Beatriz Vanegas Athías
Escritora, profesora y editora
•
Para More y la niña María de los Ángeles
Me enorgullezco de no saltar a esculcar el celular apenas amanece. Tal vez porque en mi vida hay otras prioridades a esa hora del día: empezar a aceitar mi cadera y piernas para ponerme en movimiento. Así que revisar las últimas imbecilidades humanas, oír qué dicen esos fantasmas no es una urgencia como si lo es pararme, estirarme, cepillarme, tomar café, desayunar.
Una hora después recuerdo que existe el móvil y lo miro. Así fue el jueves 12 de diciembre cuando oí el mensaje de voz de un primo hermano que conmocionado me cuenta que ha muerto un amigo común en el pueblo en el que vivimos la infancia y primera adultez. Pasaba la calle y un motociclista venía a alta velocidad y lo arrojó al piso. Murió al instante. Silencio de lado y lado. Y dos lágrimas que tal vez compiten con las que escurren de los ojos de mi primo.
Era mi vecino del frente de mi casa del pueblo. El pueblo se llama Majagual. Y el finado era de esos paisanos que vivieron su niñez y adolescencia cuando a Majagual no había llegado el “progreso”. Uso las comillas en esta palabra porque progreso para esos lares es (entre otros hechos) que entren muchos vehículos a las calles, y que todas, todas las familias tengan moto al punto de fundar el caos citadino para no parecer un pueblo.
Mis vecinos de enfrente eran en mi infancia los más adinerados del pueblo, pero eso no representaba un obstáculo para la amistad. La infancia no es un tiempo feliz. Sucede que no se puede ser feliz siendo niña porque la palabra que más se oye es NO. Por mucho que te resistas debes siempre obedecer a la madre o a los padres (hombre y mujer); porque siempre deseas esconderte o evadirte. Las amigas y los amigos son el placebo. Después, la memoria del pueblerino invadida de gratitud filtra y filtra hasta borrar las nubes negras de ese tiempo remoto que algún poeta llamó paraíso perdido y la poesía popular “tiempo pasado que fue mejor”. Pero no hay tal “mejor”. Sólo los amigos. Y romper las reglas, evitar la limpia o alcanzar el amor o el perdón de esos dioses distraídos que eran nuestras madres.
Entonces se murió uno de mis amigos de infancia y primera juventud arrollado por el progreso. Una de sus hermanas fue mi amiga. Peleábamos, jugábamos, nos reconciliábamos, me humillaba, la insultaba, nos reíamos, ella sería una mujer que haría de la belleza física un culto; yo, sigo intentando atrapar esa belleza en mis escritos. Y en medio de las dos, el hermano Ricardito.
Suele pasar que no pienso en ellos durante largas temporadas, pero están tatuados en mi vida como el Padrenuestro (así no sea creyente), como un canto vallenato (Así fue mi querer, El verano, Tiempo de las cometas), como un porro (Mochila, La Lorenza, Cebú), como una palabra exclusiva del léxico sucreño (aliprujo, bollo de arroz, cosiampirejo). No pienso en esos amigos, pero son como el paisaje de mi alma, a quienes doy por sentado que serán eternos; amigos como Ricardito con el que seguramente hoy poco tendría en común, excepto provenir de la misma calle y de los mismos recuerdos…pero oír el mensaje de mi primo por WhatsApp anunciándome su muerte repentina ha sido como si a la película de mi pueblo e infancia le hubieran sacado de un batazo a un personaje central; como si mientras jugábamos al escondite, Ricardito Alemán Borja se hubiera quedado para siempre escondido y nosotras sin la posibilidad de hallarlo.
Pasa así con esos afectos que no sé de qué lazos se amarran, pero están enraizados como el árbol cerca del río, como canta Jorge Oñate. ¿Por qué duelen tanto cuando sabemos que no están definitivamente si en el día a día no han sido esenciales? ¿A quién lloro cuando lloro ese morir impensado del amigo? ¿De qué rincón de la memoria proviene esta tristeza difícil de evitar? Tal vez lloro por mí que me quedé sin la certeza de que, al volver un día al pueblo, me saludaría con su sonrisa tranquila:
– Ajá Biatri, y ese milagro que te acuerdas de nosotros.
– Nunca me olvido, Rica, nunca.
Para mantenerse al día con nuestras publicaciones directamente en su cuenta de WhatsApp, haga clic en el botón “SUSCRIBIRME”.
Deja una respuesta