Laura Cabeza Cifuentes
Antropóloga con opción en literatura. Magíster en literatura
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El 18 de octubre fuimos convocados varios poetas del departamento de Boyacá por la poeta Angela Briceño al Café de Vértice en Tunja. Era una invitación del Movimiento Poético Mundial por la Paz de Palestina, el propósito hablar y escuchar sobre lo que allí sucede.
Una tarde de almas conmovidas por la repetición de la barbarie. Todo lo que se puede decir al respecto es aterrador, doloroso, punzante, inaceptable y sin embargo ya visto, dicho y oído tal cantidad de veces que por pura vergüenza la humanidad ya debería haber descontinuado las guerras. Pero hay que seguir hablando del tema quizá hasta que entendamos que la guerra no es una práctica cultural admisible, humana, compatible con la vida.
A continuación, comparto uno de los textos que tuve el privilegio de leer, con epígrafe del poema En el Templo de Dios del escritor y poeta tunjano Julio Medrano.
Genocidio
A Palestina
¿Acaso alguien más escucha en este desierto, o,
es solo mi voz el lamento de un mundo tan pequeño?
¿A cuál cobarde pertenece la corona del rey?
¿A cuál padre pertenece el fuego?
¿A cuál madre pertenece la cabeza del niño?
Julio Medrano
¿Cómo llorar por una realidad que no nos toca?
En mi cielo hay estrellas.
¿Cómo callar lo que no cabe en la cabeza?
Matan civiles, niños y mujeres,
quieren extinguir un pueblo que, podría ser cualquier pueblo,
mi pueblo.
Uno ve los estallidos,
Quizá porque no los oye, puede no creer,
ve las pilas de sábanas inertes, el genocidio;
parece que no es posible, es tanto
¡Es demasiado!
El impacto nos blinda, dice Susan Sontag;
tanto terror no es admisible,
pero ES. Queremos dudarlo, ignorar, no aceptar,
porque si tanto horror es posible
¿Dónde está la esperanza, dónde está Dios?
Me seco las lágrimas, me obligo a pensar
«¡razona!», me digo, entonces pienso que
quizá está allí, tratando de ver a través de nosotros esa realidad despiadada,
esa humanidad que somos, la verdadera miseria.
Ahí, en mí, en mis ojos, por fin, veo la cara de Dios
queriendo ver que vemos,
que dejamos de cerrar los ojos,
que no decidimos mirar para otro lado.
Que desnudamos la falta, para reconocer la infinita miseria humana,
ver que nos re-conocemos en las manos ensangrentadas,
en los niños que gritan de horror,
para que no tengamos más opción que abrir el corazón
y dejar que nos encuentre la compasión…
el amor, Dios.
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