
Felipe Polanía
Educador Artístico y Mediador Cultural
Viviendo en Zurich, en condición de exilio
•
Después de 12 horas de vuelo, Patiño, un músico caleño, llegó de Bogotá a Ámsterdam en un avión de KLM, que había partido el día anterior a las 4 de la tarde. Su destino era Berlín. Quería visitar un amigo de la universidad y conocer la escena musical underground alemana. Luego tenía que regresar para incorporarse a su trabajo en una universidad.
En Ámsterdam, durante el control de pasaporte, Patiño estaba algo nervioso. Era su primera vez en Europa y hablaba poco inglés. “Por suerte – pensó- no necesito visa”. El guardia de aduana holandés se quedó mirando el pasaporte largo rato, contrastando el rostro de la foto con el rostro en la ventanilla; se levantó de la silla y dijo “please wait a moment” retirándose a la parte posterior del cubículo de inmigración. Después llegaron dos agentes que llevaron a Patiño a un cuarto separado. Durante varias horas le preguntaron sobre el propósito de su viaje, sus cuentas bancarias, su itinerario en Alemania, su familia, su trabajo y otras tantas cosas que terminaron inquietándole. Patiño no sabía cómo responder a cada pregunta. Sentía que cualquier respuesta lo hundía en un remolino de sospechas de los guardias.
Después de 14 horas encerrado en un cuarto sin ventanas, Patiño fue regresado contra su voluntad a Colombia. Los guardas aduaneros holandeses consideraron que había suficientes motivos para sospechar, que el músico graduado de la universidad del Valle pretendía quedarse en Europa de manera ilegal. La prueba fehaciente era esa cara de pérfido que portaba, los labios extensos y carnosos y el pelo negro levemente ensortijado.
El ingreso libre de visa, afirman las autoridades europeas, es para el turismo, no para inmigrar.
Europa ha creado un sofisticado mecanismo que, según los gobiernos, sirve para detectar y deshacerse de las personas que las autoridades europeas suponen pérfidas y mentirosas, que pretenden entrar al viejo continente aparentando ser turistas o presentan solicitudes de asilo de forma fraudulenta.
Anualmente se destinan millones de Euros para sostener una guardia fronteriza llamada FRONTEX, decenas de centros de expulsión y cárceles para migrantes irregulares y solicitantes de asilo con documentación falsa. Europa deporta cientos de personas por día. 110 mil humanos corrieron esa suerte en 2023.
A finales de noviembre de 2024, el gobierno británico decidió pedir, de nuevo, visa para el ingreso de personas colombianas al Reino Unido.
Según la BBC, la decisión se debió a un “un aumento significativo y sostenido en las solicitudes de asilo. y altos índices de rechazos en la frontera debido a personas que viajan sin la intención de visitar al país”. El gobierno británico afirma que las solicitudes de asilo han ascendido de manera vertiginosa desde que no se exige visa. El embajador colombiano Roy Barreras afirmó al diario El Tiempo que «una minoría de compatriotas, como lo hemos advertido desde hace meses, abusó de la facilidad de viajar sin visa y ha perjudicado a la mayoría con la práctica irregular de solicitar falsos asilos, con documentaciones falsas que han disparado por miles las solicitudes de esos asilos».
Sin embargo, la decisión del Reino Unido poco o nada tiene que ver con lo que hagan o dejen de hacer personas solicitantes de asilo. Las políticas de asilo y migración, más que regular un flujo poblacional, son instrumentos para consolidar narrativas nacionalistas y diferenciar -tajantemente- lo propio de lo foráneo. Así se construyen, en la cotidianeidad, los imaginarios raciales que siguen dominando la política y la cultura europeas.
Un ejemplo de esto es la preocupación que tiene el Reino Unido -desde hace mucho tiempo- acerca de la presencia, en su territorio, de personas provenientes de sus antiguas colonias. Según el autor Ian Sanjay Patel la Ley de Inmigrantes de la Commonwealth de 1962, estaba motivada por el temor a que demasiadas “personas de color” se establecieran en Gran Bretaña. Cuarenta años despues, en 2004, el primer ministro del Reino Unido, Tony Blair, exigía medidas drásticas para “detener los abusos” de los países de la nueva Commonwealth: Nigeria, Sierra Leona, India, Pakistán y Bangladesh. Entonces también se hablaba de abusos y de limitar el número de personas de raza negra y asiática en Gran Bretaña.
Así como el Reino Unido, Europa entera afirma ser blanca. O, mejor dicho, el discurso dominante en esta parte del mundo quiere y pretende construir países blancos diferenciados de países de otras razas.
Según ese discurso, la riqueza europea es fruto del trabajo propio y el sur es pobre por perezoso. Aunque un estudio de la Universidad Autónoma de Barcelona haya encontrado que el 90% de la mano de obra que mueve la economía mundial se concentra en el sur global y que esos trabajadores y trabajadoras solo reciben el 21% de los ingresos globales. Dicho de manera más directa: aunque en el sur se produce casi todo, casi nada queda para el sur.
Según el relato colonial, la población autodefinida como blanca europea, tiene el derecho prioritario a beneficiarse de las riquezas producidas en el sur. Por esta razón, las políticas de migración han tratado siempre de repeler la presencia de los cuerpos negros e indígenas en Europa. Lo hacen a través de las restricciones de ingreso, los condicionamientos a la permanencia, las políticas de nacionalización y, finalmente, a través de una ingeniería cultural -racismo- que construye a estos cuerpos como extraños y no propios de Europa.
Mientras el Sur Global siga produciendo riqueza para el mundo y continúe sometido al saqueo y el expolio por parte del capital internacional, la migración seguirá siendo un camino para participar del bienestar que se consume en Europa y Gran Bretaña. Migrar es un acto de justicia histórica.
Como dice el cantautor León Gieco en una de sus canciones: “Si me pides que vuelva al lugar donde nací, yo pido que tu empresa se vaya de mi país y así será de igual a igual”.
Deja una respuesta