
El Punk
Reportero político-musical
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Es de noche y estoy molesto. No por lo obvio —que Daniel Quintero quiera ser presidente— sino por lo verdaderamente grave: que haya sectores que aún lo presenten como “alternativo”, “antisistema” o incluso “de izquierda”. Lo están maquillando otra vez, como si el pasado no existiera, como si no supiéramos lo que representa.
Conservador, verde, liberal, del Tomate, viceministro de Santos… y ahora, el rebelde de turno.
Algunos repiten que la corrupción no tiene ideología. Pero eso es falso. La corrupción sí tiene ideología, y se llama individualismo. Es la exaltación del interés propio por encima del bien común. Es despreciar lo público para convertirlo en botín privado. Y eso, le pese a quien le pese, es ser de derecha.
No se puede hablar de transformación social mientras se aplaude a quien ha usado cada plataforma pública como trampolín personal. Quintero no es antisistema: es sistema puro, disfrazado de novedad. Es marketing digital al servicio del poder por el poder.
Y esto ya lo hemos vivido. El ejemplo más claro: Francisco Rojas Birry. Fue elegido personero de Bogotá con apoyo de sectores progresistas y de organizaciones indígenas. Llegó prometiendo dignidad, pero fue condenado por enriquecimiento ilícito, vinculado al carrusel de la contratación. Mientras hablaba de derechos, recibía dinero de mafias. Y hoy, a pesar de esa condena, sigue cobrando más de 10 millones mensuales del Estado.
Rojas Birry no solo robó, también traicionó una esperanza. Usó discursos emancipadores para inflar sus bolsillos. Desacreditó la justicia indígena que decía representar. Le hizo daño a una causa mucho más grande que él.
El problema aparece más profundo que los nombres. El problema es el electoralismo sin horizonte, esa obsesión por ganar elecciones, aunque haya que pactar con todo lo que se supone queremos cambiar.
Cuando el poder se convierte en un fin en sí mismo, se justifica todo. Se aceptan alianzas con oportunistas, se normalizan los “malos conocidos”, se entregan las banderas a quien mejor sepa agitarlas frente a una cámara. Así es como la política se vacía de contenido y se vuelve solo una competencia de ambición.
Aceptar a Quintero como figura de izquierda es repetir el error. Es darle un aval simbólico a quien representa el oportunismo político. Es permitir que el poder sea un fin en sí mismo, y no un medio para transformar las estructuras injustas.
Porque culpable de corrupción es culpable de ser de derecha, sin importar los colores de campaña. No se trata de etiquetas, sino de prácticas. No todo el que se opone al uribismo está con el pueblo. No todo el que critica el sistema quiere cambiarlo.
La izquierda no puede permitirse otra pinturita.
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