Laura Cabeza Cifuentes
Antropóloga con opción en literatura. Magíster en literatura
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Un réquiem para María
Tuve el gusto de conocer a Beatriz Vanegas Athías cuando los organizadores de la FILBOY 2024 me invitaron a presentar uno de los trabajos más recientes de la editorial de Beatriz, Corazón de Mango. Se trataba del libro ilustrado Luz y Esther. Una historia de amor. Ella, de naturaleza generosa, me hizo llegar otro de sus escritos con el libro álbum del que hablaríamos en el encuentro. Este segundo título, Llorar en el cine, es un poemario de cuidada edición bilingüe (español-inglés) de la misma editorial.
El poemario cuenta con dos partes: una conmovedora y vital sobre el mundo de las personas sordas, en la que su discapacidad se torna superpoder; la segunda, sobre “llorar en el cine” o, al menos, haber ido y dar cuenta de ello. Luz y Esther es, como la segunda parte del título lo indica, una historia de amor, con ilustraciones de Valentina Niño. El texto y las imágenes narran tres vidas que se entrelazan en versos cortos, ilustrando una forma libre de amar, un deber ser del amor, que no repara en géneros o sexos, amor respetuoso, solidario, empático e infinito amor.
Luego de nuestro encuentro, muy nutrido, por demás, nos ofrecimos con mi esposo a llevar a Beatriz a su hotel y a acompañarla el día siguiente al lugar donde iniciaría el regreso a la ciudad de su domicilio. Esto nos dio tiempo de compartir un poco más, en gratitud o porque ella es así, de pecho amplio. Nos dejó el último ejemplar que tenía de su novela Dónde está la vida que no recuerdo, publicada por Tusquets Editores en 2022. Con él, me dejo lágrimas, risas, dolor y un legado de sororidad por todas las mujeres que día a día asistimos a este “teatro trampa”.
Es bello todo lo que hasta ahora he leído de esta autora colombiana, escrito con pulcritud y, sobre todo, conmovedor. La novela es un réquiem de doscientas cincuenta páginas en la voz de una narradora sin pelos en la lengua que nos cuenta la historia de tres generaciones de mujeres colombianas que viven las fortunas y los infortunios de ser hijas del país del Sagrado Corazón y el realismo mágico.
El texto, probablemente sin proponérselo, tratando de ser fiel a los recuerdos de crecer en un pueblo de la costa Caribe colombiana, humaniza los muros de la casa y permite menstruaciones que duran meses. Así, la solista nos lleva a orar con ella por la dignidad de lo femenino en una sociedad donde la mujer debe ser virgen, esposa y madre o puta y nada. La novela dibuja en sus personajes femeninos una ética que se construye a base de cine, música y literatura. El arte como aliado de la libertad femenina. Mujeres rurales colombianas pensadas por la iglesia y el Estado como vírgenes, esposas y madres se dan el lujo de construir sus propios criterios gracias al cine, la música y la literatura, artes de los que son testigas porque, aunque nos parezca imposible, Colombia también tuvo en su corazón caribe un “Cinema Paraiso”.
La autora hace uso de la anacronía para relatarnos un siglo veinte rural entre las violencias, el amor y el arte y los inicios de un siglo veintiuno urbano que, como dice Kundera, “se ha convertido en una trampa”. Ella hace una crítica al neoliberalismo, en medio de vivencias cotidianas.
Sin ser panfletaria, la novela es una denuncia sobre los sistemas que se nos imponen como verdades únicas e inquebrantables y nos aprisionan hasta matarnos. Nos relata una lucha con nosotras mismas y entre nosotras por unas demandas externas que terminan por obligarnos a morir en todas las formas posibles, tantas veces como tengamos el valor de hacerlo.
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