Anna-Lena Dohmann
Graduada en derecho y ciencias sociales. Trabaja en justicia restaurativa, construcción de paz y Derechos Humanos
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Una cinta desgarrada, un río que divide bosques, una caída, una ruptura, una flecha, un muro de cristal, tu mano que suelta la mía. Y dicen que no debo correr tras de ti, que debo y debo quedarme aquí, en este mundo lleno de violencia, dolor y miseria.
Camino por las calles, cuerpos demacrados, sucios, despojados de toda dignidad. Por qué no se rinden, me pregunto. ¿Por qué duermen sobre cartones en vez de tirarse del puente por no aguantar más la miseria que los hizo llegar hasta aquí? ¿No podemos rendirnos juntos? O al revés: ¿por qué quiero tirarme del puente, a pesar de tener un techo y suficiente comida en la nevera?
Tantos como yo que están muriendo lenta o rápidamente, interiormente, físicamente, espiritualmente, sensualmente, mentalmente. Los pies en la tierra y la mente en el universo. Entre los planetas en los que flotan los seres queridos. En el vacío, simplemente a la deriva en el aire como en el mar. Simplemente despegar.
Pero no – debería quedarme aquí. Debería estar agradecida de estar viva. Porque otros tuvieron que morir aunque no querían. Y entonces me pregunto: ¿no podemos organizar la muerte de otra manera? ¿Con puntos de karma, obligando a la gente a ser buena si quiere vivir y mala si quiere morir? O mejor aún, ¿algún tipo de sistema de planificación en el que todos tengan las mismas oportunidades? ¿Una partida de ajedrez, marionetas, o es simplemente un régimen arbitrario de la biología? ¿O la teología? ¿O la filosofía? Y si la muerte es como es ahora, ¿podemos tener libre albedrío?
La gran ironía es que trabajo con Personas Privadas de la Libertad y defiendo sus derechos humanos, entre otras cosas. ¿Son esas las personas, las personas que podían, querían o tenían que matar a otras personas, las que dominan el juego de la planificación? ¿O forman parte del juego de la planificación? ¿Cómo pueden matar fríamente y tener un corazón cálido al mismo tiempo? ¿Cómo pueden quitar dinero a unos para enriquecerse y al mismo tiempo redistribuirlo entre los que menos tienen? ¿Cómo pueden carecer de empatía y ser empáticos al mismo tiempo? ¿Simpáticos, pero letales? Y cómo puede ser que les haya cogido tanto cariño, como muchos otros. Como seres humanos.
Cielo e infierno a la vez, en cada uno de nosotros. Agua, tierra, fuego, aire, en todos nosotros. Dolor, diversión, tristeza, fiestas, solidaridad, apoyo, guerras, despedidas agridulces, pasado y ojos que se cierran para siempre.
Ojos que podemos ver en todas partes, en las historias que cuentan las personas que tuvieron la suerte de mirarlos. En los murales, en las canciones, en los libros, los museos, en las prácticas ancestrales que hablan de los fantasmas del pasado y los reviven, en mil colores, con los ojos brillando, entre lágrimas y orgullo.
Y la gran pregunta: ¿Cómo podemos vivir los supervivientes con la culpa de la vida? ¿Por qué nosotros y no los demás? ¿Soy más útil a este mundo? ¿Tengo que serlo ahora? Y la respuesta es un sí rotundo a la segunda pregunta: Sí, debo y quiero aportar a este mundo porque estoy viva. Si somos honestos de una vez por todas, nadie sabe la razón real o comprende la lógica de la muerte, de la pérdida, del duelo. De la pregunta ¿por qué sobreviví yo? ¿Por qué éste sí y ésta no?
Sólo alguien o algo que no puedo comprender lo sabe. Así que me pongo en medio. Una pierna en Yin y otra en Yan. Una en el lado bueno y otra en el malo. Una en el cielo y otra en la tierra. Una en el pasado y otra en el presente. Una con los muertos y otro con los vivos. Una en la escasez y otra en la abundancia.
Veo a esta persona frente a mí y tengo que aceptar que él es ambas cosas. Que todo existe al mismo tiempo, a veces incluso juntos. Cierro las piernas antes de aprender accidentalmente a descuartizarme por pura confusión y me sitúo en el centro.
Sí, la gente hace cosas malas. Sí, la gente muere y no hay ninguna lógica detrás de ello. Sí, algunos tienen suerte y otros no.
Pero aquí estamos, en el centro, juntos. Mirando los hermosos y profundos ojos de un ser humano, viendo cómo la Madre Naturaleza pinta paisajes para nosotros. Escuchando los sonidos que nos alegran el corazón: una canción, la risa de un ser querido, un gesto amable, un abrazo, la unión de las personas.
Practicar la solidaridad, tan sin causa como se produce la pérdida. Crear unión y no cerrar los ojos ante la muerte ni olvidar la belleza de la vida.
Enamorarse de la vida.
No sabemos por qué estamos aquí ni qué viene después, pero mientras vivamos en la Madre Tierra, ¡vivamos! No vivir a medias ni morir a medias, ¡vivir plenamente! Mientras podamos y hasta que nuestros seres queridos tengan que aprender el arte del duelo, porque nosotros nos fuimos y no nos fuimos, seguimos solamente el ciclo.
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