
José Aristizábal García
Autor entre otros libros de Amor y política (2015) y Amor, poder, comunidad (2024)
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Noviembre 2019: el Paro nacional contra el “paquetazo” del presidente Duque fue desbordado por la participación masiva de los trabajadores, las juventudes, las mujeres y los barrios populares que extendieron sus movilizaciones hasta principios del 2020.
Septiembre 2020: la gente volvió a marchar del día 9 hasta el 21 contra los abusos de la policía y el pésimo manejo de la crisis sanitaria del Covid-19 por parte del gobierno.
28 de abril del 2021, hace 4 años: el Paro nacional, convocado contra la reforma tributaria, reventó en múltiples estallidos de rabia, indignación y movilización popular. Ese día, cinco millones de personas alegres, festivas y esperanzadas, desfilaron por las calles de 600 municipios. Pero la alevosía del régimen y la brutalidad de la policía, disparando su violencia contra ciudadanos pacíficos y desarmados, lo transformaron rápidamente en una gran revuelta popular contra el sistema.
En medio de la refriega y para defenderse, aparecieron barricadas, trincheras de conteiners, escudos y “puntos de resistencia”, en Cali, Bogotá, Medellín y otras ciudades. Al frente de las barricadas emergieron las primeras líneas quienes exponen sus cuerpos unidos para frenar los ataques de los antidisturbios, dispuestos a morir por defender la legitimidad y la dignidad de quienes protestan. Detrás, el apoyo de las comunidades barriales cercanas, las segundas y terceras líneas y las ollas comunitarias. Estos puntos se erigieron en baluartes para resguardar el flujo de las movilizaciones y proteger a los manifestantes.
En esos espacios, durante más de dos meses, hasta julio, confrontando la máquina de guerra del Estado, se organizaban la cocina, la logística, la asistencia médica, se realizaban fiestas, actividades artísticas, culturales, pedagógicas y sus asambleas populares. Desde allí se coordinaban las marchas, manifestaciones, plantones, bloqueos de vías y los enfrentamientos callejeros.
Los indígenas del pueblo Misak derribaron las estatuas y memorias de dos conquistadores/colonizadores: Sebastián de Belalcázar en Cali y Gonzalo Jiménez de Quesada en el centro de Bogotá. La multitud plasmó en los muros su indignación y le cambió el nombre a varios lugares dándoles otro significado: Puerto Resistencia de Cali y el Parque de la Resistencia en Medellín.
Los ataques de la fuerza pública escalaron niveles de barbarie con tanquetas, granadas, ametrallamientos desde helicópteros y policías de civil y paramilitares disparando a quema ropa sobre las personas. Pero la solidaridad de las comunidades y los vecinos con sus ollas comunitarias y otras líneas de apoyo, mantuvieron su dinámica como la revuelta social más extendida que ha ocurrido en el país.
El estallido fue una lucha abierta, radical, contra los poderes de dominación y la puesta en práctica, de manera temporal, de unos poderes comunitarios y populares. Poderes de la autonomía, surgidos de abajo, que no buscan ser incluidos en el sistema a través de algunas concesiones, sino que prefiguran otras formas de vida y de sociedad. Y que se expresaron en el ejercicio de una democracia directa en sus asambleas con su consigna ¡el que delega pierde! ¡el que delega en el gobierno, los partidos o los parlamentarios, pierde!
Esta rebelión social logró echar atrás la reforma tributaria, tumbar al ministro de hacienda y algunos cambios en el sistema educativo. Y el ciclo de movilizaciones del 2019 al 2021 puso fin al régimen político del expresidente Álvaro Uribe y le abrió las puertas a la elección de un primer gobierno progresista en este país, como efectivamente se produjo al año siguiente.
Dos hechos completan el significado de este estallido.
1) Como lo señalan varias evaluaciones, un cambio cualitativo respecto a las movilizaciones anteriores en el país, en cuanto a un mayor protagonismo juvenil y de mujeres jóvenes urbanas, juventudes “sin perspectivas de futuro”, la emergencia del actor barrial-popular, la integración de las comunidades campesinas e indígenas con los amplios actores del mundo urbano y “las dinámicas autoconvocadas con toda su diversidad”. Esto le dio más radicalidad a las luchas y una mayor politización dentro de los sectores populares.
2) Este estallido tiene unos vasos comunicantes y unas similitudes con las grandes rebeliones y levantamientos populares que vienen enfrentado al neoliberalismo en América Latina y el mundo en las últimas décadas. Y su inscripción dentro de esos procesos es importante porque de esos hechos reales, que les son comunes, están emergiendo con fuerza unos nuevos sujetos, nuevas formas de enfrentar al sistema y unos nuevos paradigmas para la transformación social, como los siguientes: la autoorganización, la autonomía, la importancia de la comunidad y los comunes, los poderes propios de la gente, la interseccionalidad de las luchas y el papel de los afectos y del amor en esa revolución que ha de venir.
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