Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Profesor Titular de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Mesa de gobernabilidad y paz del SUE, Integrante del consejo de paz Boyacá, Columnista, Ph.D en DDHH, Ps.D en DDHH y Economía.
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En su libro Un recuerdo de Solferino, Henry Dunant describe la manera como los seres humanos, por efecto de la guerra, son convertidos a nada, vaciados de su condición humana, llevados al dolor y al sufrimiento.
En 1859, este autor presenció el horror en la batalla de Solferino, que, en solo nueve horas de enfrentamiento entre dos ejércitos, uno con cerca de 120.000 soldados y otro con 100.000, dejó 5.000 muertos, 20.000 heridos y 10.000 desaparecidos. Un ejército proclamó la victoria, pero ambos perdieron miles de vidas, sufrieron la destrucción material total y las afectaciones mentales. Dunant vio cuerpos mutilados, apilados, sangre, agonía, trozos de carne esparcida, gritos, llanto, miedo.
Como toda guerra, esa batalla resultó inútil. Solo produjo daño: perdida en vidas, bienes y salud mental.
Los guerreros, en esa época, tanto como ahora mismo, imponen por la fuerza lo que por la razón no logran superar. Ponen la astucia por encima de la inteligencia y tienden a perder la noción de sensatez, prudencia y consideración por los otros. Atienden lógicas de muerte, el dolor ajeno los alienta y envilece al mismo tiempo. Quien reclame la victoria en cualquier guerra, jamás podrá negar que fue cruel e inhumano, aunque le llamen héroe.
Sobre la base del horror conocido en Solferino, se sentaron las bases del Derecho Internacional Humanitario (DIH). Este, llama a prevenir el sufrimiento, proteger a los vencidos y no involucrar a los civiles; a tener sentido de humanidad, a respetar la dignidad humana, a tener compasión, empatía, solidaridad, simplemente por ser seres humanos, sin que cuente ideología, política, prejuicios.
El militar Prusiano Carl Von Clausewitz, en 1832, años antes de Solferino y de que se creara el Comité Internacional de la Cruz Rojal (CICR) señaló que la guerra es la continuación de la política por otros medios. La caracterizó como un fenómeno político, social y psicológico y entendió que la ciencia militar es la encargada de ejercer relaciones de poder en situaciones de conflicto y además la formula propicia para formar oficiales y estrategas militares, cuya meta fuera ganar, sumar a favor la tragedia y los daños provocados al enemigo.
Sun Tzu, 2500 años antes, insistía en la necesidad de comprender la esencia del conflicto para encontrar las raíces, buscar la solución y lograr que la mejor victoria fuera la de vencer sin combatir, sin provocar daño. Propuso que vencer es debilitar la voluntad del enemigo, no aniquilarlo, valerse de la capacidad de engaño militar antes que de la fuerza desplegada en un combate. Este general, filósofo y estratega, planteó también que el engaño tenía validez solo en la guerra, no en la política, pues en ésta, engañar es un crimen.
El escritor estadounidense Henry David Thoreau, también anterior a Clausewitz, no presenció el horror de la guerra, pero comprendió que, con su dinero, que pagaba por impuestos, financiaban ejércitos que cometían crímenes y se negó a pagarlos a sabiendas de que iría a la cárcel. Ahí nació la desobediencia civil, que completa el derecho de resistencia pactado en 1789. Se trataba de enfrentar leyes injustas y liberarse de la obediencia automática que tiende a convertir a los humanos en herramientas, contrariando el valor del ser humano, su dignidad. Fiel a sí mismo y a la verdad convirtió la desobediencia en acción directa no violenta para su confrontar al Estado, para sostener la dignidad que no guarda silencio cómplice.
Hoy, guerra y política perdieron los límites. La política engaña, descalifica los mandatos de la humanidad ya alcanzados, da ordenes de guerra y los guerreros hacen política y cobran sus victorias.
Hoy son comunes, corrientes y socialmente aceptados el sicariato moral, el periodismo del engaño y los bombardeos sistemáticos contra inocentes. Los mismos consorcios económicos que financian la destrucción, son contratados, después, para que hagan la reconstrucción. Hay soldados que deliberan y políticos que conducen genocidios.
La política hace parte de la guerra y la guerra está adentro de la política. Parar ambas, libertad, democracia y derechos son las nuevas coartadas que les permite imponer sanciones con dobles raceros, asesinar por hambre, sed o enfermedades, aunque emitan severas condenas al terror
La guerra hecha política y la política guerra, tienen hoy, como síntesis de su degradación, al Estado sionista.
Este usa una narrativa de defensa de los Derechos Humanos para los suyos, mientras comete un genocidio en Gaza a través de tres técnicas claras: disolver la distinción entre civiles y combatientes y causar muertes sin límite de sufrimiento y crueldad, como parte del botín a repartir aunque su interés ultimo sea derrotar la dignidad del pueblo palestino, que no le teme ni pide piedad ante su crueldad; la segunda debilitar la esencia vital, no del ejercito enemigo (que no tiene una estructura de Estado) si no del pueblo palestino causando hambre, sed, enfermedad y miseria y poniendo a prueba a aliados y contarios ante la mirada inerme e indiferente de una “civilización” débil, y eliminar la confianza y el respeto que tiene el mundo civilizado por la autoridad de los organismos multilaterales y los mandatos que ellos dictan para proteger y garantizar los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario (DIH).
En el tránsito de Sun Tzu a Thoreau, de Clausewitz a Solferino y de ahí a Gaza, el DIH está hoy más vigente que nunca, aunque se violente a la luz del día y el derecho de resistencia y rebelión están en vía de resignificación con movimientos globales y locales y otras lógicas de poder. Los Convenios de Ginebra están llamados a convertirse en herramienta central para activar el sentido mismo de ser humanos y reiniciar el truncado proceso de humanización, ante las guerras y la crueldad que parecían desterradas de este mundo, pero que no se han ido: 8500 millones de seres humanos hoy padecen más de 40 guerras y un genocidio en Gaza (que no es una guerra) y como hace 100 años, indican que “la guerra en la que no queríamos creer ha estallado, y nos ha traído la desilusión” (Freud).
En Colombia la destrucción moral, ética y material del país sufrida en los últimos cincuenta años de guerra que degeneró en barbarie, da cuenta de antiguas y nuevas fuerzas vigentes. No menos de nueve escenarios de conflictos enfrentan a un Estado internamente desarticulado, en tensión entre el gobierno ,comprometido con una política de paz total y negociación para la terminar la guerra sin batallas ni confrontación militar, y la postura de partes “politizadas” de otros poderes del Estado, aliados con una ultraderecha, necesitada de guerra para recuperar el poder.
La confrontación inútil, en el mundo y aquí, cierra los espacios de respeto por las reglas, la ética, los límites. El sufrimiento para el que no hay justificación alguna debe servir para convocarnos a “liberarnos todos juntos de la invisible esclavitud de la guerra; no de esta o de una guerra, si no de la guerra” (Einstein).
P.D. 1. Aunque todo dialogo para acabar la guerra parezca fracasado siempre será mejor para discutir salidas entre diferentes, que hacer consensos para enterrar héroes.
2. A pesar del horror contado y vivido, hoy el mundo civilizado ve en directo la crueldad del genocidio sionista contra el pueblo de Palestina, al que a pesar de la tragedia le sobre dignidad para no clamarle piedad al asesino.
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