Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Profesor Titular de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Mesa de gobernabilidad y paz del SUE, Integrante del consejo de paz Boyacá, Columnista, Ph.D en DDHH, Ps.D en DDHH y Economía.
•
Es real pensar hoy en la posibilidad de una guerra nuclear. Aunque el riesgo sigue siendo bajo, hay factores geopolíticos, tecnológicos y estratégicos que la hacen ver más cerca. Las condiciones muestran tensiones geopolíticas crecientes entre Estados Unidos, Rusia y China y en áreas como Europa del este, el Pacífico y el Ártico. Esto crea un entorno propenso a la escalada, que se sumaría a conflictos regionales entre Corea del Norte y del Sur y aliados occidentales, a la militarización de India y Pakistán y al ánimo bélico de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Todo ello ha servido de excusa para multiplicar recursos, modernizar arsenales y romper acuerdos de control nuclear, acciones orientadas a debilitar el monitoreo y mantener vigente la amenaza con un discurso político y con doctrinas nucleares.
En la fase de mostrarse listos, el presidente saliente de Estados Unidos empuja a Ucrania a dar el paso y a avanzar en la etapa de guerra psicológica. Él mismo, pone a prueba en Gaza la resistencia humana con el genocidio que hace el sionismo contra el pueblo de Palestina. Además, extiende esa situación a Cisjordania y a El Líbano.
En esa misma fase, otros factores políticos de validación que sirven de apoyo son la ascensión de fascismos pura sangre al control del poder en varias naciones de todos los continentes y la pérdida de legitimidad de la Organización de Naciones Unidas (ONU). La ONU, hoy devastada en sus decisiones por Estados Unidos, que impone un veto de complicidad con el horror, ante la vista impotente del mundo posterior al holocausto.
Una mirada de los impactos de una guerra nuclear desde la economía, la vida social, el escenario militar y la cultura lleva a declarar que habrá calamidades, que el derecho se convertirá en cenizas, que la ética quedará destrozada, que la condición humana estará en alto riesgo y que serán difíciles de apagar las llamas en el planeta.
A la vez, serán incalculables las ganancias para los poderosos (personas, grupos, estados y corporaciones) y las pérdidas para pueblos vulnerados y empobrecidos.
El costo de una guerra nuclear sería incalculable. Esa guerra afectaría todos los aspectos de la vida humana. Aunque es la representación de la máxima escala de investigación científica de la humanidad, implica regresar a la forma más primitiva y a la sinrazón humana. No habrá lugar a exigencias éticas, ni estéticas, mientras lo que sí se verá es el desfile de actores y sectores que podrían lucrarse a costa del sufrimiento y las letales consecuencias para ocho mil millones de seres humanos y del planeta, ya agotado por la lógica mercantil y destructora del capital.
La guerra nuclear es el paso siguiente después de haberlo probado todo. Es una de las mayores amenazas existenciales para la humanidad. Además del costo humano inmediato, afectaría cada aspecto de la vida en el planeta. Por ejemplo, se destruiría la infraestructura: según estudios de simulación, sí esta guerra fuera entre India y Pakistán, dos potencias, podría destruir miles de kilómetros cuadrados de infraestructura, valorada en trillones de dólares.
En esa situación, el colapso afectaría la economía global, se interrumpiría el comercio internacional, se cerrarían mercados y se destruirían redes de transporte y de conectividades, lo que conduciría a una recesión mundial.
En 2023, la economía global se valoró en 105 billones de dólares y una guerra nuclear podría reducirla entre un 20 y un 50 %. La recesión sería prolongada, las reconstrucciones tomarían décadas para algunas naciones y otras serían incapaces de recuperarse.
El costo social simulado muestra que habría pérdida de vidas humanas de entre 50 y 90 millones de personas en las primeras horas de ataque militar. En una escala mayor, las bajas superarían los mil millones. Las crisis humanitarias, según la Organización Mundial de la Salud, harían colapsar los sistemas de salud por superación de la capacidad para atender heridos, tratar enfermedades y proporcionar agua potable. El desplazamiento masivo contaría a millones de personas buscando refugio en países no afectados, que serían en esencia los victimarios; se desbordarían los sistemas de acogida y habría crisis sin precedentes por éxodos de desterrados y refugiados.
El costo militar sería de devastación. Las superpotencias apuntarían sus misiles, inicialmente, al territorio de aliados estratégicos y las fuerzas armadas en todas sus escalas y niveles quedarían severamente dañadas.
En 2022, había más de 12,500 armas nucleares en el mundo, sobre todo, en Rusia (5,889) y Estados Unidos (5,244 según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo, Sipri). Esas armas dejarían inexistente, en la práctica, la capacidad de defensa en las áreas afectadas. Además, la carrera armamentista jalonaría a otras naciones, incluso después del conflicto, a dedicar sus capacidades y recursos económicos y de investigación a desarrollar armas nucleares como disuasión. Eso exacerbaría los riesgos a futuro.
El costo cultural de una guerra nuclear sería irreversible. Se afectarían todos los modos de existencia humana, de organización y convivencia, las costumbres, la lengua, los símbolos, las comunicaciones, riquezas intangibles, artes y sentido de humanidad. Al quedar destruidas ciudades históricas como París, Roma o Kioto, que contienen patrimonios globales, desaparecerían siglos de patrimonio cultural. Se perdería memoria colectiva, habría manipulación histórica, se instaurarían otros sistemas de valores y habría un impensado daño psicológico, profundas cicatrices en la psique colectiva, con traumas de difícil recuperación e incertidumbres ante un futuro sombrío, incomunicado y temeroso.
Los beneficiarios potenciales serían la industria armamentista, empresas que producen armas nucleares y sistemas de defensa antimisiles. Ellas tendrían aumentos significativos en ganancias. También, las corporaciones de reconstrucción de infraestructura y las élites políticas y militares que se servirían de la guerra como excusa para consolidar poder.
En fin, reaparecerá la pregunta sobre por qué regresa la guerra que hicieron Einstein y Freud, al tiempo con el quien soy yo de Kant y Saramago. Ya no el derecho, sino la fuerza, pondrá las reglas. Las constituciones quedarán a merced de estados de excepción y será la guerra lo que una y crea alianzas, de modo que no habrá manera de evitar la solución violenta de los conflictos de intereses.
Del Derecho Internacional Humanitario (DIH) no quedaría vigente principio alguno: ni el de la distinción entre civiles y combatientes, ni el de proporcionalidad o el del mínimo respeto por la población protegida como niños, niñas, mujeres o gente anciana. La impunidad sería total, los delitos pasarían al plano de la legalidad con la justificación de la legítima defensa.
La única solución viable es prevenir el conflicto nuclear mediante acuerdos multilaterales y con el desarme nuclear global. Presionar esos acuerdos y ese desarme con grandes movilizaciones de defensores de la vida y del planeta en todo el mundo. Poner, así, en retirada la arrogancia del poder, al que no le importa la supervivencia de nuestra especie, sobre todo, la de grandes masas de población ya despojadas.
Para mantenerse al día con nuestras publicaciones directamente en su cuenta de WhatsApp, haga clic en el botón “SUSCRIBIRME”.
Deja una respuesta