Mateo Gutiérrez León
Defensor del pensamiento crítico/ Sociólogo en formación
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Hace un año, cuando, en España, no se había definido si Pedro Sánchez lograría la investidura como presidente, un amigo y yo discutíamos las posibilidades que tenía el político español de construir las mayorías necesarias -en el Congreso de los Diputados- para gobernar cuatro años más.
Mi amigo, más conocedor de la política española y de su comportamiento, argumentaba que Sánchez no tenía posibilidad alguna de lograr la investidura. Nunca antes un político en español había logrado ser presidente teniendo en contra a una oposición con mayor número de diputados en el congreso.
Ese era el caso de las elecciones de octubre de 2023 en España: el Partido Popular (PP) había remontado vigorosamente: pasó de tener 89 escaños, obtenidos, en las elecciones de 2019, a 137 en 2023. Es el grupo parlamentario más grande, pero no tiene mayoría suficiente para gobernar. Por otro lado, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) pasó de tener 121 diputados, obtenidos en las elecciones de 2019, a 120 en 2023.
Para los socialistas la derrota fue clara. Perdieron en casi todas las comunidades autónomas y, en algunas de ellas, con elevada diferencia. Otras formaciones políticas, como el fascista partido Vox, redujeron su representación parlamentaria considerablemente; esta agrupación política pasó de 52 a 33 escaños. Con la desaparición de algunos grupos con presencia en el Congreso de los Diputados y el fortalecimiento de otros que, aunque pequeños, pueden hacer parte de una coalición que les permita elegir presidente, se hizo muy difícil constituir el nuevo gobierno de España.
Este resultado es, en realidad, un empantanamiento. Es una suma de partidos débiles que no resulta en una coalición política fuerte, sino en una debilidad más grande. En esas circunstancias, ningún partido puede gobernar en solitario. Las alianzas no son estables ni de largo alcance y duran, para decirlo en palabras de Joaquín Sabina, “lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks”.
Quien quisiera quedarse con la presidencia debía jugar hábilmente una serie de alianzas para obtener la presidencia. Y así ocurrió: aunque el PSOE no fue el partido más votado, logró pactar con un sector de la izquierda española, encarnada en Sumar, y con partidos independentistas de derecha e izquierda.
Esta jugada no es usual en de la política española. Se arriesgaron a constituir un gobierno sobre la base de alianzas, enfrentados a una oposición mayoritaria y con pocas posibilidades de sacar adelante sus iniciativas en el parlamento. Se enfrentan a una constante vigilancia y acoso por parte de la derecha, al tiempo que se ven obligados a ceder a los reclamos del independentismo.
El actual presidente español logró constituir un nuevo pacto político. Se puede estar o no de acuerdo con su gobierno, pero no se puede negar su capacidad para construir alianzas. Tampoco se puede minusvalorar la audacia que implica asumir los riesgos que estos pactos conllevan.
Pedro se anotó una victoria, pero le ha costado estar siempre bajo fuego. Lo persiguen a través de los medios de comunicación, tanto los que son afectos a los sectores más retardatarios de la derecha, como los que son cercanos a su propio partido. Él y su círculo político y familiar más cercano, son constantemente denunciados y perseguidos judicialmente. Decenas de policías, jueces y magistrados, inician procesos que, debidamente publicitados, ayudan a crear la imagen de que Sánchez es un dictador corrupto. Esas causas judiciales no terminan en nada, pero el daño a la imagen del presidente queda hecho.
Esta situación tiene similitudes y diferencias con la actualidad política colombiana.
Aunque en Colombia hay un sistema político electoral presidencialista y republicano y el de España es monárquico y parlamentario, en ambos países se gobierna bajo el signo de la “novedad política”. Petro y Pedro, cada quien a su manera, han llegado al gobierno sin tener el poder ni las mayorías absolutas.
Ambos se muestran como abanderados del cambio y de un nuevo ciclo progresista. Se ven a sí mismos y se muestran ante el mundo como las cabezas del progresismo, uno en América Latina, el otro en Europa, en un mundo donde la extrema derecha se fortalece paulatinamente. Los dos encarnan la posición alternativa y “centrada” en temas geopolíticos. Ninguno de los dos desafía los poderes de la OTAN o de los Estados Unidos de América
Juegan de esa manera, a la usanza clásica de la socialdemocracia, a presentarse como una tercera vía que no se atreve a romper del todo con el viejo régimen, pero intenta remover algunos de sus elementos, aunque sea de manera superficial. Coinciden también en su nula intención de revertir el modelo neoliberal en sus países, y en no lograr (o no tener intención) de generar una ruptura estructural, que vaya más allá de los ciclos electorales.
Tanta coincidencia no es gratuita. En los años ochenta, durante el gobierno del socialista Felipe González en España, varios miembros de la Dirección Nacional y el Comando Superior del M-19, guerrilla de la que hizo parte el actual presidente de Colombia, viajaron a Madrid para promover un proceso de diálogo con el Estado colombiano, apoyado por el gobierno español. Se expresaba así la cercanía del M-19 a diferentes fuerzas políticas de la socialdemocracia europea.
Sin olvidar las similitudes, observemos sus diferencias. Habrá que analizarlas en sus respectivos comportamientos como dirigentes, pues ya sabemos que gobiernan en contextos muy distintos.
Si bien es cierto que ambos se han destacado como políticos, una de las principales diferencias es que Pedro Sánchez tiene una tradición partidista, es decir, es militante de un partido fuerte y consolidado. De hecho, su carrera y su investidura como presidente se logran porque sabe actuar dentro de la estructura del PSOE. Éste le brinda un respaldo institucional amplio y definido.
Petro, en cambio, es una figura solitaria, que desarrolla su carrera política saltando de un lado al otro, buscando apoyos hasta obtener su más ansiada ambición: ser presidente.
Una vez en la presidencia no ha podido consolidar un movimiento político estructurado, democrático que tenga un programa, una propuesta y unos mínimos ideológicos que lo cohesionen. Así, queda en una posición de debilidad a la hora de hacer alianzas, pues carece de una base sólida sobre la cual pararse, que constituya su capital político más allá de sí mismo. Dicha debilidad es un factor que incide en su escasa gobernabilidad.
A diferencia de Pedro que se caracteriza por ser un presidente parco, de pocas palabras, frío pero eficaz, Petro se destaca por su notable oratoria, su capacidad de despertar entusiasmo y llenar plazas públicas. El primero habla poco y gobierna, crea hechos políticos, enfrenta a sus adversarios en sede parlamentaria; el segundo no ha sido capaz de traducir -totalmente- su retórica en hechos políticos, en transformaciones económicas y políticas de largo alcance. Ambos han introducido cambios insuficientes para aliviar la vida de las personas más vulnerables
Se puede tener la sensación de que, eligiendo a Petro, sus votantes se metieron gato por liebre, mientras los de Pedro lo hicieron por un gato que siempre cae de pie.
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