
No es necesaria una mente maestra o un hombre o mujer particularmente malvados para que florezca el fascismo. Se necesita, en primer lugar, que haya unos márgenes de libertad e igualdad que hagan reaccionar a los sectores más inseguros de la sociedad, es decir, a una fracción de la clase media y al sector de las economías ilegales que pretende integrarse económica, política y socialmente con quienes manejan el Estado.
Una parte de la clase media reacciona contra las libertades y reclama mano dura porque necesita marcos jurídicos y sociales seguros para escalar y convertirse en burguesía o, al menos, no caer en la precariedad y el endeudamiento excesivo. El otro sector social que reacciona dentro de la democracia, pero contra ella, está constituido por quienes se enriquecieron gracias al delito: temen que el exceso de libertad termine en una inestabilidad jurídica que les impida ser reconocidos y aceptados por las clases tradicionalmente ricas y gobernantes.
Estos dos sectores que reaccionan contra las libertades que la democracia ofrece, pero respetan las reglas que ella impone para acceder al poder, tienen una oferta política que parece ser su único proyecto: mantener el orden mediante el uso de la fuerza. Son los fascistas modernos. Están dispuestos, como todos los fascismos del siglo pasado, a usar las leyes, el derecho y la administración de justicia para destruir las garantías democráticas. A eso le llaman luchar por la seguridad democrática.
Y aquí están sus candidatos en la actual campaña electoral: unos, han defendido mafiosos, se visten como mafiosos, hablan como jefes de la mafia y matan gatos, otros, han pasado media vida mintiendo o creando noticias falsas en noticieros radiales y en revistas de amplia circulación, los últimos, medio inútiles afirman que los niños reclutados a la fuerza por los grupos armados ilegales son máquinas de guerra y, entonces, lo único que hacer es repartir bala como quien reparte ron en carnaval.
Todos y todas estas se han aliado con el hombre que hizo su fortuna levantando nuevos edificios en Nueva York, en los años 70 y 80 del siglo pasado, aliado con las 5 familias mafiosas (Genovese, Gambino, Lucchese, Colombo y Bonanno) que controlaban todo el sector de la construcción en la ciudad. El mismo que es hoy acusado de pedofilia y de quien se dice era socio comercial y compañero de juergas de John Gotti, jefe de jefes de todas las pandillas en la llamada capital del mundo.
Así, las próximas elecciones definirán un dilema interesante: democracia fuerte o fascismo mafioso.


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