
Marian Acevedo
Estudió Derecho y Comunicación Social. Es facilitadora de procesos humanos conscientes
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Mientras Elon Musk planea llevar a un millón de personas a Marte para ´salvar la humanidad´, ocho mil millones quedarán en el planeta que los más ricos ayudaron a destruir. ¿Eso es evolución o el desalojo más cobarde de la historia?
En algún momento de los próximos treinta años, una nave saldrá de la Tierra con un grupo de seres humanos a bordo. No serán científicos neutrales ni exploradores heroicos: serán los primeros colonos de otro mundo. No una expedición épica, sino una minoría con pasaporte privilegiado. Y no es ciencia ficción: es el plan en curso de Elon Musk y su empresa SpaceX, cuya promesa es establecer asentamientos humanos en Marte antes de 2050. Dicen que lo hacen por la supervivencia de la especie. Pero no será toda la especie la que viaje. Solo unos elegidos.
Para Musk, como para muchos otros, la Tierra ya está en cuenta regresiva. Se calcula que si la civilización —con diez mil años de historia— continúa contaminando, deforestando y agotando recursos al ritmo actual, no le quedarán más de dos o tres siglos de habitabilidad. Pero Musk no lo plantea como una advertencia ecológica, sino como una jugada estratégica: cuando algo pierde valor, se reemplaza por un activo más rentable. Y Marte, más que un destino colectivo para la humanidad, es su nueva inversión. Un lugar donde solo quienes puedan pagar esa apuesta tendrán la posibilidad de subsistir. Y no serán precisamente quienes vivieron durante décadas con respeto por los recursos que este planeta ofreció a todos, sino quienes, por encima de todo, lograron acumular grandes fortunas. El Proyecto Marte no es una empresa humanitaria. Es un plan de evacuación anticipada para las élites que más contribuyeron a este desastre.
Y entonces aparece la pregunta que ellos mismos deberían hacerse: ¿cómo pueden —justamente quienes más contribuyeron al colapso— destruir el mundo que es de todos y luego, con el pretexto del desastre, emprender su huida interplanetaria y simplemente desearle “buena suerte” al resto? ¿Dónde queda la responsabilidad colectiva? ¿Desde cuándo tener los medios para escapar equivale a tener el derecho a hacerlo, dejando que sean otros quienes paguen las nefastas consecuencias?
El acceso al futuro se convertirá en un producto de lujo. SpaceX, valorada en miles de millones, no solo vende lanzamientos: comercializa un relato de salvación. Sus contratos con la NASA y el Pentágono consolidan su poder, pero detrás de cada despegue hay una lógica de exclusión silenciosa: cada asiento en una nave representa una inversión privada en un futuro privado. No hay misión colectiva ni humanidad compartida, solo una carrera por asegurar lugar en el próximo mundo. En este modelo, sobrevivir ya no es un derecho biológico: es un privilegio financiero. La humanidad no evoluciona. Se reduce. Se filtra.
¿Qué clase de mundo pretenderán fundar en Marte? ¿Qué tipo de conciencia podrá sostener una sociedad nacida sobre las ruinas de otra, sin siquiera mirar atrás? Porque si quienes destruyeron el planeta son los mismos que ahora diseñan las reglas del nuevo, ¿qué se puede esperar? ¿Un orden regido por la competencia despiadada, donde el dinero sustituye cualquier ética, y sobrevivir depende más de acumular que de convivir? ¿Una sociedad sin memoria, sin culpa, sin preguntas, dispuesta a repetir la historia sin vergüenza?
El presupuesto anual de la NASA supera los 27 mil millones de dólares. SpaceX factura más de 13 mil millones. Con apenas una parte de ese dinero podrían reforestarse las selvas más críticas del planeta, recuperarse los suelos fértiles perdidos, protegerse las fuentes hídricas, garantizarse el acceso digno al agua y a energías limpias, y fortalecerse sistemas comunitarios que sostienen la vida sin agotar el entorno. Pero esos recursos no están siendo dirigidos a la restauración. Se están usando para construir refugios presurizados y hábitats artificiales en un planeta remoto, mientras el nuestro se hunde. No es una cuestión de incapacidad técnica, sino de elección ética. El problema no es que no sepamos cómo salvar lo que queda, sino que quienes más han contribuido al daño prefieren invertir en su escape antes que en la reparación. No hay sentido de comunidad, sino de ventaja; no responsabilidad compartida, sino privilegio.
Y esto lleva a lo más grave: si los más ricos ya tienen una vía de escape, ¿quién los controlará ahora? ¿Quién podrá exigirles responsabilidad sobre los recursos que aún nos quedan, si ya saben que no serán ellos quienes sufran las consecuencias? ¡Es una especie de inmunidad anticipada para seguir derrochando!
Un ciudadano estadounidense promedio consume más de cinco veces lo que consume alguien en Colombia o África. ¡Qué injusticia tan brutal que los que menos daño han causado al planeta sean los que más van a sufrir el impacto del colapso!
Sin embargo, esta podrá ser la mayor oportunidad de nuestra especie. Por primera vez en milenios, el futuro no lo construirán los que más poseyeron, sino quienes más han respetado la vida. Los que se quedan no son los olvidados: son los llamados. Los que, sin haber saqueado, cargarán ahora con la tarea de reparar. Y deberán hacerlo con firmeza y propósito, no por recompensa ni por gloria, sino porque esa será la única forma de reivindicar lo humano. Levantar desde las ruinas una civilización nueva: más consciente, más justa, más enraizada en la vida.
Ustedes —nosotros— seremos los arquitectos de ese mundo por venir. Uno donde el agua será tratada como el bien más sagrado, donde la justicia será un ejercicio cotidiano y la vida, en todas sus formas, será inviolable. Una civilización modesta y sabia, sin delirios de grandeza, pero con un sentido profundo de pertenencia y cuidado. No será perfecta, pero sí coherente. Porque esta vez no construiremos para conquistar, sino para sostener. No para dominar, sino para convivir. Esa será nuestra mayor revolución.
Y la tarea empieza hoy. Cada acto justo es ya un cimiento. Cada árbol sembrado, cada hábito transformado, cada vínculo honrado es parte de ese legado. Que no nos mueva el miedo, sino la responsabilidad. No estamos preparando una fuga. Estamos fundando el futuro.
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