Notas para esbozar su perfil

Carlos E. Angarita S.
Investigador en el campo de la Teología Política. Hace parte del Grupo Pensamiento Crítico (Costa Rica), del Grupo Capitalismo e Religião (Brasil) y del Grupo Pensamiento Crítico y Subjetividad (Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia)
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AHORA LEÓN XIV
Desde el Concilio Vaticano II (CVII) (1962-1965) la iglesia católica ha tenido 7 papas: Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco y, ahora, León XIV. La escogencia de sus nombres tiene que ver con la costumbre de vincularse de modo propio con alguna tradición de la iglesia. Los nombres de los cuatro primeros -dentro del espíritu de renovación del CVII- sugieren la intención de regresar a los comienzos, a las fuentes primigenias del cristianismo para producir en el presente las transformaciones necesarias de la iglesia y del mundo. Valga aclarar, en todo caso, que estos papas no entendieron los orígenes y los cambios de la misma manera. Por otro lado, Benedicto XVI quiso retomar el proyecto de Benedicto XV, quien a comienzos del siglo XX pretendió colocar a la iglesia y al cristianismo como referentes insoslayables de la paz mundial: estos dos papas -fervientes creyentes de la ortodoxia católica- fracasaron en su proyecto frente al secularismo moderno. El nombre de Francisco, por su parte, alude al santo de Asís que en el siglo XIII denunció el enriquecimiento del clero y retomó la misión evangélica al lado de los pobres. Entonces, ¿por qué retornar hoy al nombre de León? Auscultémoslo brevemente.
De los pontificados que acabamos de mencionar, los más significativos han sido el de Juan XXIII por convocar el Concilio que marcó un viraje, o por lo menos el intento de viraje, del catolicismo en el mundo moderno; el de Juan Pablo II quien, durante más de 26 años al frente de la iglesia, le devolvió un relativo protagonismo adaptado a la globalización neoliberal, lo que incluyó neutralizar el espíritu emancipador de la teología de la liberación; y el de Francisco, quien propuso y buscó otro lugar para la iglesia, a través del cuestionamiento de los fundamentos depredadores de la sociedad capitalista actual, del diálogo con movimientos sociales populares del mundo y del autoexamen del poder económico, de la burocratización y de la corrupción y perversión eclesiásticas. De tal modo, estos notables papados revelan la existencia de proyectos diferentes y contradictorios al interior del catolicismo incapaz de convocarse unitariamente dentro del espíritu del CVII. De conjunto, la iglesia católica todavía trastabilla en medio de senderos inciertos. La adopción del nombre de León XIV, por parte del nuevo papa, de manera distinta nos retrotrae simbólicamente al Concilio Vaticano I (CVI) (1869-1870) desde el cual León XIII (1878-1903) pretendió la osadía de reafirmar el poder eclesiástico frente a dos advenedizos: el capitalismo liberal y el movimiento obrero de ideas socialistas.
CVI y León XIII representaron el esfuerzo por recuperar el poder de la iglesia católica, alcanzado durante diez siglos de medioevo y profundamente resquebrajado en apenas cuatro siglos de modernidad. El proyecto consistió en tratar de colocar nuevamente a la iglesia católica como referente central de la sociedad, advirtiendo los peligros de la sociedad moderna, tanto en su versión liberal como en su versión socialista. Para ello, el CVI reafirmó la ortodoxia escolástica en oposición al racionalismo moderno y le apostó a un núcleo estratégico que le permitiera alcanzar su objetivo: declaró la infalibilidad del papa. No es este el espacio para discutir dicho dogma católico, sino para apenas indicar la tentativa de reposicionar el primado universal del obispo de Roma. Lo cierto fue que León XIII no pasó inadvertido con su encíclica Rerum Novarum (1891) en la que presentó “la verdad” sobre la cuestión social: los derechos de los obreros debían ser reconocidos pero dentro de la sociedad capitalista y sobre lo cual le exigía compromiso al liberalismo; al tiempo, descalificó el socialismo, el comunismo y el marxismo porque negaban la fe cristiana y amenazaban los derechos humanos. De modo que en la autoridad del papa y bajo el hálito de su infalibilidad, se resumían las “auténticas” doctrina y justicia social cristianas. Fue un largo papado que le devolvió temporalmente a la iglesia alguna significación. Sin embargo, casi cien años después, el viraje propuesto por el CVII será el tácito autorreconocimiento del fracaso de la estrategia católica, impulsada desde finales del siglo XIX, tanto por el CVI como por los sucesivos papas.
Recién ahora, el propio cardenal Robert Francis Prevot explicó al colegio cardenalicio su nuevo nombre como Sumo Pontífice:
Precisamente, al sentirme llamado a proseguir este camino, pensé tomar el nombre de León XIV. Hay varias razones, pero la principal es porque el Papa León XIII, con la histórica Encíclica Rerum Novarum, afrontó la cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial y hoy la Iglesia ofrece a todos su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y el trabajo[1].
Así, León XIV correlaciona dos momentos históricos: el del capitalismo naciente y el del capitalismo neoliberal, semejantes por ser revoluciones industriales, distintos solamente por el desarrollo de las tecnologías. Pero los desafíos siguen siendo los mismos después de un siglo: la defensa de la dignidad humana, la justicia y el trabajo, es decir, los derechos humanos. Parece estar diciendo que los proyectos sociales no han sido capaces de resolverlos y para eso está la iglesia católica, con su singular patrimonio de la doctrina social. Es la manera de volver a buscar el sitial perdido de esta iglesia que todavía cree en la posibilidad de ser referente fundamental, por su fe en Jesucristo, en torno a un asunto típicamente secular.
Llama la atención que en este mismo discurso León XIV menciona sólo a dos papas de la era del CVII: Pablo VI y Francisco. Al primero, para evocar -de su saludo inicial en el ministerio de Pedro- el deseo de «que sobre el mundo entero pase una gran llama de fe y de amor que ilumine a todos los hombres de buena voluntad»; es decir, el deseo de que todos los seres humanos, creyentes o no, seamos guiados por la voluntad divina. Y al segundo para leer el CVII a través de la Exhortación apostólica Evangelii gaudium (Francisco, 2013), de la cual León XIV hace su personal interpretación de las que considera son sus notas fundamentales:
el regreso al primado de Cristo en el anuncio (cf. n. 11); la conversión misionera de toda la comunidad cristiana (cf. n. 9); el crecimiento en la colegialidad y en sinodalidad (cf. n. 33); la atención al sensus fidei (cf. nn. 119-120), especialmente en sus formas más propias e inclusivas, como la piedad popular (cf. 123); el cuidado amoroso de los débiles y descartados (cf.n. 53); el diálogo valiente y confiado con el mundo contemporáneo en sus diferentes componentes y realidades (cf. n. 84, Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 1-2)[2].
Semejante síntesis refleja sin duda una interpretación singularísima de dicho documento con la cual refrenda la dimensión eclesiástica de la fe: hay que anunciar explícitamente a Cristo como lo propio de la misión cristiana; hay que fortalecer la identidad eclesiástica; hay que incentivar la identidad de fe cristiana; a los pobres hay que cuidarlos y amarlos y en el diálogo con el mundo hay que ser valientes, anunciando a Cristo. En pocas palabras: en su interpretación la iglesia se autorreferencia, no es una iglesia en salida como lo proclamaba Francisco.
Pero lo más graves es que dicha interpretación oculta y desconoce el núcleo principal de Evangelii Gaudium: la crítica de la idolatría o del fetichismo, desarrollada por Francisco en el capítulo segundo del texto citado. Precisamente el numeral 53 (descrito por León XIV apenas como “el cuidado amoroso de los débiles y descartados”) es sobre todo una contundente denuncia de la economía que excluye, que mata y que convierte al ser humano en sí mismo “como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar”. Para Francisco la misión de la iglesia no consiste en la defensa de doctrinas y ortodoxias en las que se insiste y que “no responden al verdadero evangelio de Jesucristo” (numerales 35 y 41) sino en responder al real desafío de nuestro tiempo: la “profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano” (No 55). Esta es la lucha que hay que librar, según el pontífice que acaba de morir[3].
En consecuencia, León XIV -entre Pablo VI y Francisco- parece terciar más por el papa que se distinguió por posturas equilibristas respecto a los conflictos internos eclesiásticos que había desatado el CVII. León XIV pone el énfasis en la necesidad de una “Iglesia unida, buscando siempre la unidad, la paz y la justicia, buscando trabajar como hombres y mujeres fieles a Jesucristo, sin miedo para proclamar el Evangelio y para ser misioneros”. Por tanto, la paz y la justicia -profundas necesidades del mundo- para este nuevo papa requieren primero la supuesta cohesión interna que tal vez deterioró Francisco con sus críticas abiertas ad intra de la institución:
En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo nosotros somos uno[4].
Como vemos, frente a los problemas cruciales de hoy -explotación de los recursos de la tierra y marginación de los pobres como resultado del paradigma económico dominante- planteados por Francisco, León XIV propone mirar a Cristo y acercarse a Él: en torno a Cristo debemos unirnos. Sin embargo, también debemos preguntarnos: ¿En torno a cuál Cristo? En la eucaristía en la capilla Sixtina, al segundo día después de su elección, León XIV les explica a los cardenales que cuando Jesús preguntó a sus discípulos, ¿quién dice la gente que soy yo? (Mateo 16:15-23), hubo dos respuestas: la de los dirigentes que subestimaban a Jesús y lo veían como un charlatán y la de la gente del común que se admiraba de él por su liderazgo carismático pero que lo veía apenas como un hombre. Para León XIV el problema está en que en ninguna de las respuestas se reconoció a Cristo como Dios[5]. León XIV ve a Cristo como un Dios que, además, se sabe Dios. Así, el nuevo papa elude la discusión sobre la fe de Jesucristo o “el verdadero evangelio de Jesús” y lo asume como verdad eterna e interna, íntima, correspondiente a la visión de su estirpe agustina: Cristo es único, no hay varios cristos, y la iglesia lo conoce, unida, de modo verdadero. En cambio, Francisco se atrevió a buscar el rostro de Cristo en la historia que vivió, y finalmente lo descubrió encubierto por los fetiches modernos del dinero y el capital, los mismos fetiches que había desnudado K. Marx. Ese Jesucristo de Francisco tenía una fe que la cristiandad olvidó: creía que la voluntad de Dios era que el ser humano, especialmente el pobre, viviera. La tragedia hoy es que el paradigma económico dominante no deja vivir ni al pobre ni a ningún ser humano, los mata.
Con esa visión de fe León XIV busca transmitir un parte de tranquilidad a los cardenales conservadores ortodoxos que ayudaron a elegirlo. En función de ellos y de los ultraconservadores -y, de pronto, de sus personales convicciones- León XIV ha usado algunos signos con los cuales comunica que el poder pontificio y la humilde infalibilidad del más alto ministerio jerárquico no se han perdido: la indumentaria litúrgica monárquica del “habemus papam” y el uso del latín en su misa de entronización, por encima del italiano vernáculo o del tercermundista español con que saludó a su diócesis peruana de Chiclayo. Otra vez: son detalles más cercanos a la diplomacia y al temor de Pablo VI y al cumplimiento del derecho canónico, del que León XIV es doctor: acoge a los pobres, sí… pero desde arriba. Puede servir de consolación que, de cualquier modo, no es la actitud imperial de Donald Trump, de quien anteriormente se ha diferenciado. Pero tampoco tiene que ver con el olor a oveja y a calle que Francisco solicitaba para sus clérigos y para la iglesia toda.
AGUSTÍN, DE NUEVO
El origen religioso de Robert Francis Prevot es la Orden de los Agustinos, una comunidad de alrededor de 800 años. La médula de su espiritualidad es la Regla de Agustín, marcada por la búsqueda interior: “no salgas fuera de ti, regresa a ti mismo; en el interior del hombre habita la verdad”. Agustín de Hipona tuvo una vida azarosa, de búsqueda mundana en el placer y en el conocimiento. Finalmente se disciplina en el camino del conocimiento interno, con el cual funda para occidente la exploración de la interioridad humana. Todos estos asuntos de índole religiosa, vuelven a ser una apuesta de la iglesia católica, en cabeza de León XIV, con el objetivo de disputar en el mundo un lugar cimero.
Tal apuesta ya tuvo eco en un intelectual liberal y periodista colombiano, Hernando Gómez Buendía, que valora la elección del nuevo papa como “una señal de época”. Gómez Buendía se complace porque con León XIV la figura de Agustín vuelve a ocupar un lugar en nuestra historia, ese hombre de comienzos del medioevo que el intelectual describe como si hablara de un existencialista: “Dudó, cayó, amó mal, escribió desde el deseo y desde la culpa. En vez de respuestas, dejó preguntas. En vez de fórmulas, dejó confesiones. Fue el santo de la conciencia, del pecado, de la gracia inmerecida”. Así que, según Gómez Buendía, con Agustín recordamos otra vez que “la verdadera tarea del hombre era conocerse a sí mismo. Aunque eso doliera. Aunque implicara asomarse al abismo”. De donde el periodista y político derrotado en todas las elecciones en que ha participado, concluye que el reciente pontificado augura una nueva época “porque la Iglesia misma, en su intento por “reconectar” con el presente, olvidó que su fuerza no está en cambiar el mundo, sino en cambiar el alma”[6].
Pero con Franz Hinkelammert podemos decir otras cosas de Agustín[7]. Para el autor alemán, Agustín de Hipona no fue un existencialista sino un racionalista platónico. Más que cristiano, fundó la cristiandad con una teología que devoró el mensaje cristiano en las fauces del pensamiento idealista griego, y lo transformó. Agustín inventó el pecado original y lo puso en el paraíso: el pecado es desobediencia a Dios (tal simbolizan Eva y Adán) y, de paso, desobediencia al emperador. Por tanto, no pecar es obedecer, al gobernante y a Dios. Agustín inventó, además, que el alma individual de Platón es igual al espíritu comunitario de los cristianos y que permanece en lucha con las pasiones del cuerpo corruptible y mortal. De ahí postula el camino interior como el necesario y tortuoso viaje para tratar de someter y vencer al cuerpo, a través del conocimiento del alma. El cuerpo que deambule por esta vía empezará a ser espiritual. Por fin, la ciudad terrestre que imaginó Agustín no es sino el tránsito inevitable para alcanzar la ciudad de Dios a donde llegarán los obedientes, eso sí, después de la muerte. Entonces por eso Gómez Buendía ni varias corrientes católicas entienden que el mundo no hay que cambiarlo, sino padecerlo con estoicismo y entereza.
Para algunos sectores de la iglesia católica que lo llevaron al pontificado, León XIV sería, entonces, emblema del papa que nuevamente no se inmiscuye en política y endereza los pasos enlodados de su predecesor inmediato. Trabajar por la paz mundial, si lo hace con espíritu agustiniano, no sería hacer política sino obediencia del alma a Dios. Y se concretaría como la invitación para que cada cristiano, desde su interioridad, ore por la paz y porque cesen los conflictos y lo odios. Sería, también, el misterioso anuncio de que Jesucristo es Dios y de la esperanza de que volverá al final de los tiempos.
Si semejante perspectiva solipsista prosperara, podríamos decir, junto con Hinkelammert, que Agustín es el teólogo del imperio, pero ya no sólo del romano, sino ahora y además del que vio engendrar a Robert Francis Prevot.
[1] León XIV, Discurso del Santo Padre León XIV al Colegio Cardenalicio, Sábado, 10 de mayo de 2025, Vaticano, https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/speeches/2025/may/documents/20250510-collegio-cardinalizio.html
[2] Ibídem
[3] Cfr. Hinkelammert, F. La primacía del ser humano en el conflicto con la idolatría: la crítica de la religión y la interpretación de la doctrina social de la iglesia de parte del Papa Franciscus, en La Reforma de la Iglesia en tiempos de discernimiento, Ediciones Amerindia, Uruguay, 2015, www.amerindiaenlared.org ; y Angarita, Carlos E. Evangelii Gaudium o la crítica a la religión del mercado. En: Rodríguez, Hermann (Comp) Interpelaciones del Papa Francisco a la Teología Hoy, Pontificia Universidad Javeriana y otros, Bogotá, 2017, pp 326-331. Disponible en https://jesuitas.lat/uploads/interpelaciones-del-papa-francisco-a-la-teologia-hoy/2016%20Congreso%20Internacional%20de%20Teologa.pdf
[4] León XIV, homilía de su Santidad el Papa León XIV, Plaza de San Pedro, Domingo 18 de mayo de 2025, Vaticano,https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/homilies/2025/documents/20250518-inizio-pontificato.html
[5] León XIV, Homilía del Santo Padre León XIV, Capilla Sixtina, Viernes, 9 de mayo de 2025, Vaticano,
https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/homilies/2025/documents/20250509-messa-cardinali.html
[6] Gómez Buendía, H. El papa agustino, El Espectador, 18 de mayo de 2025, Bogotá, https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/hernando-gomez-buendia/el-papa-agustino/
[7] Hinkelammert, F. El grito del sujeto. Del teatro mundo del Evangelio de Juan al perro-mundo de la globalización. San José de Costa Rica: DEI, 1998, pp. 93-132
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