José Aristizábal García
Autor entre otros libros de Amor y política (2015) y Amor, poder, comunidad (2024)
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El 17 noviembre, el presidente Biden, de los EEUU, autorizó a Ucrania el uso de sus Misiles Balísticos de Largo Alcance en territorio ruso. El 19 y el 20 de noviembre, Ucrania lanzó sobre Rusia una cantidad de misiles de EEUU y Gran Bretaña, de medio alcance, los cuales sólo podían ser activados con la asesoría y la participación directa de estos dos países. Estos hechos, sobrepasaron una “línea roja” que había advertido el Kremlin, según la cual, si se daba esta situación, Rusia podría responder con armas nucleares no sólo frente a Ucrania, sino también frente a los países que estuvieran directamente implicados en esos ataques.
El 21 de noviembre, en respuesta, Rusia lanzó sobre una instalación militar ucraniana un misil “Oréshnik” de mediano alcance (hasta 5.000 kilómetros) e hipersónico (10 veces la velocidad del sonido: 3 kilómetros por segundo). Un misil con capacidad para transportar seis o más cabezas nucleares que, en esta ocasión, no las llevaba. Una nueva arma tan poderosa que es indetectable e imparable hasta ahora por los sistemas de defensa y puede llegar en pocos minutos a cualquier capital de Europa.
Uno de los peligros de este escalamiento de la guerra es que el próximo “Oréshnik” puede ir recargado con sus ojivas nucleares. Peor aún, que tanto Rusia como EEUU tienen otros nuevos misiles, cada uno de ellos, cientos de veces más aniquiladores que las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, capaces de matar a millones de personas en segundos y reducir a cenizas grandes ciudades.
Entonces, el problema no es sólo que en cualquier momento de esta confrontación se desate la guerra nuclear. Los noticieros y los analistas afirman que la tensión es cada vez mayor y ya algunos países han comenzado a preparar a sus poblaciones para protegerse de una guerra de este tipo. Independientemente de que la escalada de cada parte, sea para afianzar el poderío de cada potencia nuclear, sea para mejorar las posiciones dentro de la futura mesa de negociaciones, o para mantener en el miedo y la impotencia a la mayoría de la humanidad que no quiere la guerra, el problema es que se está amenazando gravemente la vida humana sobre el planeta y que esta amenaza confluye hoy con otras no menos graves.
Por un lado, confluye con el genocidio de Gaza y la amenaza explícita de Israel de destruir las instalaciones nucleares de Irán lo cual desataría otro enfrentamiento mayor. Y, por otro lado, con la crisis del calentamiento del planeta que está extinguiendo miles de especies y también amenaza la vida humana.
Lo que estos escalamientos revelan es el desprecio de la vida humana y de todos los seres vivos: por todos los costados cunden las matanzas y masacres de bosques, ríos, montañas, ecosistemas y personas, y su devastación no tiene límites.
No hay respeto ni valoración por esa vida que es la mayor riqueza del universo, que ha evolucionado desde los primeros organismos unicelulares hasta el homo-sapiens yde dónde emergen el espíritu, las culturas y las civilizaciones. Por esa vida que nos regala la biodiversidad, de cuyo linaje todos venimos y la que nos da la alegría y el placer del vivir.
Pese a las constituciones, a las declaraciones universales de los derechos humanos, a la ONU, ningún Estado ni ninguna política ha tomado como su objetivo principal el cuidado de la vida ni asumido la conciencia de lo que ella significa.
Por eso, hoy, ante esa guerra de los misiles, es crucial una reflexión profunda sobre la política que necesitamos para este período: una política para el cuidado y la defensa de la vida. Ninguna de las políticas conocidas hasta ahora, -de más Mercado y menos Estado, o más Estado y menos Mercado- puede ser más importante que ella. Ni los Estados, ni las naciones, ni sus guerras, están por encima de la vida. No habrá paz con la naturaleza ni entre los humanos, si no colocamos en el primer lugar la defensa de la vida.
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