
Andrés Felipe Santacruz Velasco
Comunicador Social y Periodista, Mg. en Sociología
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El título que encabeza esta columna no habla en primera persona, sino que configura una suerte de paráfrasis de lo que podría pensar hoy en día cualquier candidato a la presidencia frente al fenómeno Petro en las calles, en las redes sociales y en las plazas públicas del país.
Hay una realidad incuestionable que venimos presenciando de un tiempo para acá, desde que Gustavo Petro es presidente de la República: a donde quiera que vaya despierta el fervor de la gente casi hasta un paroxismo poco visto en anteriores ocasiones, reúne multitudes que lo vitorean y aplauden a rabiar, lo rodean expresiones de afecto de señoras y señores en su gran mayoría de extracción popular, le prodigan devoción como a cualquier santo, aunque claramente no lo sea. ¿Qué es lo que tiene Petro entonces que no han tenido otros presidentes, quizá a excepción de su más enconado rival, Álvaro Uribe Vélez en su momento (y eso que tal vez ni siquiera en tal medida)?
Evidentemente en esto no participa de lleno un vínculo de índole racional, sino más bien pasional. Son los afectos los que toman las riendas del asunto a la hora de reunir al pueblo con el presidente. ¿Pero qué es lo que ha hecho que se suscite este tipo de vínculo del primero hacia el segundo? No hay tiempo ni espacio acá para profundizar en un análisis de tipo sociológico caracterizando el evidente liderazgo carismático que comparten tanto Petro como Uribe bajo el entendido de las categorizaciones Weberianas de las formas de dominación, como tampoco de sus formas de gobierno plebiscitarias. Pero sí quizá para observar ciertos hechos y condicionantes que han investido al propio Petro de semejante carisma.
Desde la primera década de los 2000, como senador de la República, destapó la olla podrida de la parapolítica, denunciando los vínculos entre paramilitares, políticos y gremios económicos en el país. Esto, entre otros debates que dio en el Congreso, le merecieron el reconocimiento de la prensa y de sus propios colegas como el mejor congresista del país, reconocimiento que, por cierto, acaba de ganar Iván Cepeda quien se declara continuador de su legado de cara a las presidenciales de 2026.
También denunció sonados casos de corrupción que comprometían a notorios hombres de corbata que esquilmaban el erario, como el Carrusel de la Contratación de los hermanos Moreno Rojas.
Ha cantado verdades incómodas para los poderosos, ha señalado a quienes nadie antes se había atrevido a señalar, ha sido trasgresor de valores conservadores en aras de un ideal más progresista, ha causado roncha desde el estrado del senado y de la presidencia y por eso se le reconoce y se le aprecia.
Cuando en el 2021 el pueblo colmó las calles del país durante el llamado estallido social en respuesta a una abusiva reforma tributaria del entonces presidente Duque y el Minhacienda Carrasquilla que golpeaba principalmente a las clases medias y bajas, las comunidades de los barrios populares se organizaron en torno al apoyo y la protección de los muchachos que salieron a poner el pecho en las marchas y bloqueos enfrentándose al ESMAD. Más allá de la discusión sobre la pertinencia o no de las vías de hecho (que estoy convencido ya eran necesarias), la solidaridad y la organización se alzaron bajo una sola bandera y la gente se sintió empoderada como nunca antes.
Para entonces el pueblo, antes tan lejano de los círculos políticos y de la política, ahora hacía parte activa de ella, más allá del escenario electoral, usual estratagema para hacernos sentir partícipes de la democracia. El estallido social posicionó al pueblo como ente político activo, consciente y beligerante en pos de sus necesidades. Ese empoderamiento, esa idea confirmada en la práctica de que el pueblo podía organizarse y pisar duro para hacerse oír frente a las élites políticas y económicas que se vieron obligadas a sentarse a negociar, fue el caldo de cultivo del escenario electoral que llevó a Petro hasta la Presidencia de la República.
No es que Petro fuera el líder natural de estas masas que se lanzaron a las calles, sino que se alzó un año después como el representante institucional de ese pueblo que quería reivindicar sus reclamos, ahora sí mediante el voto.
Petro le devolvió la voz y el protagonismo al pueblo como dinamizador de la economía y la política del país. Fue el primer presidente que realmente acercó el país nacional al país político, parafraseando a Gaitán. Antes lo intentaron como candidatos el propio Jorge Eliecer Gaitán, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Ossa, Carlos Pizarro Leongómez, pero todos fueron asesinados por paramilitares, fuerzas oscuras y fuerzas del Estado, antes de llegar a la meta.
Lo que Petro ha hecho entonces, desde sus luchas tempranas, hasta ahora como presidente, es devolverle la dignidad al pueblo. Hasta a la ONU fue a hablar de dignidad y de humanidad, careando y señalando en su propio territorio al mismo presidente de los Estados Unidos, un millonario fascista y xenófobo que no goza de mucha simpatía a nivel mundial por su incuestionable estupidez, su ignorancia, su arrogancia y su apoyo irrestricto al gobierno del genocida Benjamín Netanyahu.
Semejante osadía le valió a Petro el reconocimiento no solo de otros líderes de diversos países que se identificaron con su diatriba, sino de millones de ciudadanos alrededor del mundo. Fotos suyas con elogios han aparecido hasta en Yemen en medio de las protestas por el genocidio Israelí en Gaza.
Pero la dignidad de la que hablo no se trata de una cuestión meramente retórica. Hasta mayo de 2024, solo dos años después de haberse posesionado, ya se habían entregado 600 colegios, 100 de ellos nuevos y otros 500 renovados. Un año después, su gobierno ya había entregado a los campesinos 562 mil hectáreas de tierra, 43,2 veces más que su antecesor. Permitió la gratuidad en el acceso a la educación superior a través de su política “Puedo Estudiar”, beneficiando a más del 97% del estudiantado y se crearon más de 190.000 nuevos cupos universitarios entre 2022 y 2024. En septiembre de este año, se aprobó el proyecto de ley para aumentar y garantizar la financiación de las universidades públicas en el país.
Por otra parte, los soldados, cuya gran mayoría hacen parte de las clases más populares, gozan ahora de una remuneración mensual de un millón de pesos, así como de una mejora sustancial en su alimentación. Para el 2026 su salario ascenderá al mínimo mensual. Ha reducido la pobreza a índices históricos, así como el desempleo y de tal manera ha cerrado un poco la brecha social.
Si bien persisten muchas promesas incumplidas y que seguramente así se quedarán, el énfasis social de su gobierno y de su bancada le otorga ese cariz redentorista por el que tanto se le aprecia entre las poblaciones más vulnerables.
La seguridad, por supuesto, no ha sido su fuerte y por el contrario sí su mayor debilidad. Pero la gente ha entendido que comprar seguridad militar sin seguridad social no es buen negocio a futuro, porque la violencia surge de las inequidades, de la injusticia social tan profunda que hemos vivido durante toda nuestra historia.
¿Que eso es puro populismo? Sí, pero no el populismo entendido de manera despectiva como lo quieren hacer ver las élites refiriéndose a estos líderes carismáticos que otorgan dádivas por votos y popularidad. Es un populismo como lo entiende Ernesto Laclau, devolviendo al pueblo ese carácter deliberativo y decisorio como constituyente primario que es en un estado de derecho como el nuestro.
Lo que queda es, entonces, garantizar la continuidad del proyecto o derrocarlo por completo y de ahí la pelea por las bases populares entre los dos aparentes extremos: el de la derecha a ultranza que promete que “plomo es lo que viene y plomo es lo que hay”, representada en Abelardo de la Espriella, entre otros candidatos menores; y el de la continuidad del proyecto progresista que inició Gustavo Petro, contando actualmente con tres opciones, todas con capacidad de arrastre: Daniel Quintero que incita a las pasiones a través de símbolos y agresivas denuncias; Carolina Corcho que también apela a los afectos a través de señalamientos de corrupción en el pasado pero eso sí, con datos contundentes y una notoria claridad programática; e Iván Cepeda que apuesta por una deliberación racional, desmontando los apasionamientos y la falta de diplomacia que se han vuelto costumbre en las últimas elecciones.
Amanecerá y veremos a quién le toca la posta. Nadie tendrá esa misma aura carismática con la que se ha investido a Gustavo Petro desde que se hizo a la presidencia y puso de nuevo al pueblo como deliberante político primario.
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