
Juanita Uribe
Estudió psicología, es escritora y columnista. Ha publicado textos literarios y de opinión en medios digitales e impresos, y ha sido premiada en concursos de escritura creativa. Su trabajo combina divulgación científica e histórica con crítica social y política.
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La característica más significativa del fascismo es decidir quién debe vivir y quién no. Decidir quién merece vivir, quién merece morir. Decidir a quién se le dispara. Para ellos, incluso, una bala vale más que una vida.
A todos, en algún momento, se nos sale lo facho. A mí, cuando se meten con los indefensos: niños y animales. Les confieso: he pensado que todo pederasta o pedófilo debería morir, porque, incluso en términos evolutivos, no sirven a la humanidad. Luego reviso ese pensamiento: imagino estar frente a esa persona y ejecutar el acto, y el impulso facho desaparece. Lo máximo a lo que llegaría sería, eso sí, pedir cadena perpetua.
Fantasear con pegarle un balazo a alguien que piensa, siente y se relaciona distinto a mí y decirlo además con gracia pública, saboreando esa fantasía que excita su lenguaje verbal y corporal, es profundamente perturbador cuando viene desde una presentación estilizada: la belleza ejercida como performance, la estética de comunicadora social que exhibe su oficio. Más aun viniendo de una abogada: la contradicción entre su función, el Derecho como garantía de vida y justicia y su apología del matadero nos obliga a reflexionar sobre la cultura política del país.
Esto no es un chisme de farándula. Es gravísimo: el resultado de un grupo parasitario, fascista, que siente una moralidad suprema, que se cree dios y dispara porque considera a los demás inferiores.
Tener control social a punta de pepazos es la apología del fascismo en su máxima expresión. Señores uribistas: así es como se construyó la maquinaria nazi que terminó en genocidio, en la ceguera que no midió la edad ni la inocencia y así se repite la historia. No quiero volver a lo que ha pasado en Gaza, pero no podemos silenciar la lección.
El fascismo decide quién vive. Y hoy, cuando la broma se vuelve bala y la belleza es performance de impunidad, estamos ante una cultura que aprende a mirar la vida como descartable. Eso no es entretenimiento: es riesgo y el riesgo de ese “calibre” es una amenaza imperante ante la vida de cualquier ciudadano que solo piense y diga diferente.
Lo facho es el resultado del diagnóstico psicopático, sociopático. Fantaseamos, claro, pero la gran diferencia es que ellos sí ejecutarían tal acto, sin remordimientos, sin miramientos, sin ningún detenimiento.
En una tierra donde matar fue un verbo cotidiano, hay quienes todavía creen que disparar es una opinión. Así que en un país que sangra, bromear con balas no es humor: es complicidad. Si el país cree que ofrecer balazos es un chiste, el fascismo ganaría el reinado


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