Carlos Gutiérrez Cuevas
Escritor e investigador
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Gesto pedagógico: pedagogía ‘libertaria’
El hecho de mostrar el trasero ante el público, llegó a ser interpretado por algunos analistas como un admirable gesto pedagógico realizado por un profesor ante sus alumnos, por ponerlo de ejemplo.
Sin embargo, estiman otros, se debe tener en cuenta que, además de profesor –experto en las nebulosas de la posmodernidad, entre matemático y filósofo medio nacho y un poco más andino, jesuítico de ancestros judíos, diestro teórico en retórica y didáctica–; éste ocupaba, cuando exhibió las nalgas, el cargo de Rector de la Universidad Nacional de Colombia.
Designado por el presidente de la República con rango y fuero similar al cargo de ministro, tres meses antes de la promulgación de la Constitución Política de 1991, el inquieto cuarentón desplegó una intensa actividad en el diseño normativo en torno a la Carta Magna.
Su presencia se volvió habitual en los círculos palaciegos (alguna vez llegó a la Casa de Nariño con una espada rosada de plástico que hoy luciría encantado otro «libertario» como Milei), en las mesas de redacción de la gran prensa.
Se convirtió en favorito de los reporteros por su fascinante capacidad de parecer extremadamente inteligente gracias al hábil entrelazamiento de palabras incomprensibles con ideas enredadas, malabares teórico-prácticos y chistes flojos expresados con mal disimulada candidez de extranjero en tierra inhóspita.
Con todo y eso figuró activamente en la concepción y trámite de la Ley 30 de 1992 que, al definir la educación superior como «servicio público cultural inherente a la finalidad social del estado» estableció las condiciones para llegar a una situación similar a la del derecho a la salud.
En esas circunstancias, la discusión previa a la formulación del estatuto orgánico de la universidad en los primeros meses de 1993 restringió la participación de la comunidad universitaria, mientras que atendía con marcado interés la opinión de gremios, políticos, funcionarios, empresarios e inversionistas extraños a los propósitos universitarios.
El trámite de dicho estatuto (Decreto -ley 1210) elevó el clima de conflicto y develó el carácter de un régimen diseñado para trocar los principios universitarios por los criterios de mercado con protección y favorecimiento del Estado.
Lea también la segunda parte de Las largas luchas por la democracia en la universidad – Parte 2
La democracia en la Universidad: al rabo del sistema
La noche del 28 de octubre de 1993, el rector se paró de la mesa principal instalada en el centro del escenario del Auditorio León de Greiff y empezó a caminar con pasos meditados hasta quedar parado detrás del micrófono de pie cuyo volumen calibraba un operario con pericia.
Pero, justo en el momento en que se disponía a arrancar su perorata, con elocuencia exaltada salió de la sala un grito que, al comienzo, alcanzó a parecer casi unánime:
–¡Hijueputa! Increpó una escuadra que entró en plan marcha táctica con pintas tinieblas y poses milicianas.
Gritaban, únicamente gritaban.
Ni siquiera echaron consignas, ni lanzaron al aire una proclama exigiendo nada.
Nada más que ¡Hijueputa! en coro gritaban.
El inaudito insulto siguió graznando un rato ante la mirada glacial del impávido Mockus que seguía las incidencias parado en medio del escenario, escudado detrás del micrófono de pie.
Con sagacidad nórdica intuyó el instante en que algunos de los presentes en la magna sala se levantarían de los asientos en platea a proponer a los compañeros tácticos que, al menos por un rato le bajen un poquito el volumen, mejor bájeselo usted no se meta en lo que no le importa, oiga como así, respete pues, dejen hablar al profe y usted qué o qué, y usted quién es que está frente al micrófono sin atreverse a decir ni pío por ese micrófono que tiene el uso de la palabra.
El micrófono ojalá siga enchufado.
Yo no sé qué hacer. Imposible volver a sentarme.
Mejor me volteo a ver si por ahí está el operario que ajusta el micrófono parece que no pues no lo veo.
Mejor entonces doy la vuelta como quien no quiere la cosa con di-si-mu-lo me abro el cinturón, bajo el cierre del pantalón, me bajo el pantalón del traje gris que me trajo mi mamá de uno de sus viajes junto con los calzoncillos de algodón también abajo blancos con las rodillas dobladas un poco a la manera del Discóbolo de Mirón de Eleuteras inclina su rodilla derecha más o menos así y con sinceridad metafísica muestra las nalgas como fofas ráfagas pálidas para nada, ni por asomo a la Venus Calipigia.
De momento, se da por clausurado el evento académico luego de desatar más que el asombro de los involuntarios voyeristas atónitos; un debate apaciguado a veces iracundo pero sin más violencia que la de arrojar agua a la cara de un colega político casi pero eso sí !interminable! debate que refiere, de algún modo, en contextos diversos, obviamente, una narrativa que quizás tengo cierto sentido paradigmático, para no ir más lejos, con ciertas las contradicciones entre ley, moral y cultura; aún sin terminar.
Frente a las pantallas, junto a los radios esa noche en los titulares de los siguientes días la demostración del rector se multiplicó como nunca se multiplicaron panes, ni arepas ni nadita de comer.
La celebración de noche de brujas, tres días, elevó sin disipar la confrontación entre hipocresías de todos los sectores: desde los emergidos con la nueva Constitución Política, hasta los sumidos en el infortunio, todos recibiendo información verídica, objetiva y oportuna con el apoyo de sus patrocinadores.
Los mismos que siguieron patrocinando, durante los últimos 30 años, que la universidad se convirtiera en un instrumento al servicio del mercado, su parte trasera. Pálida y fofa, como la que nos mostró Antanas ese día.
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