
Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Profesor Titular de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Ph.D en DDHH; Ps.D., en DDHH y Economía; Miembro de la Mesa de gobernabilidad y paz, SUE.
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Una “democracia” está cometiendo un genocidio y las demás “democracias callan. El mercado, en el cual se encuentran y se alían todas las democracias realmente existentes, mueve los hilos y decide la absolución. El estado genocida no lo es, aunque todos lo estemos viendo, cada día, en los medios y en las redes sociales. Quieren convencernos de que el genocidio que ocurre ante nuestros ojos, no es un genocidio y que el Estado genocida de Israel, tampoco lo es.
Israel fue implantado en territorio palestino como un Estado de barbarie. Es decir, como un Estado que no obedece las leyes, que violó una y de esa violación nació otra, que también fue violada por ese mismo estado y, así sucesivamente: el mundo hace leyes y acuerdos convenientes para Israel y este los viola para que el mundo haga nuevos pactos, aún más pro-israelies, que, violará otra vez buscando más ventajas y, así indefinidamente, con un dios también hecho a la media de sus ambiciones y unas leyes que le permiten llegar al lugar de degradación moral de donde ya no podrá escapar. Israel ya no podrá asumir la idea de construir una humanidad feliz y pacífica.
Los Estados socios podrán negociar con él y aprobar su crueldad. Pero los pueblos lo detestan, lo condenan. Es un genocida a la luz del día. Goza de impunidad porque ha tejido una red global de negocios que abarca a más de 160 países: con unos tiene tratados de libre comercio (TLC) y, con otros, oficinas económicas o misiones comerciales.
En América Latina, su red se concentra en las principales economías. Con ellas tiene TLC y una oferta de tecnología de punta y altamente especializada en agricultura, agua, seguridad (drones, inteligencia, equipamientos, software espías) y digitalización. Lo que prima no es la cantidad de productos que comercializa, sino la especialización y desarrollo de conocimiento que confiere valor agregado a sus mercancías.
De ahí, emana su poder blando, de una economía de la innovación sostenida por capital humano y empresas emergentes, innovadoras, que usan tecnología de punta y crecen muy rápido y de manera exponencial, las conocidas startups.
Israel tiene la mayor densidad de startups del mundo: 1 por cada 1.400 personas. Para llegar a ese nivel, asigna alrededor del 5.6% de su Producto Interno Bruto (PIB) a la investigación y desarrollo. Es el porcentaje más alto entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Como se dijo antes, con base en la investigación, la experimentación y el desarrollo permanente de nuevos productos, Israel ha creado ecosistemas de vanguardia en ciberseguridad, inteligencia artificial, tecnología financiera (Fintech) y agrotecnología (AgriTech). Por eso, hace grandes inversiones en universidades de élite a través de una mezcla de filantropía de alto nivel, inversiones financieras estratégicas de fondos de dotación y colaboraciones académicas profundas que le garantizan mantener su liderazgo en innovación y tener conexión con los centros de conocimiento más productivos del mundo.
Sus mayores exportaciones globales de alta tecnología representan más de 50.000 millones de dólares anuales, cerca del 45% de sus exportaciones industriales totales. Intel, Google, Microsoft y Apple tienen centros de investigación y desarrollo en Israel e invierten miles de millones anualmente. Solo Intel ha invertido más de 50.000 millones y emplea a cerca de 12.000 personas en Israel.
Así, Israel atrae socios que buscan tecnología transformadora y alianzas económicas que suelen allanar el camino para acuerdos políticos más amplios. Por esas “obvias razones económicas”, el genocidio ocurre “en democracia” y a las empresas que gobiernan el mundo les parece un juego muy rentable.
El poder duro de ese Estado genocida se sostiene con la industria de defensa que define el complejo militar-industrial, (uno de los más avanzados y exportadores del mundo). Esa industria es el pilar fundamental de su economía y su influencia geopolítica.
Israel, el mismo genocida del que estamos hablando, es uno de los diez mayores exportadores de armas a nivel global. En 2023 tuvo el récord histórico de exportación de armas por 12.500 millones de dólares que supera el PIB de numerosos pequeños países como Malta, Andorra, Mónaco, Brunéi, Cabo verde, Timor, Burundi, Guinea, Granada o Dominica.
Sus productos estrella son drones, sistemas cibernéticos, misiles antibalísticos (como la cúpula de hierro) y tecnología de vigilancia altamente codiciada. La eficiencia de sus armas ha sido probada con más de 60.000 civiles asesinados y la destrucción de infraestructuras, cuyos costos son superiores a 20.000 millones.
El pago para los aliados del genocida será la reconstrucción de lo que Israel ha destruido. Serán, más o menos, 40.000 millones de dólares que los mismos depredadores políticos e inversionistas globales esperan poner en sus bolsillos de carroñeros. Estos negocios no solo representan transacciones comerciales, son instrumentos para consolidar las alianzas y la comunidad de intereses de seguridad entre Israel y sus clientes.
Estados Unidos (EUA) es su aliado estratégico fundamental, su cómplice y encargado de “impedir” cualquier sanción, llamado de atención, noticia o narración del genocidio.
Ese vínculo trasciende a los gobiernos de turno. Entre 2019 y 2028, EUA entregará, anualmente, 3.800 millones de dólares, por concepto de ayuda militar externa. Con parte de ese dinero, Israel adquiere y seguirá adquiriendo material estadounidense, aumentará la cooperación en inteligencia y desarrollo conjunto de tecnología de defensa (como el sistema de misiles Arrow). El principal destino de las exportaciones israelíes es a Estados unidos que es su fuente primordial de inversión extranjera directa.
Como socio comercial le sigue la Unión Europea y todos los países que de ella hacen parte, cuyas transacciones con Israel superan los 46.000 millones de euros anuales. Se destaca Alemania, con una relación particularmente profunda, marcada por la reconciliación histórica; es un proveedor clave de tecnología y maquinaria.
Con la India, el estado genocida de Israel tiene una asociación estratégica en ascenso que ronda los 10.000 millones de dólares (excluyendo el sector defensa). Israel se ha convertido en el tercer mayor proveedor de equipamiento de defensa de India, con ventas multimillonarias de sistemas de misiles, drones y tecnología de vigilancia. También provee numerosos centros de excelencia agrícola, con tecnología de riego por goteo que ha revolucionado la agricultura.
Los nuevos socios en medio oriente provienen de los acuerdos de normalización (acuerdos de Abraham) firmados en 2020 con los Emiratos Árabes Unidos (EAU) Baréin, Marruecos y Sudán que representaron un cambio de fondo en la geopolítica regional.
El intercambio con los EAU pasó, de casi cero, a superar los 2.500 millones de dólares en 2022. Son inversiones bidireccionales y, especialmente, fondos de los Emiratos invirtiendo en startups y compañías israelís que operan en Dubai y Abu Dabi.
La relación con China es frágil por las fricciones entre ésta y Estados Unidos. Aún así, el comercio bilateral creció hasta cerca de 24.000 millones de dólares en 2021.
Israel, el Estado sionista y genocida al que nuestras ultraderechas aplauden, visitan y hacen venias, ha demostrado una maestría excepcional para convertir sus crímenes en ventaja. Su influencia global se negocia, se compra y se vende: está construida a partir de una economía de barbarie, una industria militar y una diplomacia que prioriza los intereses de negocios por encima de la vida humana, de la dignidad o del simple respeto por el otro. Siembra muerte y cosecha el mayor desprecio humano posible.
No atiende pactos de humanidad. Entiende de barbarie y de capital. No acata las declaraciones universales de derechos, los Convenios de Ginebra, el Estatuto de Roma, leyes, ni normas de respeto a la vida humana, la soberanía o la autodeterminación de los pueblos. Su red de alianzas, con Estados Unidos como pilar fundamental, se ha ampliado para incluir a potencias europeas, gigantes asiáticos y, como ironía de la historia, a antiguos rivales en el mundo árabe.
En el escenario global del siglo XXI, el poder de Israel es, en esencia, el poder del capital. A su sombra crecen las transnacionales, las narrativas de ultraderecha global y por supuesto los ríos de sangre de sus víctimas.
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