Crédito Imagen: IzoWeb
Víctor Solano Franco
Comunicador Social y periodista
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En tiempos de polarización política y en un país en el que primero se disiente y luego de pregunta de qué se está hablando, es fundamental recordar la importancia del respeto hacia las expresiones políticas de los demás, incluso cuando difieren de nuestras propias opiniones. En una sociedad democrática, la diversidad de pensamiento es un valor fundamental que enriquece el debate público y fortalece la democracia. Sin embargo, lamentablemente, hemos sido testigos de cómo la discrepancia política ha sido tergiversada como una confrontación entre enemigos, en lugar de ser vista como una oportunidad para el diálogo y el entendimiento mutuo.
Tal vez peco de ser un enfermo kantiano que aún cree en la autorregulación, en la obsesión por la búsqueda del consenso, pero no le otorgo valor al uso de la grosería para imponer mi verdad a los demás.
El reciente contraste entre las marchas a favor (1° de mayo) y en contra del Gobierno (21 de abril) es un ejemplo claro de esta dinámica. En lugar de reconocer la legitimidad de ambas expresiones y buscar puntos de encuentro, se ha caído en la trampa de la confrontación y la descalificación mutua. Ambos bandos han tratado de imponer su narrativa y deslegitimar a los opositores, ignorando los argumentos y las preocupaciones de aquellos que piensan diferente. Se ha recurrido a montajes con imágenes confeccionadas con inteligencia artificial para inflar la participación como hizo algún activista del petrismo y se desinformó comparando fotos de la Plaza de Bolívar en Bogotá en la que la del 21 de abril aparecía abarrotada en su momento de clímax y la del 1° de mayo, escuálida porque la segunda se tomó en momentos en que apenas estaban ingresando los manifestantes a favor del Presidente.
Esta actitud de desprecio hacia las opiniones políticas divergentes solo contribuye a profundizar las divisiones en nuestra sociedad y dificulta la búsqueda de soluciones consensuadas a los problemas que enfrentamos como país. En lugar de buscar culpables o enemigos, es necesario fomentar el respeto, la empatía y el diálogo constructivo entre todas las partes. Todos tenemos derecho a expresar nuestras opiniones y a ser escuchados, sin importar nuestra afiliación política. Como estamos, no construimos Nación, sino que la desvalijamos para juntar pedazos y con ellos pavimentar narrativas proselitistas.
Me preocupa mucho el discurso radical de una Paloma Valencia o de una María Fernanda Cabal en la que la derecha es la única salvación para los pobres desvalidos y todo lo demás hiede. Pero me preocupa aun más, que por caminos similares un Gustavo Petro haga lo mismo. No porque sea él, sino porque ostenta la dignidad de Presidente, la figura que debe llamar a la unión del país.
Es hora de dejar de lado o por lo menos de quitarle bríos a la confrontación por ser estéril; nos compete más trabajar juntos en la construcción de un país más inclusivo, tolerante y democrático. Esto implica reconocer la legitimidad de las opiniones diferentes, buscar puntos de encuentro y construir sobre lo que nos une en lugar de lo que nos divide. Solo así podremos avanzar hacia un futuro más prometedor para todos los colombianos.
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