
Víctor Solano Franco
Comunicador social y periodista
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Me he resistido a ver el que me cuentan es un escalofriante video en el que Sara Millerey González aparece arrinconada en las orillas de un río, momentos antes de morir ahogada tras ser brutalmente golpeada.
No lo veré tanto como por no hacerle el juego al que lo grabó en lugar de auxiliarla, como por no tener que regodiarme en el morbo de ver esas escenas. No necesito ver el video para confirmar que fue torturada antes de ser asesinada.
Su caso confirma una de nuestras peores enfermedades de la sociedad colombiana: la indolencia. En Colombia ya van 25 asesinatos contra la población LGBTIQ+ en 2025 y parecería que no pasa nada, que no nos afectara porque “es que eso le pasa a esa gente”. Pues esa gente es mi gente y es su gente, miago lector porque no es necesario hacer parte de la comunidad LGBTIQ+ para que nos duela la violencia, nos debe doler porque somos humanos y, además, fue en nuestro país como toda la serie sistemática de exterminio.
Pero este asesinato, aunque atemoriza especialmente a la población LGBTIQ+, debe ser repudiado por el conjunto de la sociedad, como nos debe doler cada homicidio, cada acto de violencia. No puede admitirse ninguna justificación circunstancial para ‘explicar’ porqué fue víctima. Sencillo: Nunca debió ser atacada.
Esta mañana leí que los periodistas del diario Q’Hubo en Medellín, y que han cubierto la noticia con sus reportajes, han sido amenazados de muerte e intimidados con mensajes que buscan justificar su actuar. “Vamos a empezar a matar a todos estos periodistas mediocres y pervertidos de estos pasquines amarillistas, empezando por el que habla en este video. Vamos a ir a la sede de Q’hubo y de otros pasquines y les vamos a hacer seguimiento e irlos eliminando para que respeten la sociedad normal”.
En nombre de la “sociedad normal” que quiere excluir todo lo diferente, estos verdaderos enfermos pretenden estandarizar a la brava, la mayor virtud que tiene la humanidad y es la posibilidad de construir su diferencia a partir de las infinitas identidades en las que cada cual tiene el derecho a autoreconocerse. Cuando en una sociedad, algunos pretenden peluquiar las ‘irregularidades’ con la sutileza de una motosierra lo que hacen es devastarnos a todos, y si el conjunto de la sociedad tolera esas prácticas con su indiferencia, esa regularidad es la que nos convertirá en bárbaros, en monstruos.
Mi solidaridad con Sara Millerey, sus familiares; con todas las víctimas de las muy diversas y lamentablemente creativas formas emergentes de violencias; y con todos los periodistas que hayan sido amenazados por el ejercicio de su actividad en favor de la información.
La cobardía de lo que se autodenominan “normales” no debe por nada del mundo amedrantar a quienes se paren en las orillas de la diferencia. Si eso es normal, quiero entonces renunciar a la aplanadora de la “normalidad”.
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