Sara María Triana Lesmes
Abogada y magister en derecho procesal
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El jueves 18 de Septiembre de este año, en Valledupar, Departamento del Cesar, la Jurisdicción Especial para la Paz, JEP, inició la audiencia de juicio contra Publio Hernán Mejía Gutiérrez. Es la primera audiencia adversarial que se hace en esta jurisdicción.
El acusado entra a la Sala de audiencias. Altivo. Aparenta mucha seguridad en sí mismo. Cree que podría lograr el mismo reconocimiento que tuvo su tocayo, Publio Cornelio Escipión Africano, en la Roma antigua. Su trayectoria y las aspiraciones que en algún momento tuvo, evidencian que soñó, como el otro Publio, con pasar de ser comandante de un ejército, a dirigente político. Nunca ha imaginado que, dependiendo del resultado de este juicio, puede terminar sus días aislado, olvidado por la ciudadanía y en la cárcel.
Sigue creyendo que es el mejor soldado de América. Comparece vestido de civil, sin la parafernalia del uniforme y sus múltiples condecoraciones. Traje gris, camisa blanca y corbata azul oscura, gafas, corte militar y mirada inexpresiva.
Mejía Gutiérrez se enorgullece de llenar más de 30 páginas con los reconocimientos y los logros obtenidos durante su carrera militar. Seguramente muchas de esas anotaciones positivas que tiene en su curriculum, las obtuvo por su participación (activa u omisiva) en el asesinato de personas que luego fueron presentados como “bajas en combate”. La institución militar lo felicitó, reconoció y condecoró porque presentó esos crímenes como resultados operacionales.
Levanta la cara y posa para la posteridad, imita el gesto de un prócer de bronce. Antes de esta audiencia ha dicho que su misión en el Departamento del Cesar fue cumplir con las políticas de la seguridad democrática.
Ahora, él y sus abogados afirman que Mejía salvó a ese Departamento de algunas plagas que lo estaban arruinando; sugieren que los civiles murieron a manos del Ejército, bajo las órdenes de Mejía Gutiérrez, eran parte de ellas. El Coronel Retirado finaliza diciendo “por la verdad y la historia que la JEP debe reconstruir para este país, por el respeto a las víctimas por la dignidad a las instituciones, no acepto los cargos, no puedo aceptar lo que nunca hice”.
Sabe que hay pruebas suficientes de que hombres bajo su autoridad y mando asesinaron a, por lo menos, 72 civiles indefensos y que él y los otros militares afirmaron públicamente que esas personas habían muerto en combate.
Ante la evidencia, Mejía Gutiérrez se exculpó y dijo que quienes habían cometido esos delitos eran unos criminales y que él nada tenía que ver con el asunto.
Uno de los oficiales señalados por el Coronel (r) también dio testimonio en sala judicial. Recordó que la llegada del Coronel al Batallón la Popa, con sede en Valledupar, fue como si hubiera llegado el salvador, la persona que definiría el combate entre el bien y el mal.
Esa unidad militar tenía la mala fama de no presentar buenos resultados en su combate a la guerrilla y a los paramilitares que, en esa época, se paseaban por las veredas, calles y clubes sociales del Departamento. Mejía llegó precedido de prestigio: los rumores y su hoja de vida decían que era un gran soldado, muy buen jefe y un combatiente sin miedo.
El declarante recordó que en ese momento, a sus 21 años, vio al Coronel Publio Hernán como un modelo a seguir. Era como si un Dios hubiera bajado del Olimpo, para salvar del desprestigio al Batallón y limpiar su jurisdicción de malandros de todas las denominaciones.
Confiados en las grandes aptitudes militares de Mejía, el batallón comienza a mejorar y con ello, la moral de sus combatientes.
El entonces joven subteniente de 21 años, que aspiraba a ser una copia fiel del gran militar que tenía como superior, fue convocado a reunión por Publio Hernán. El Coronel puso de presente las grandes cualidades académicas y la entereza militar del Subteniente; expresó la gran confianza que él, como comandante del batallón, encontraba en este joven y lo hizo sentir muy afortunado por pertenecer a la máquina de guerra que se formaba. Le pidió, entonces, verificar la presencia de bandidos que estarían haciendo un retén en la zona.
Relata el entonces Subteniente, hoy Capitán, que se dirigió con sus hombres y el teniente coronel Heber Gómez Naranjo hacia la zona indicada por el comandante Mejía.
Esa la noche, los militares andaban por la carretera hacia Valledupar cuando vieron una fogata, escucharon disparos y acto seguido, un vehículo saliendo a toda velocidad. Es el primer combate del subteniente. Avanza con sus hombres y ordena hacer fuego hacia el sitio de donde provenían las detonaciones. No hubo respuesta. Solo percibían el silencio. La patrulla inspecciona el área y encuentra un hombre muerto. Aparentemente es un miembro de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
El teniente coronel Gómez, segundo al mando de Mejía, ordena tomar las fotos pertinentes, levantar el cuerpo y llevarlo a la morgue del municipio.
Una vez el subteniente le reporta al coronel Mejía la baja de este “bandido”, se dirige hacia el Batallón, donde el coronel Mejía da un discurso en el que enaltece la gallardía y el ejemplo que dieron estos hombres. Los soldados bachilleres y regulares hicieran una calle de honor para recibirlos con orgullo. Mejía felicitó públicamente al Subteniente por el primer resultado operacional del Batallón en años: ¡ahora sí comenzamos a ganar la guerra, a cambiar la historia!
A partir de allí, como si un sueño hacia la gloria se estuviera cumpliendo, el Subteniente no dejaba de escuchar que su ídolo, el Coronel, lo ponía como ejemplo incluso ante sus superiores. Lo ensalzaba porque siendo un principiante había logrado mejores resultados que los capitanes. Lo hacía sentir como si fuera su hombre de confianza.
Lo envía a una segunda salida en búsqueda de bandidos que, según información, estaban merodeando la zona. Nuevamente acompañado del Teniente Coronel Gómez, llegan al lugar de los hechos. Encuentran un cadáver. La intuición del subteniente hace que cumpla un protocolo de seguridad contra explosivos: amarra el cuerpo y lo mueve lentamente para revisar si era una trampa. No lo era.
De pronto, el Teniente Coronel Gómez da la orden de anotar que la persona fue dada de baja en combate. El subteniente dice que no. Gómez grita la orden y el subteniente firma el reporte, que, por demás, ya estaba hecho.
A partir de allí, relata el subteniente, comenzó a tener un sinsabor, porque sabía que lo firmado no era cierto. Sin embargo, esta fe ciega en su comandante Mejía no le permitía cuestionar u oponerse a las órdenes.
Esa fe y esa admiración comenzaron a diluirse a partir de la tercera salida. Esa vez, encontraron y recogieron 4 personas que los paramilitares habían asesinado. El subteniente se negó rotundamente a firmar el informe según el cual esas personas murieron en combate.
Decidió acercarse a su ídolo. Le contó lo que había visto, le pidió apoyo y que sancionara a quienes estaban falsificando la información. Por toda respuesta, recibió un grito: “Hermano, eran bandidos y tenían que morir, ¿listo?”.
Ante la enorme cantidad de casos similares que se encontraron en el Batallón La Popa, la Fiscalía General de la Nación abrió investigación contra el Coronel Mejía, el Teniente Coronel Gómez y el Subteniente.
El Teniente Coronel Gómez confesó su participación en los crímenes y le pidió apoyo a Mejía Gutiérrez, le dijo que lo mejor para todos era contar la verdad. Este se negó. Dejó a Gómez como máximo responsable de esa carnicería que costó más de 70 vidas humanas. “Yo idealicé un líder que después nos dio la espalda a todos, que después me dio la espalda”, dijo Gómez en la audiencia.
Mejía continuó creando coartadas, apoyado por el subteniente y los demás militares investigados. Alegó que siempre hubo combates y que los muertos eran bandidos.
El subteniente, curioso, quiso conocer no solo lo que le contaban. Quería saber qué decían los expedientes en los que él aparecía como acusado. Encontró relatos de paramilitares acerca de la primera operación en la que él participó y por la cual le hicieron calle de honor en el Batallón. Dijeron que todo fue un montaje, un simulacro de combate y que, en realidad, ellos asesinaron al hombre que él había encontrado e informado como muerto en combate.
La declaración que el Teniente Coronel Gómez dio al respecto, reafirmó lo dicho por los paramilitares: “Yo sí tenía claro que allí no había algún combate, para los soldados y el subteniente Llanos, en medio de su inexperiencia, muchos de ellos, creo que, juraban que había habido combate (…) yo fui a hablar con el señor Coronel Mejía y yo le dije a mi coronel pasó esto y esto, pero la verdad, ese tipo estaba ahí; el me respondió ‘no se preocupe que era un bandido (…)’ yo la verdad no pregunté más y yo creo que ya nos habíamos metido en esa rueda y quedé con eso, de que el tipo era un bandido y de que muy posiblemente merecía morir”.
Encontrada esta verdad por parte del subteniente, y dándose cuenta de que Mejía prefería abandonar a sus hombres antes de admitir sus culpas, el subteniente decidió dejar de apoyar la mentira de quien, hasta allí, había sido su ejemplo militar.
De ahí en adelante, Publio Hernán Mejía Gutiérrez se defiende solo. Hoy llama bandidos y criminales a quienes antes llamaba, con orgullo, máquinas de guerra, pundonorosos militares, héroes de la Patria. Los presenta como bandidos que falseaban operaciones con otros bandidos, recogiendo del suelo a otros bandidos.
Quizá por eso, durante su testimonio, Gómez le dijo: “Mi coronel, usted usa mucho un discurso de honorabilidad, yo no creo que sea honorable, yo creo que no es honorable dar órdenes y luego darles la espalda a sus subalternos y lavarse las manos con ellos”.
Parece que Publio Hernán Mejía Gutiérrez no podrá retirarse, como Publio el Africano, a un exilio voluntario y en paz hasta que la muerte lo halle. Tal vez su retiro lo viva en prisión y sin honores.
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