
Rubén Darío Maffiold Dager
Nacido en Barrancabermeja, Residente en San Gil. Ingeniero Químico, lector empedernido que requiere de escribir para descargar lo leído y lo vivido.
•
La batalla del Pienta y los héroes que no se incluyen en los libros de historia
En la historia oficial de Colombia hay una escena que rara vez aparece en los textos escolares.
No hay estatuas en las plazas principales, ni fechas señaladas en el calendario cívico. La batalla
del Pienta, ocurrida en Charalá en 1819, es un hecho histórico que, aunque cierto y verificado,
no figura con la relevancia que merece. ¿Por qué?
Los libros —como las memorias— suelen ser selectivos. Y lo son porque, como se dice, la
historia la escriben los ganadores. Y los ganadores rara vez se detienen a narrar las derrotas,
mucho menos aquellas que incomodan su versión de los hechos.
La batalla del Pienta fue una derrota. Una resistencia valerosa, liderada por un pueblo sin ejército,
sin estrategia militar, sin posibilidades reales de victoria, pero con una certeza profunda:
defender lo justo, aunque sea inútil. Esa clase de lucha que, para muchos historiadores, no
tiene mayor valor táctico, pero que para quienes la comprenden desde la filosofía y la sociología,
tiene un poder simbólico inquebrantable. Fue una masacre.
Cuando perder no es perder
Hay quienes aún discuten los detalles del evento: si los documentos lo prueban o no, si el impacto
fue relevante o apenas anecdótico. Pero más allá del dato duro, está lo que esa batalla representa:
una causa perdida defendida con principios.
Porque lo verdaderamente incómodo de estas historias no es que se hayan perdido. Es que no
tenían nada que ganar, sin embargo, lucharon. La lógica estoica se impone: actuar no por
interés ni victoria, sino porque es lo correcto. Sin esperar medallas. Sin pedir reconocimiento.
El miedo del poder a los que no temen perder
Ese tipo de lucha no sirve a los sistemas de poder. Una sociedad construida sobre la amenaza
—»si no obedeces, te quitamos esto»— no puede controlar a quien no teme perder. Y los
hombres y mujeres que murieron en Charalá no temían la derrota. Su sacrificio no buscaba gloria;
buscaba dignidad.
Por eso fueron olvidados. Porque su ejemplo es peligroso. Porque su valor subvierte el orden,
no solo del enemigo al que combatieron, sino del régimen que se construyó después de la
independencia. Un régimen que, como todos, necesita héroes manejables, relatos claros, triunfos
útiles.
Pero el pueblo del Pienta no ofrecía nada de eso. Eran héroes colectivos, sin rostro único, sin
ambiciones personales. Y eso es más difícil de digerir para el poder: no puedes negociar con
un grupo sin líder, ni borrar una idea encarnada en una multitud.
La batalla que enfureció al enemigo
Dicen que la masacre fue brutal. Que los españoles, desesperados por la resistencia obstinada de
ese grupo sin formación militar, reaccionaron con furia. ¿Cómo es posible que un pueblo tan
débil se atreviera a luchar? Ese atrevimiento, más que cualquier táctica, fue lo que los condenó.
En su arrogancia, el opresor no soporta al que no le teme. No lo comprende, no lo puede
controlar. Entonces, lo destruye. Pero en ese acto, se traiciona a sí mismo. Gana la batalla, pero
pierde el alma. Y, como ocurrió muchas veces en la historia, también termina perdiendo la
guerra, por el tiempo perdido en una victoria pírrica.
Olvidar para controlar la memoria
Con el tiempo, las pequeñas batallas desaparecen de los libros. Se reducen a notas a pie de página
o a menciones en celebraciones locales. Lo mismo ocurrió con Ricaurte en San Mateo, y con
muchas otras luchas dispersas en los territorios. Porque esas historias no se acomodan al
relato oficial.
Y así, el olvido se convierte en una forma de censura. Pero no de la que borra, sino de la que
diluye, relativiza, minimiza. ¿Qué amenaza puede representar un puñado de campesinos
masacrados hace más de 200 años?
La amenaza está en la idea. Porque, aunque el tiempo pase, la noción de luchar por principios
sin esperar nada a cambio sigue viva. Y ese es un virus que puede reactivarse en cualquier
época. Un pueblo que recuerda a sus héroes anónimos, que no negocia su dignidad, es un
pueblo que nunca se someterá del todo.
Una semilla para el futuro
Hoy, cuando en Charalá se recuerda la batalla del Pienta, con orgullo, no se hace solo por
nostalgia. Se hace porque esa historia tiene vigencia. Porque demuestra que hay luchas que vale
la pena dar, aunque estén perdidas de antemano. Porque lo que se gana en ellas no es
territorio ni poder, sino algo más valioso: la conciencia de estar del lado correcto.
Y eso no se olvida. Aunque no aparezca en los textos oficiales. Aunque no se enseñe en los colegios. Aunque se pretenda silenciar.
Porque, al final, los que luchan por causas perdidas son los que siembran el terreno para que
otros, en el futuro, lo recuperen.
Deja una respuesta