José Aristizábal García
Autor entre otros libros de Amor y política (2015) y Amor, poder, comunidad (2024)
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La dura crisis humanitaria del Catatumbo nos revela dos cosas: i) que las paces desde arriba, que son las negociaciones y acuerdos de paz de los armados y enfrentados, es decir, del Estado y las guerrillas, no han logrado ponerle fin a la confrontación armada, ni desde la derecha ni desde la izquierda. ii) Que ahora nos toca a los movimientos sociales, las comunidades y la sociedad civil impulsar la paz desde abajo.
La paz desde abajo es esa que siempre están construyendo los vecinos, las comunidades y las organizaciones sociales para superar sus contradicciones y conflictos y enfrentar las consecuencias de la guerra, pues, en cada territorio, hay factores externos, pero también internos o locales, que alimentan los conflictos armados. Es esa que impulsan las gentes y los grupos sociales, quienes, a pesar de las exclusiones y las violencias a que han sido sometidos, tienen unos saberes, una cultura y unas capacidades que les han permitido construir sus vidas, sus comunidades, sus economías.
Las poblaciones locales y las comunidades tienen numerosos aportes para la construcción de la paz: i) su conocimiento directo del territorio, de los diferentes actores que se mueven en él, de las afectaciones del conflicto armado y las violencias que han vivido en carne propia. ii) Sus programas, pliegos, planes de vida o mandatos, derivados de sus concertaciones y acuerdos con los gobiernos, la mayoría de ellos incumplidos, y dentro de los cuales están condensadas sus principales problemáticas. iii) Sus capacidades para construir organizaciones sociales, procesos de participación y movilización social y sus esfuerzos por la convivencia y la paz. iv) En muchos casos, ellas han dado ejemplos del ejercicio de la resistencia no violenta y la autonomía frente a los actores armados, recuperaciones de tierras, la prevención del desplazamiento o su retorno.
Dentro de esta construcción de paz encontramos las “comunidades de paz”, las «Iniciativas civiles de paz de base social” e innumerables formas de “arreglos” y mediaciones pacíficas. Estos son empoderamientos ciudadanos por la paz. Algunos de sus ejemplos: la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare, las asambleas municipales constituyentes de paz, la experiencia de Cocomacia en el medio Atrato chocoano y las resistencias indígenas del Cauca.
También debemos recordar el gran ascenso de los movimientos sociales por la paz de los años noventa. Luego de que la Constitución de 1991 no logró superar el conflicto armado, que los frentes guerrilleros crecieron y ampliaron su base territorial y la violencia aumentó, surgieron cantidades de iniciativas ciudadanas contra la guerra, por la defensa de la vida y la solución política del conflicto armado, las cuales empujaron una amplia movilización por la paz.
En 1993 se fundó la Red Nacional de Iniciativas Ciudadanas contra la Guerra y por la Paz, Redepaz. En 1996 dos millones setecientos mil niños votaron el Mandato Nacional de los niños por la paz y sus derechos. El 26 de octubre de 1997 el Mandato Ciudadano por la Paz, la Vida y la Libertad obtuvo diez millones de votos. En diciembre de ese mismo año se creó la Asamblea Municipal Constituyente de Paz de Mogotes. A partir de la anterior en los años siguientes se replicaron doscientas asambleas municipales constituyentes de paz en quince departamentos. El ascenso de esta ola y sus acciones en plazas, calles y auditorios, presionaron al gobierno de Pastrana a abrir las negociaciones con las FARC en el Caguán. Y desde esa época, se celebra, cada año, la semana por la paz.
El problema de ahora no es sólo la crisis del Catatumbo y que ya no se pudo la paz total; es también que la otra opción que se puede venir encima, en una coyuntura de ascenso mundial de la extrema derecha y del expansionismo imperial norteamericano, es la guerra total, la supuesta solución militar. Entonces, quizás esta sea la oportunidad que se aproveche para que la mayoría de la población, que quiere la paz, reaccione, se levante y se movilice.
Las organizaciones sociales y comunitarias del Catatumbo han hecho un llamado al cese de del fuego y un Pacto por el Catatumbo. Las tres plataformas colombianas de paz y derechos humanos han dicho que “la paz debe ser una prioridad inquebrantable”. Siguiendo esos llamados, la inmensa solidaridad que se ha desatado con el Catatumbo podría ir acompañada de encuentros locales y regionales que desemboquen en un encuentro nacional donde se articulen y retroalimenten las más diversas expresiones cívicas y populares que trabajan por la solución política del conflicto armado. De allí podrían salir propuestas que movilicen a la gente para diálogos, acciones y acuerdos humanitarios en las regiones y municipios, para el cese de las hostilidades entre el ELN y el Frente 33 de las ex-FARC, y un replanteamiento en los diálogos con el ELN y las disidencias.
En un país donde la gran mayoría de la población ha sido víctima del conflicto armado o de la violencia estructural del sistema, toda ella puede ser autoconvocada a desarrollar alguna actividad dentro de las tareas del empoderamiento civil por la paz. En la paz desde abajo, cabemos todas y todos: las gentes de las artes y las culturas pueden concitar aún más la atención con sus grafitis “las cuchas tenían razón” y “quien dio la orden”, sus músicas y sus actividades lúdicas. Las juventudes y los estudiantes tienen el vasto campo de las redes sociales para hacer campañas y convocatorias invitando a sus entornos familiares y académicos. Las mujeres, que reclaman sus cuerpos como territorios de paz y ya se han movilizado muchas veces contra la guerra, como la Ruta Pacífica por la Paz y la Organización Femenina Popular. Las víctimas, que se han organizado para buscar a sus desaparecidos y proponer acuerdos humanitarios. Los trabajadores, los indígenas, los negros. Y los ambientalistas para reforzar y completar la paz con la naturaleza.
Además, necesitamos un movimiento social fuerte, como éste que se está proponiendo desde diversas fuentes, que haga un control social o veeduría frente al estado de conmoción interior y los billones de pesos que se van a aplicar con sus decretos. Es crucial, si queremos la paz, que la mayor parte de esos recursos públicos no sean dedicados a reforzar a las Fuerzas Armadas, sino a la inversión social real y que esta no se quede en manos de contratistas o políticos, sino que vaya directamente a las familias desplazadas y afectadas por la confrontación militar, a la financiación de las economías populares propias de la región y a la recuperación de los tejidos sociales.
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