
Beatriz Vanegas Athías
Escritora, profesora y editora
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Los Montes de María —también llamados Serranía de San Jacinto— forman una subregión ubicada entre los departamentos de Bolívar y Sucre, en la región Caribe de nuestro país. Está compuesta por 15 municipios en total. Recordemos cuáles son: El Carmen de Bolívar, San Jacinto, San Juan Nepomuceno, María La Baja, Zambrano, Córdoba, El Guamo, Mahates en el departamento de Bolívar. Los otros siete municipios se hallan geográficamente en el departamento de Sucre y son Ovejas, , Morroa, Los Palmitos, San Onofre, Toluviejo, Colosó y Chalán.
Durante las décadas de los noventa del siglo XX y primera del XXI la alianza del narcotráfico con el paramilitarismo exacerbó la guerra en aquellos pueblos. Los Montes de María se convirtieron en una de las zonas más afectadas por el conflicto armado, que involucró a las guerrillas (FARC, ELN), paramilitares y fuerza pública. La muerte sonreía. Las puertas se cerraron, fueron derrotadas porque había que encerrarse desde temprano. Y ni así había posibilidad de guarecerse de los infames. El vecino, la vecina, se transformaron en el enemigo. Reinó por años la pisantrofobia, ese miedo a confiar en las personas debido a la experiencia negativa del pasado. Fueron famosos por la sangre inocente que corrió los pueblos El Carmen de Bolívar (El Salado, conviene releer la estupenda crónica sobre esa masacre que escribió Alberto Salcedo Ramos), Ovejas, Morroa, San Onofre, Colosó, Chalán, entre otros.
Masacres como las ocurridas en Las Brisas, San Juan Nepomuceno, El Salado (2000), o la de Chengue (2001) y desplazamientos de pueblos como Mampuján en el 2000 marcaron la memoria colectiva.
Por estos días el expresidente Álvaro Uribe Vélez estuvo haciendo campaña en El Carmen de Bolívar y en Ovejas. Tuvo el cinismo de ir a los pueblos en los que durante su gobierno se pasó por encima de tanta gente. Llegó sin apuro, escoltado hasta el exceso, como quien vuelve a una casa abandonada y reclama todavía el derecho a tocar sus paredes. No había vergüenza en sus pasos, solo la arrogancia del que ha olvidado que la tierra, incluso callada, guarda un inventario de todo los muertos que hizo depositar dentro de ella.
Miró alrededor con esa tranquilidad ofensiva que tienen los que no se asoman al abismo porque creen dominarlo. Y ahí estaban los que seguían obedeciendo su sombra, el hombre de El Carmen de Bolívar que camina porque ve a los otros caminar orgulloso de llamarse uribista trotando sobre un caballito de madera para homenajear a su héroe, el capataz. Uribe, con su cinismo también anciano, reía de la ridiculez encarnada. En Ovejas constató también su impunidad ante la histeria de mujeres pobrísimas que le gritaban que lo amaban: ¡En Ovejas!
Visitar los sitios donde extendió el horror como una política central de su gobierno nefasto de la Seguridad Democrática, no es un hecho fortuito, es un gesto de saberse intocable, es una burla a la memoria y al dolor de tantos muertos. Es una advertencia para todos su presencia, ahí hurgando en la herida, porque nadie debería regresar impune al sitio donde hizo temblar la vida. No es gratuito que en su cuenta de X este señor Uribe haya escrito: “el éxito de un manipulador depende del grado de ignorancia de sus seguidores”.


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