Víctor Solano Franco
Comunicador social y periodista
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El título alternativo para esta columna pudo ser “La delgada línea entre la presencia institucional y el show mediático en las zonas de conflicto”. Sin embargo me fui por la opción corta.
En un país marcado por décadas de violencia, los gestos importan. La visita de altos funcionarios a territorios golpeados por el conflicto armado tiene un fuerte simbolismo: demostrar que el Estado no está ausente, que la guerra no se gana solo con balas, sino con la presencia y el rostro humano de la oferta institucional. Eso es necesario y pertinente. Tal fue el caso del reciente viaje de una delegación del alto gobierno nacional al corregimiento de El Plateado, municipio de Argelia (Cauca), una región bajo el control de grupos insurgentes, donde, en un controvertido momento, los funcionarios se tomaron selfies, desatando una ola de críticas en redes sociales y medios de comunicación. En las redes no los bajaron de turistas en un paseo…
Es innegable que la presencia física del Gobierno en territorios históricamente olvidados tiene una importancia simbólica y estratégica. Al estar allí, se envía un mensaje claro: el Estado no renuncia a estas zonas y quiere llevar una oferta de servicios y oportunidades para sus pobladores. En lugares donde el conflicto ha dejado heridas profundas, la cara visible del Gobierno puede ser tan importante como cualquier estrategia militar. Los habitantes de estas regiones necesitan ver que el Estado está comprometido, no solo a través de promesas o discursos desde Bogotá, sino con acciones y soluciones concretas.
Sin embargo, es aquí donde debe entrar la prudencia. El riesgo de convertir estas visitas en espectáculos mediáticos, donde lo que prima es la narrativa en redes sociales y no el impacto real sobre el terreno, es una preocupación legítima. Las imágenes de altos funcionarios posando para ‘selfies’ en medio de territorios en conflicto pueden parecer un ‘safari’ a la Colombia profunda, una visita exótica donde los funcionarios exhiben su valentía, apertrechados en chalecos antibalas desde una distancia segura, pero sin comprender verdaderamente la cotidianidad de quienes viven bajo el asedio de la violencia.
La viceministra de Defensa, al responder a las críticas por su selfie en El Plateado, señaló que la guerra no se gana con armas. Y tiene razón. Pero también debe quedar claro que no se gana con fotos que puedan ser percibidas como parte de una campaña de autopromoción en redes sociales. Si bien las redes son una herramienta poderosa de comunicación, el peligro de trivializar la realidad de las zonas de conflicto es latente. Estas regiones requieren de algo más que visitas esporádicas: necesitan de una presencia sostenida, acompañada de proyectos que mejoren las condiciones de vida y brinden verdaderas alternativas frente a la violencia. Y no dudo de que haya proyectos, pero una vez más las formas se comieron el fondo.
El desafío, entonces, es encontrar el equilibrio entre visibilizar estos territorios y no convertir la presencia institucional en una simple oportunidad para alimentar la imagen pública de los funcionarios. Los viajes a zonas como El Plateado deben ser un vehículo para escuchar, entender y construir soluciones junto a las comunidades. Las selfies pueden esperar.
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