Karim Quiroga
La cabra LibreRa
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I
Te amo en estas horas de silencio
Nocturno
Y te voy a amar
Cuando despierte del todo en la mañana
Y te voy a amar a mediodía
Y cuando recurra a la memoria de tu cuerpo
Desnudo y mío sin piedad
Eres lo único a lo que he logrado asirme en años luz
Mi obelisco en carne viva
Tan obediente a mis ojos
Pero terco a mi placer y voluntad
Rebelde de causas perdidas
Solo alguien como tú
Viajaría desde tu refugio
A encontrarme en el ruido incesante de Bogotá
Mientras te daba pistas de mi ubicación
Modificadas en el último azar
Ahí en la dirección que te mandé
Ya no estoy allí sino acá.
Aunque
Contabas con la ventaja
De haberme leído previamente, perdón, quise decir estudiado.
Perdón, quise decir investigado
Sabias más de mi que yo misma.
Fue como encontrarnos en la tienda vintage en la que tampoco nos vimos
Como abrir un baúl de recuerdos. Y de allí, recuperar algunas alhajas oxidadas, de antiguas travesías
Con piratas que prometieron, comieron, bebieron, robaron y mintieron. En ese orden ascendente o descendente. Porque se supone que debía ofrecer una segunda copa al sediento.
Y entregar mi cuerpo, al forajido aventurero.
Pero a ti ya no tenía nada para obsequiarte. Algo de belleza oculta bajo la gorra.
Y lo que hice fue observar
Desde la obtusa profundidad de las tempestades cuando te ahogas y te quedas sin aire.
Un lugar que conozco de memoria.
Y desde esa hondura, que llaman también depresión que significa arrojarse al vacío
Pero sin aventarse.
II
Vamos a saltarnos el camino hacia el hotel para dejar espacio al erotismo en otros poemas.
Y señalemos lo que sucedió después, cuando te encontré en la mañana, durmiendo sobre mi hombro.
E injustamente no estaba ebria. Ni terminé allí por desquitarme con nadie.
De hecho, fui yo quien te invitó a subir a la habitación dizque para no perderme.
Saltándonos esas horas que mal contadas serían cinco o seis.
Y recordando que los piratas siempre huyen al amanecer.
Fuiste el primer hombre con quien desperté una noche. Sin ganas de buscarle su ropa y sacarlo corriendo, para no volver a verlo.
III
Voy a intentar ingresar muy despacio en el terreno movedizo de tu vida familiar
Para que no parezca una intrusa instruida
Con pretensión de compartir tus memorias
Haré el mejor esfuerzo para que no se note demasiado, para que nadie vaya a intuir que hablo de ti y no de otro.
Entonces debo llamarte con otro nombre -aquí en el único espacio que me pertenece-
Además de no dar indicios de tu identidad no puedo informar detalles que puedan socavar tu intimidad.
Y sucede que este es el campo que domino y no voy a ocultarlo con un velo ni apagando la luz para protegerte con la oscuridad.
Todo lo que hagas o digas será usado en tu contra o a tu favor dentro de los límites verbales que siempre transgredo.
Cómo puedes pedir a una poeta que no te defina en sus propias palabras o versos.
Cómo puedes pensar o imaginar que no quiero llevar toda una monografía alrededor de tu cuerpo y tus movimientos alterados y discontinuos dentro de mis vórtices más profundos.
Me obligas a usar otras palabras, otras definiciones para señalar el origen de mis sensaciones. Crear un universo que no pueda dañarte ni tocarte que es todo lo que me importa, estar ahí, tan cerca que parece que tú respiración se confunde con la mía y parecemos un solo cuerpo inhalando y exhalando en intervalos.
No habrá forma de anularte en mis palabras cuando eres precisamente el sonido previo antes de amanecer. Es ese movimiento intuitivo que te indica la llegada de alguien antes de llamar a la puerta.
Y te quedas así, segundos, esperando qué algo suceda. Es una mosca invisible detrás del oído. Un zumbido de un moscardón. Nadie va a enterarse que anhelo a un hombre que tiene (xy) perros y (xy) gatas. Nadie, aquí en confianza, va a enterarse que diste a luz tu alma en el lapso de esas cinco o seis horas. Nadie va a saber que me temblaban las manos, que no tenía idea del paso a seguir y que no tengo oficio de partera, tu alma sangraba por mis dedos y no sabía dónde ocultarla, o esconderla. Y su jipido se empezaba a escuchar fuera de la habitación, hasta que comencé a arrullarla, darle calor en susurros, cortarle el ombligo que te unía a ti, tu alma abrió los ojos y cuando sus alas tuvieron movimiento abrí las ventanas y salió volando.
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