
Gustavo Melo Barrera
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Imaginar la resurrección de Jesús en el siglo XXI es un ejercicio que trasciende la religión y toca los corazones de creyentes y no creyentes por igual. Nos invita a reflexionar sobre cómo nuestras sociedades modernas, profundamente marcadas por la tecnología, el consumismo y las divisiones sociales, podrían recibir a una figura que simboliza el amor, la justicia y la redención. ¿Qué encontraría Jesús si regresara hoy? ¿Y qué impacto tendría su mensaje en un mundo tan diferente al de hace más de dos mil años?
Si Jesús resucitara hoy, su llegada estaría marcada por la incredulidad. Vivimos en una época donde la evidencia científica y la necesidad de pruebas dominan la percepción colectiva. Las noticias de su retorno, seguramente, estarían sujetas a todo tipo de análisis y cuestionamientos. La cobertura mediática sería abrumadora: las redes sociales se inundarían de teorías conspirativas, memes y debates acalorados sobre su legitimidad. ¿Se le consideraría un líder espiritual, un revolucionario moderno o simplemente una figura polémica más en el panorama global?
Jesús, quien dedicó su vida a los marginados y vulnerables, enfrentaría un mundo donde la desigualdad ha alcanzado proporciones alarmantes. Mientras una parte de la humanidad vive en la opulencia y desperdicia recursos, otra lucha por sobrevivir sin acceso a agua potable, educación ni atención médica básica. Su voz, seguramente, sería una que clama justicia en un desierto de apatía. Denunciaría sin titubeos la explotación económica, la corrupción política y las estructuras de poder que perpetúan el sufrimiento de millones.
En un mundo plagado de conflictos armados y crisis humanitarias, Jesús probablemente se erigiría como un pacificador. Su mensaje de «amar al prójimo como a uno mismo» sería más relevante que nunca. Podríamos imaginarlo en escenarios de guerra, mediando entre facciones enfrentadas, consolando a las víctimas y ofreciendo esperanza a quienes han perdido todo. Sin embargo, su llamado a la reconciliación y el perdón podría ser recibido con escepticismo en un contexto donde el rencor y la venganza predominan.
El Jesús del siglo XXI también tendría que enfrentarse a un dilema ético moderno: la tecnología. Por un lado, podría usar las plataformas digitales para difundir su mensaje de amor y esperanza a escala global. Por otro, tendría que lidiar con la superficialidad, la desinformación y la cultura del odio que muchas veces proliferan en estos espacios. ¿Cómo sería su presencia en Twitter, Facebook o TikTok? ¿Lograría inspirar cambios profundos en una generación acostumbrada a la gratificación instantánea?
Otro desafío sería la relación entre religión y ciencia. Jesús, cuyo mensaje trasciende dogmas, podría abrir un diálogo entre la fe y el conocimiento racional. Quizás instaría a la humanidad a usar la ciencia para el bien común, promoviendo investigaciones que busquen sanar, alimentar y proteger a las comunidades más vulnerables en lugar de generar división o destrucción.
En cuanto a su trato con los líderes religiosos modernos, no sería difícil imaginar conflictos similares a los que enfrentó en su época. Jesús, que desafió las normas religiosas y sociales de su tiempo, posiblemente cuestionaría las instituciones religiosas actuales por perder el enfoque en la compasión y la ayuda al necesitado. Invitaría a los líderes religiosos a volver a lo esencial: servir a la humanidad con humildad y amor genuino, en lugar de perseguir poder y riqueza.
La pregunta clave es: ¿estaríamos listos para recibirlo? Su mensaje sigue siendo radical incluso hoy. Amar al enemigo, perdonar sin condiciones y buscar la justicia para todos son ideales que a menudo chocan con nuestras prácticas diarias, marcadas por el individualismo y el deseo de prosperidad personal. ¿Lo seguiríamos o lo rechazaríamos como hicieron muchos en su época?
Finalmente, si Jesús resucitara hoy, nos confrontaría con nuestra propia capacidad de cambio. Nos invitaría a preguntarnos si realmente estamos dispuestos a construir un mundo basado en el amor, la solidaridad y la igualdad. Su resurrección sería un recordatorio de que la humanidad aún tiene esperanza, pero que la transformación comienza con cada uno de nosotros.
En un mundo dividido, su mensaje podría ser un punto de unión. Pero la verdadera pregunta sería: ¿estaríamos dispuestos a escuchar?
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