Beatriz Vanegas Athías
Escritora, profesora y editora
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Colombia, el país de la belleza, como lo llama el presidente Gustavo Petro, es ante todo el país de la reacción y de la represión. Doscientos años de aparente República se han ensañado con la belleza de su geografía y con el ser libre y auténtico usando como herramienta intimidante reaccionar (antes que analizar y oír) y reprimir (antes que oír y considerar al otro en su diferencia).
Por ello anda suelto por estas primeras décadas del siglo XXI un colombiano reaccionario y reprimido. Se nota, por ejemplo, en la literatura que es uno de las artes y oficios que me ayudan a vivir. Escritores convertidos en policía literaria victimizándose porque según ellos los autores ya no se puede escribir sobre el deseo del cuerpo.
Esta semana publiqué en mi muro de FB un fragmento de la fabulosa novela La novia oscura de la colombiana Laura Restrepo. En él Sayonara, la mítica prostituta, va al médico y con una ingenuidad poco común en una mujer experta en las lides sexuales descubre que se ha enamorado porque le ha nacido un corazón palpitante en su vagina. Dos corazones concluye la mujer que posee e invita al médico a que sienta el que late entre sus piernas.
Bella imagen, bella hipérbole del deseo encarnado. La lectora que soy pensó en la certera construcción de la escena y en la fluidez y precisión de la narradora creada por Laura Restrepo. Pensó la profesora que también soy, en hacer una antología de estos fragmentos para analizar con mis estudiantes universitarios de Apreciación literaria.
Pensé en este tratamiento retórico y bello que aleja a la pornografía tan de moda en los autores incipientes. Como bella y afortunada me parece esta alegoría de la primera experiencia sexual de los adolescentes, creada por otro de mis novelistas colombianos preferidos, me refiero a Roberto Burgos Cantor en la estupenda novela Ver lo que veo: “Las libertinas abren su circo, levantan la pollera con alegría espontánea, dejan asomar su estrella de pelusa negra en el vértice de las dos columnas lisas de un ébano suave que dan ganas de besarlas, de pasar la lengua, de oler y oler, y enseñan a los niños de la casa a poner el gusano en la fauces unidas de la leona como ostras , en el balanceo del trapecio. Domesticar al gusano sin látigo. Puro silbido de ternura. Ven, no tardes tanto”. Una estupenda acumulación de metáforas para darle vida a la alegoría de la iniciación sexual.
La novela de Burgos Cantor, he de agregar, obtuvo el Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura un año antes de la muerte de su autor. El reconocimiento no tuvo en cuenta esas intrigas de que si era un hombre o una mujer quién escribía sobre el tema: fue la maestría del autor en hacer que el idioma dijera con belleza un acto que puede o no ser cuestionado. Eso es asunto de si el lector es reaccionario y represor.
Como mujer escritora me solazo con este exquisito uso del idioma para decir el deseo y el encuentro de los cuerpos. Por ello me extrañó esa mirada crítica que traducía intimidación. Quedé muy sorprendida de los escritores foristas en cuestión, a quienes he leído, pero a los que también siempre les he sentido ese hermanazgo que privilegia a sus amigos escritores, antes que a muchas autoras que son tan buenas o mejores que ellos.
Pero también leo sus comentarios como ese hábito muy colombiano de reaccionar por represión produciendo un diálogo de sordos en el que se les hace imposible entender el camino que como lectora tracé al publicar el fragmento de Laura Restrepo. Entonces surge la auto victimización del hombre, como si las garantías vitales históricas de la que han gozado los autores tuviera punto de comparación con la restricción milenaria que han vivido las escritoras.
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