
Jacqueline Coto Torres
Mamá, psicóloga, escritora, poeta y doula
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Mi abuela estaría en desacuerdo conmigo, pero los amigos sí existen y tengo una colección de historias asociadas con ellos. A mí se me facilita encontrar amigos en los trenes, las cafeterías y, sobre todo, en las bibliotecas; quizá también a ustedes y no lo sepan. En cualesquiera escenarios que frecuenten: amigos en las tiendas, en los gimnasios, en las farmacias, en los parques, en los museos, en las universidades, amigos ocasionales con los que intercambian una sonrisa o aquellos amigos que los hacen sonreír, sin percatarse de ello, ¿han visto a un grupo de amigos morirse de la risa y se han unido en amistad por ese breve, pero exquisito momento? ¿Han intercambiado impresiones en una parada de autobús o en la cola de cualquier fila?
Una vez, vi a un joven con un violín, hablamos de música y fuimos amigos. Otra vez, me casé con mi mejor amigo. Luego, uno de mis amigos me ayudó para publicar un libro, luego, una de mis amigas me aplaudió porque escribí un poema bonito. Un amigo murió, otro tuvo un hijo, una amiga tuvo éxito en sus negocios y otra tuvo un viaje bonito.
Pero los amigos también lloran. Es entonces cuando nos toca ser verdaderos amigos. Por ejemplo, un día, conocí a una amiga en un hospital, estaba triste por su papá y fui su amiga, luego otra no sé por qué, en otro sitio, también estaba triste y entonces fui su amiga. En esos momentos, los amigos se miran a los ojos, puede que de ambos las lágrimas broten, no importa, solo importa que sean amigos, que se abracen y que uno le diga a otro, ¡aquí estoy!, o no le diga, pero le demuestre que está, con sus ojos, porque la mirada es la que cimienta la amistad.
También el goce. Gozar es la nota tónica de la amistad. Entre los amigos hay agrado, hay sonrisa y no pocas veces carcajada, hay aceptación y buen trato, hay deferencia cuando la amistad avanza, cuando el vínculo profundiza y entonces tenemos al amigo que nos acompaña, aunque se muera, como Eduardo, mi amigo Eduardo, ruiseñor, fue a mí a quién informó de su enfermedad inmediatamente recibió la noticia; pero también fue a mí a quién compartió cada logro de sus hijos, cada asunto importante de su empresa, cada felicidad compartida con su esposa; fuimos amigos cotidianos, diferentes, pero respetuosos, aún pienso en él (español casado con una colombiana) preguntándome si ya había ido al Chicamocha… también pienso en mi amiga Marcia, aún viva, que cuando supo de mi embarazo se llamó a sí misma tía; en mi amigo Santiago con quién iba a cada presentación de libros y por quién viajaba más de dos horas para encontrarnos y siempre se sintió halagado por ello.
Sí, abuela, los amigos sí existen. Hay amigos desinteresados, amables, solidarios, amorosos, aguerridos (como mi amigo Dimitri, que si tiene que defenderme lo hace sin titubeo), hay amigos fieles, como mi amiga Cristina, amigos incondicionales como mi amiga Natalia, amigos cómplices como lo son Leónidas y David. Amigos que nos aman, aunque apenas nos conozcan, amigos que nos ayudan sin conocernos, que nos ofrecen su mano, su casa, su corazón, como Fito, el amigo de todos. Amigos que nos ofrecen ayuda si nos ven en necesidad, que nos consuelan si nos ven llorar, que se ríen de nuestros chistes o aplauden nuestros avances, amigos que confían en nosotros y nos respaldan.
Y hay amigos de la Humanidad. Filántropos que están abrazando niños, haciendo donaciones, curaciones, oraciones, canciones… para el bien de todos. Hay seres grandes usando su grandeza en ayudar a los demás, esos son nuestros amigos, son quizá nuestros mejores amigos y a ellos debemos emular cada vez que estemos en un intercambio amistoso con alguien más.
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