
Víctor Solano Franco
Comunicador social y periodista
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Especial para El Quinto
Así como en mi columna anterior pasamos por esas violencias absurdas que contienen toda la irracionalidad del egoísmo y la permeabilización de los intereses, pero tienen toda la racionalidad en su operación, en ésta quiero hacer una aproximación a otro tipo de violencias que me inquietan mucho.
Me llama poderosamente la atención esa violencia primaria, básica, la que algunos asignarían al animal que llevamos dentro y que algunos domestican mejor que otros. Esa violencia que aflora silvestre y orgánica en las emociones.
En Bogotá, las riñas relacionadas con convivencia —especialmente en transporte público o espacios urbanos— explican un aumento del 11% en las lesiones personales durante 2024, y están asociadas al consumo de alcohol, intolerancia y estrés en un entorno urbano congestionado, según cuenta la propia Policía Nacional. Entre tanto, en Bucaramanga, la tasa de lesiones por riñas alcanza 525 casos por cada 100.000 habitantes, el doble del promedio nacional de 263. Muchas de estas confrontaciones ocurren entre desconocidos por motivos triviales, con altos niveles de agresividad e intolerancia. En otras palabras, ahí es cuando muchas veces aflora el Macho Alfa de pecho plateado que le va mandando un puñetazo al otro porque lo «miró rayado».
También nos cuenta la Policía Nacional, en Colombia, de cada 10 homicidios, cinco tienen origen en riñas; entre dos y tres de ellos involucran armas de fuego. Estas cifras muestran que buena parte de la inseguridad cotidiana no está relacionada con crimen organizado, sino con una violencia interpersonal desbordante por factores psicosociales. El estrés urbano, la precariedad habitacional, el consumo excesivo de alcohol y una baja tolerancia social exacerban conductas agresivas que muchas veces se exageran en peleas que terminan en lesiones o muertes.
Desde el punto de vista psicológico, estas riñas responden a una violencia impulsiva —explosiva, derivada de emociones desbordadas— que opera en espacios sobrecargados de tensión: transporte público abarrotado, viviendas con mala ventilación, falta de educación emocional y escaso autocontrol. Ello se combina con el consumo de alcohol, que reduce inhibiciones y favorece reacciones desproporcionadas ante el conflicto más nimio.
¿Qué hace que seamos así de violentos? Los factores que mencioné anteriormente podrían incidir mucho o por lo menos avivar la chispa, no lo sé. Lo que sí tengo claro es que estamos enfermos y no estamos atacando de manera integral este fenómeno. Nuestra sociedad está enferma y esas violencias que afloran espontáneamente y sin resistencias es una pandemia, un problema de salud pública emocional.
¿Qué van a hacer nuestros gobernantes en este cuadrante donde se cruzan la frecuencia de episodios con las condiciones que atizan a inconformidad? Se requiere una estrategia integral ante los problemas sociales y psicológicos que incluya educación ciudadana, gestión del estrés urbano, promoción de valores de convivencia y fortalecimiento del autocontrol.
Como especie, existimos pese a nosotros mismos.
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