
Gustavo Melo Barrera
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Si usted, estimado lector, ha cometido el imperdonable error de ser competente, de pensar con lucidez o de tener una idea que podría cambiar las cosas, le advertimos: camina sobre terreno minado. En la época que nos ha tocado vivir, el talento es un peligro latente, y la inteligencia, una afrenta personal para quienes ostentan el poder sin mérito alguno. Bienvenido al Síndrome de Procusto, un fenómeno que los líderes de hoy—sin ética y sin escrúpulos—han convertido en su estrategia favorita para sostenerse en la cima.
Procusto, aquel personaje mitológico que ajustaba a la fuerza a sus huéspedes para que encajaran en su lecho, sería hoy un líder ejemplar. En los círculos políticos, empresariales y sociales, la táctica es la misma: quien sobresale demasiado debe ser podado, y quien demuestra destreza por encima del linaje, las influencias o la servidumbre incondicional, debe ser castigado.
Lo hemos visto en la historia una y otra vez: el talento incomoda, la independencia intelectual es una amenaza, la brillantez es un peligro para quienes han hecho de la mediocridad su zona de confort. En estas tierras, el ascenso no es cuestión de capacidades, sino de complicidades. Y cuando alguien osa romper el esquema y demostrar que el mérito aún puede ser el motor del progreso, las tijeras de Procusto se activan de inmediato.
Los grandes líderes, aquellos que solían levantar imperios sobre los pilares del talento, han sido reemplazados por burócratas sin imaginación y dirigentes sin principios. ¿Cómo identificarlos? Muy fácil. Son aquellos que ven la inteligencia ajena como un insulto, el pensamiento crítico como una amenaza, y el progreso como algo que solo debe beneficiar a los de siempre.
Desde el ámbito político hasta el empresarial, pasando por el académico y el social, el guion es el mismo. ¿Tienes ideas innovadoras? Prepárate para el ostracismo. ¿Eres más capaz que tu jefe? Disimula, o terminarás en el limbo profesional. ¿Tu apellido no coincide con los círculos de poder? Da igual lo que sepas, nunca será suficiente.
Porque, en la era de Procusto, el talento se castiga y la mediocridad se recompensa. Así que, si usted aún insiste en sobresalir por mérito propio, aquí algunos consejos de supervivencia:
– Nunca hable demasiado alto. Un argumento brillante es ofensivo para quienes solo pueden repetir consignas vacías.
– Aplauda lo absurdo. La incompetencia en el poder se protege con redes de mutua adulación. Únase, o será expulsado.
– Evite hacer preguntas incómodas. La ética y la transparencia son enemigos del statu quo.
– Siéntase afortunado si es ignorado. Significa que, al menos por ahora, no han decidido hacerle desaparecer del mapa.
– Haga como que no ve la injusticia. Señalarla puede costarle su lugar en la mesa.
En un mundo racional, los líderes reconocerían que rodearse de los mejores es la clave del éxito. Pero en tiempos de Procusto, la mediocridad es el único pasaporte válido hacia el poder.
De Procusto a los Nombres de Hoy: El Paso a la Guillotina de la Mediocridad
Si antes Procusto cortaba cabezas para que encajaran en su lecho de hierro, hoy, los nombres con poder afilan la guillotina de la mediocridad con una precisión quirúrgica.
Ya no se necesita un verdugo disfrazado de mito griego para ajustar la realidad a su conveniencia. Ahora la guillotina es invisible, pero más eficiente que nunca. La podadora del talento se activa en los círculos políticos, empresariales y académicos con la facilidad de un trámite burocrático: si alguien sobresale por capacidad propia, si sus ideas no necesitan el amparo de apellidos rimbombantes, si desafía la regla de que el ascenso debe ser por influencia y no por mérito, entonces hay que hacerlo desaparecer.
Los líderes de hoy han perfeccionado esta práctica con maestría. El manual de Procusto quedó obsoleto; ahora basta con un decreto, una campaña de desprestigio o, mejor aún, el silencio calculado. Porque el talento no se confronta, se invisibiliza.
Cuando alguien desafía la mediocridad instalada, los mecanismos de supresión entran en acción:
- – La estrategia del desprestigio: Si la inteligencia incomoda, basta con sembrar la duda. “Es demasiado idealista”, “no conoce cómo funciona el sistema”, “su éxito es circunstancial”. Se repite lo suficiente y se convierte en verdad.
- – El destierro burocrático: Se inventan trabas, se entorpecen procesos, se cierran puertas sin explicaciones. No hay espacio para quien brilla sin permiso.
- – La cooptación forzada: Quien sobresale debe ser absorbido por la máquina del statu quo. Si insiste en pensar con independencia, se le expulsa.
- – La ley del silencio: La censura moderna no es explícita, es estratégica. Se ignoran las voces incómodas hasta que se extinguen por sí solas.
- – La guillotina social: Cuando todo lo demás falla, queda la vieja y confiable estrategia de aislar al disidente. Sin redes, sin reconocimiento, sin oportunidades.
Si usted, ingenuo lector, aún cree que puede triunfar por talento propio, si aún piensa que la inteligencia es una virtud y no un peligro, prepárese. Porque, en tiempos de Procusto, quien no se somete, simplemente desaparece.
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