Crédito Imagen: Archivo
Germán Corredor Avella
Ingeniero y Profesor
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Como su nombre indica, una transición es el paso de un punto a otro en cualquier espectro de la vida. Es pasar de un modo de ser o estar a otro, según lo define la Real Academia Española de la lengua. Desde esta perspectiva, en la historia de la humanidad podemos identificar varias transiciones energéticas.
En los siglos XVI y XVII como antesala de la revolución industrial, en Inglaterra se da una transición del uso de la leña y la biomasa (estiércol seco y otros) como principales combustibles para cocción y de los molinos de viento para transformación de alimentos y extracción de agua, al uso del carbón mineral para producir vapor en la industria.
El final del siglo XIX y el comienzo del Siglo XX son testigos de la transición del carbón al petróleo como fuente principal del transporte. Es una transición que coronó al petróleo como el rey de los energéticos en el mundo.
La segunda parte del Siglo XX ve resurgir el gas natural, que ya se usaba en épocas anteriores como fuente de iluminación, para convertirse en un energético fundamental para la industria y la producción de energía eléctrica.
Estas transiciones, sin embargo, no eliminaron el uso de los combustibles destronados en cada una de ellas, simplemente fueron dando cabida a otra fuente. Así, a fines del siglo XX, el carbón, el petróleo y el gas natural copaban casi el 78% de la matriz energética mundial, mientras la hidroenergía, la energía nuclear y la biomasa (leña principalmente) ocupaban el restante 22%.
Hasta este momento, las transiciones energéticas se han producido gracias a desarrollos tecnológicos como la máquina de vapor, el automóvil, el avión o las turbinas de gas, los cuales utilizaba energéticos diferentes a los predominantes en cada momento. La máquina de vapor utilizaba carbón mineral y así se desplazó la leña como primer energético. El automóvil utilizaba petróleo y el avión y de esa forma los combustibles derivados del petróleo desplazan al carbón y las turbinas de gas propiciaron el uso masivo del gas natural equiparando su uso al de los otros dos combustibles fósiles (carbón y petróleo)
La fuerte presencia de los llamados combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural) empieza a llamar la atención de ambientalistas por el efecto que puede producir en el clima la emisión de gases producto de su combustión. Estos gases se han denominado Gases de Efecto Invernadero (GEI) por ser responsables de la destrucción de la capa de ozono y la formación de una especie de corteza en la atmósfera por el CO2 emitido, que produce el calentamiento progresivo de la tierra en toda su extensión.
A esta situación se añade el impacto de acciones de la humanidad, tales como la deforestación y la contaminación de los ríos.
Si bien las teorías sobre el cambio climático ya eran conocidas en los años 80´s del siglo pasado, en esa época no eran pocas las corrientes de pensamiento hegemónicas que negaban este hecho. Gobiernos y empresas energéticas realizaron estudios para demostrar que estas teorías eran falsas o, cuando menos, exageradas.
Sin embargo, los hechos se fueron encargando de demostrar que los ambientalistas tenían razón. La temperatura del planeta se fue incrementando de manera continua, se empezaron a evidenciar cambios en los fenómenos extremos del clima como inundaciones, sequías y huracanes. Los gobiernos se empezaron a preocupar y aparecieron las primeras ideas sobre los aspectos que estaban influyendo en esta situación. Se habló del uso de combustibles fósiles como uno de los principales causantes del cambio climático y, por consiguiente, de la necesidad de buscar otras fuentes energéticas como la eólica y solar para generar electricidad.
Estas decisiones fueron tomando forma y así fue como Europa inicia un cambio de la matriz eléctrica con la instalación cada vez mayor de centrales eólicas y solares en todo su territorio. Eso ocurre desde inicios del siglo XX. A pesar de los avances, Europa, según datos citados por Euronews (10 enero 2024) en 2022 alcanzó el 23% del consumo bruto de energía con fuentes renovables nuevas, lo cual demuestra lo largo y difícil que es el camino en una transición energética, esta vez desde los combustibles fósiles a las energías limpias. En el mundo, la participación de energías renovables (incluyendo hidroeléctrica) llegó al 30% en 2023.
Por otra parte, IRENA (International Renewable Energy Agency) considera que para reducir 1,5oC la temperatura global se requiere llegar a un 77% de fuentes renovables con respecto a la capacidad instalada mundial en 2030
No podemos decir que fue algún gobierno o líder mundial el promotor de la transición energética. Este proceso, cada vez más global, es producto de la evidencia del cambio climático y del efecto que sobre la atmósfera tiene el uso de los combustibles fósiles, lo cual ha ido generando una mayor conciencia sobre el impacto del cambio climático y las acciones a seguir.
A los colombianos la idea de la transición energética nos llegó un poco tarde. En 2010, el Ministerio de Minas y Energía encargó un estudio para analizar las barreras y posibilidades de las fuentes de energía renovables no convencionales en el país. La conclusión fue lapidaria: Sus costos hacen que no puedan competir con las fuentes existentes y el gobierno no está dispuesto a dar incentivos o ventajes a ninguna fuente de energía. El mercado manda.
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Cuatro años más tarde, por iniciativa parlamentaria, se aprueba la Ley 1715 de 2014 que otorga beneficios tributarios a los proyectos de fuentes no convencionales de energía renovable. Algunos de esos beneficios, son los siguientes: ninguno de los componentes del proyecto quedan sujetos al IVA; se hará una deducción del 50% de la inversión del impuesto de la renta durante 15 años; depreciación acelerada y las pares importadas quedarán exentas del pago de aranceles.
Con esta ley se da un avance importante y se inicia, en la medida en que se reglamente la Ley, la primera fase de la transición energética en Colombia. A partir de estos incentivos se han instalado más de 700 Megavatios (MW) en proyectos solares y se espera que puedan entrar en los próximos años los primeros proyectos eólicos de gran escala en Colombia, todos con dificultades por el licenciamiento ambiental y las consultas previas con los indígenas Wayú, habitantes de las tierras de la Guajira. La meta del actual gobierno es mucho mayor: espera instalar 6000 MW.
Decimos que es una primera fase, porque la matriz eléctrica en Colombia, a diferencia de la matriz mundial, utiliza fuentes renovables en un alto porcentaje (70%) y por tanto la entrada de estas energías en la generación de electricidad, si bien es importante, no cambia de manera estructural la matriz total de energía (todas las fuentes, no solo electricidad) en el país.
Por otro lado, no se debe pensar que la transición energética es solo un cambio en la matriz de generación de electricidad. Se debe pensar en ajustar toda la cadena de energía par adaptarla a las nuevas tecnologías y tener en cuenta los impactos de cada sector en el cambio climático.
Según el Informe bienal de actualización de cambio climático de Colombia (BUR 3) de 2022, preparado por el IDEAM, la ganadería, la agricultura y el cambio de uso del suelo son las actividades que más generan emisiones de gases efecto invernadero (GEI) en Colombia. Representan 59 % del total. Le siguen el sector de energía, incluido transporte (con 31 %), residuos (7 %) y procesos industriales y usos de productos (3 %).
Por ello, para avanzar en la transición energética harán falta otras acciones tan o más importantes que los proyectos de energía renovable no convencional. Además, este gobierno le ha dado el apelativo de transición energética justa, que implica acciones adicionales, que por ahora se han enunciado, pero aún no se avanza en su ejecución. Veamos:
La transición en Colombia implica un cambio total en el uso de combustibles fósiles para el transporte, ello quiere decir que se debe utilizar energía eléctrica para vehículos livianos (motos y automóviles) y empezar a pensar en el hidrógeno verde para vehículos pesados. Poco o nada se ha avanzado en este aspecto. Se debe decir que el transporte, según datos del Ministerio de Ambiente es responsable de un 12% de las emisiones de CO2 equivalente dentro de la matriz energética.
Se debe frenar la deforestación y modificar las prácticas agrícolas y ganaderas responsables de un 33 % (dato Ministerio de Ambiente) de las emisiones de GEI. Tampoco se notan avances en esta materia.
Ahora bien, si hablamos de transición energética justa debemos pensar fundamentalmente en la gente: tarifas justas (hoy son muy elevadas) comunidades energéticas para que los pequeños usuarios puedan producir a costos más económicos su propia energía (a este respecto, se ha avanzado en la en la expedición de nuevas leyes que promueven y reglamentan este asunto, pero muy poco en las acciones que concreten los mandatos legales) y acceso universal a la electricidad en todo el país (aún nos quedan 500.000 familias sin servicio). Todo lo anterior debe hacerse considerando la sostenibilidad económica que permita que las inversiones requeridas en este proceso tengan una rentabilidad razonable.
La otra cara de la moneda está en los damnificados de este proceso: productores, distribuidores y trabajadores de la industria de hidrocarburos y del carbón, se verán afectados sus negocios y sus puestos de trabajo.
Ello implica efectos fiscales para la economía por la disminución de las exportaciones y reducción de impuestos. Por eso, se debe definir un plan para que estos impactos negativos se mitiguen, fortaleciendo otros sectores que reemplacen las exportaciones (turismo, hidrógeno verde, productos agrícolas, otros minerales). Estas acciones deben ser realizadas simultáneamente con las enunciadas anteriormente para fortalecer la economía y generar valor agregado para la gente, que es lo fundamental.
Para los dos años que quedan del actual gobierno, es necesario, como mínimo, ejecutar las siguientes actividades: i) poner a operar las plantas eólicas de la Guajira, ii) definir el mecanismo de sustitución de combustibles líquidos por energías limpias en el transporte y avanzar en ese proceso, iii) avanzar en la instalación de proyectos de comunidades energéticas en el sector rural y urbano, iv) avanzar en el incremento de la cobertura de electricidad en zonas aisladas, v) reformar el modelo del sector eléctrico con el fin de disminuir sustancialmente las tarifas a usuarios finales, vi) frenar la deforestación y avanzar en la reforestación en zonas claves para los ecosistemas del país vii) poner en marcha los procesos de reindustrialización y enfoque nuevo de los sectores de la economía que reemplacen la industria extractiva y a su vez, dar salida a los problemas de empleo que se generen en estos sectores.
Los retos son enormes y el tiempo corto, ojalá se avance en este proceso que necesita el país. Se puede hacer sin reformas que pasen por el Congreso. La bola está en la cancha del gobierno del Cambio. Sin políticas públicas y acciones eficaces, la transición energética justa será una declaración de buenas intenciones.
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