
Beatriz Vanegas Athías
Escritora, profesora y editora
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Son estos días de muchas palabras pues está pasando abril para celebrar a Cervantes y a Shakespeare, además de que ocurre la Feria Internacional del Libro de Bogotá, un paraíso para nosotras las lectoras. La promesa de encontrar un libro más, dos, tres, cuatro (la lectora nunca se sacia) es una razón contundente para estar viva.
Pienso entonces en los libros y en las palabras. Por ejemplo, imagino el vocablo aliprujo y me instalo en el calor, en los inicios de la noche cuando el día es un gris sufriente. Vivo entonces el fastidio de una bandada de animalitos adoradores de la luz amarilla de los focos (que no bombillas) que emprenden la entrada a todos los orificios de los aterrados humanos. Me instalo en el musengue, un moño de cabuyas de colores, delgadísimas, que intenta espantarlos. Esos aliprujos fundaban la hora del mosquito que se disolvía como por ensalmo a las ocho de la noche.
Pienso en la palabra chisme y no fluye el significado español que alude al cotilleo o acto de poner a caminar un rumor con las piernas de la verdad. Un chisme, los chismes me mandan a entrar a la casa de la adolescencia y crece de inmediato una colina de diversos chócoros, es decir, platos, cucharas, ollas, pocillos, vasos, tazas. Oigo entonces con nitidez espeluznante la voz de la madre que grita: “Lava los chismes, niña”.
Las palabras son tiempo, espacio, acto. Por eso son un hogar perdido y decirlas (en voz alta o en la escritura) es retornar a él. Decir mafufo o cuatrofilo es instalarme ante una mesa servida con tajadas de platanito verde (se me hace agua la boca mientras escribo). Decir cabeza de gato es escuchar las risas de mis amigas mujeres poetas a la hora del desayuno en el Encuentro Internacional de Cereté de Córdoba. Cada palabra es una casa o un cúmulo de sensaciones, decir embustera, déjate de tanto embuste, hace resonar un tambor por el golpe fonético que implica pronunciar las sílabas em-bus-te, que muy poca relación tiene con la común palabra mentira.
Ver al carpintero que fue a mi casa a construir una biblioteca, verlo martillar hasta ajustar los clavos, no sólo permitió asistir al surgimiento de un nuevo hogar para mis libros, pude saborear el recuerdo de muchos besos recibidos y dados con estupor a veces, con ardor, otras. En el Caribe sucreño, de mojana y sabana, de río y mar que te peguen una martillada indica que te han besado hasta el estómago. Y si martillas mucho es que has tenido una carrandanga de novias o de novios y entonces hay que compartir y no ser tan truñuña(cují).
Que sea este abril una oportunidad para no ser truñuños y adquirir una buena carrandanga de libros que nos regalen muchas palabras para habitar.
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