José Aristizábal García
Autor, entre otros libros, de AMOR, PODER, COMUNIDAD, 2024, Editorial Prosa del Mundo, Bogotá. Y de AMOR Y POLÍTICA, 2015, Ediciones Dos de Bastos, Bogotá.
•
Vivimos hoy unas crisis que están generando grandes catástrofes, tienen al planeta y a la humanidad al borde de un colapso y son globales, sistémicas, multidimensionales, porque son, al mismo tiempo, ecológica/climática/energética/económica-financiera/humanitaria/del-hambre/de-la democracia-la política/y-del-espíritu.
Un ejemplo es el riesgo de una guerra mundial y nuclear: por un lado, la guerra entre Rusia y Ucrania, el genocidio/exterminio de Palestina por Israel y el conflicto entre Israel e Irán que amenazan con desbordarse a una guerra mundial. Por otro, las grandes potencias atómicas están renovando y ampliando sus arsenales de ojivas nucleares, bombas hipersónicas, misiles balísticos intercontinentales, desafiándose mutuamente, y cada una exhibe con prepotencia y cinismo su capacidad de aniquilar y asesinar, en unos pocos segundos, grandes metrópolis y cientos de millones de seres humanos.
Otro ejemplo: la situación a la que hemos sometido al agua: la seguimos contaminando, degradando y envenenado; de ser un bien común gratuito, pasó luego a ser un bien público estatal y por último a ser una mercancía, cada vez más costosa, cotizada en la bolsa de valores; ahora se nos dice que está escasa y vivimos racionamientos por doquier.
¿Y qué reacción tenemos frente a estas catástrofes de la vida humana y del agua? Pese a que en este instante se están asesinando a cientos de miles de seres humanos y a que sin el agua no hay vida ¿por qué no hay un alto al fuego en Palestina, en Ucrania, o en las otras treinta guerras o conflictos armados que se están librando en este momento en el mundo? ¿Por qué no se hacen cumplir los acuerdos firmados por los Estados en las cumbres del clima? ¿Por qué aceptamos eso como algo “normal” o “inevitable”? Y si esas crisis son tan graves y catastróficas ¿por qué se está haciendo tan poco por afrontarlas?
¡Aahhh! Exclamamos; y nos disculpamos, ¡ese es un problema de las Naciones Unidas y de los Estados! Pero, a cada uno de nosotras, ¿por qué no nos escandaliza, no nos indignamos o nos rebelamos?
Mi respuesta es clara: porque de todas esas crisis, la principal, la más grave, es la del espíritu humano, que se refleja en la miseria espiritual en la que sobrevivimos. Esas crisis se deben precisamente, a las formas en que pensamos y actuamos.
Es tan poderosa y profunda la penetración del capitalismo en nuestro yo interno, en nuestras mentes y cuerpos, que nos hace creer que lo que pensamos, son nuestros pensamientos propios, y que los deseos que sentimos son nuestros auténticos deseos. Pero si nos detenemos a pensarlo, en la mayoría de nosotros y de las trayectorias de nuestras vidas, quienes formatean o manipulan nuestros gustos y nos acostumbran a unos determinados modelos de pensar y desear son el sistema y sus poderes de dominación. El capitalismo no sólo nos expropia el trabajo: también nos expropia el deseo y el amor.
Por eso nos mantenemos en el individualismo posesivo, en la exacerbación del miedo, la insolidaridad, la desesperanza, la agresividad. Por eso recaemos en el machismo, el racismo, la discriminación, el consumismo compulsivo y creernos superiores a los demás y a la naturaleza. En la atrofia de la conciencia o enajenación. En el utilitarismo de ver a las demás como objetos o instrumentos. En el océano de corrupción en el que chapoteamos. Todo esto nos empobrece, nos deshumaniza, pues es la negación de la vida, del amor y del espíritu humano.
Frente a esa realidad, este libro plantea que existen otros mundos, que otro mundo es posible y propone tres reflexiones, tres ideas-fuerzas poderosas interrelacionadas entre sí.
Otra visión del amor. Vemos el amar como esa emoción que nos es natural, que nos abre a las demás, al sí mismo, a la vida, a la naturaleza, al pluriverso, a la sabiduría. Una fuerza relacional que nos reconcilia con el otro y la otra y nos permite verlos como sujetos. El Eros, el ágape, el que está en la base de todos los cuidados; del que fluyen la fraternidad, la sororidad, la amabilidad, la empatía.
Él produce la alegría y vence al odio; por tanto, puede superar la noción del enemigo, tratarlo como un adversario, buscar el acuerdo, hacer las paces y superar la agresión y la violencia. Si hubiera amor a los demás, no tendrían porque darse tantas guerras y matanzas; ni Ucrania, ni Palestina, ni la violencia de nuestro país, ni la indiferencia ante ellas.
Si tuviéramos amor a la vida, a la naturaleza, viviríamos en armonía con ella, no contaminaríamos las aguas de ríos y quebradas, ni permitiríamos que las volvieran una mercancía, ni su escasez ni sus racionamientos; tampoco estaríamos produciendo la sexta extinción masiva de especies, sino que cuidaríamos más y mejor a los demás seres vivos.
La posición amorosa es cuidado de sí y gobierno de sí y, por lo tanto, conduce a la autonomía y a la construcción de una subjetividad alternativa. Y en las luchas sociales, construye el nosotros, los nuevos sujetos y de su potencia conjuntiva emana la energía emancipadora más poderosa.
Ahora bien, no se trata de una mirada ingenua o idílica, de un amor celestial, porque, dentro de lo social, siempre existirán contradicciones y antagonismos; pero ocurre que podemos recurrir a la reconciliación, al perdón y a que la agresión o el maltrato sean sólo un pasaje que sucede y no el tipo de relación predominante; y ocurre que el amor nos ayuda a colocar la cooperación por encima de la competencia.
Por todo lo anterior, desde esta visión holística y transformadora del amor, que contiene esas cualidades y potencialidades, él es la mayor riqueza de lo humano, puede constituir un amor social o un amor político y una relación que regenera el espíritu. Pero el capitalismo nos expropia ese amor para que adoremos al dios dinero y al dios Mercado y nosotros hemos renunciado a él o hemos dejado que lo manipulen.
Otra visión del poder. Vivimos obnubilados y entrampados viendo una sola faceta del poder: el poder de dominación o sobre los demás, que es vertical, viene de arriba y la que le interesa al sistema. Pero también existe, en cada uno, una fuerza interior, el poder-de-dentro, que son las capacidades de hacer de cualquier ser humano y genera la autonomía individual. Y el poder-con, que es el poder colectivo de las comunidades, las organizaciones sociales y los movimientos, que puede ser un poder compartido, repartido, colectivo y genera la autonomía colectiva. Estos dos últimos son horizontales y se producen desde abajo en las resistencias y las luchas sociales y políticas, promueven la autonomía y están relacionados con el amor y el compromiso con las demás y con la transformación social.
Otra visión de la comunidad y del común. La comunidad es lo que realmente se opone y toma distancia frente al capitalismo y al neoliberalismo porque va más allá del Estado y el Mercado y es una forma de propiedad o de usufructo que es relacional, diferente a lo privado y a lo público. Llamamos la galaxia de los comunes a toda la familia que orbita en torno a la comunidad: el común o los comunes (commons), los bienes comunes, el procomún, los comunes digitales, los comuneros y la herencia o patrimonio común de la humanidad.
El vivir en comunidad es lo que les ha permitido a los pueblos indígenas, negros y campesinos mantener sus autonomías, sus tierras y sus culturas; pero no hablamos sólo de esas comunidades. También existe una gran diversidad de tipos de comunidades: intencionales, virtuales, cooperativas autogestionarias, ecoaldeas, de personas urbanas o neorurales.
La comunidad y los comunes se relacionan con el poder, en que son espacios de autonomía individual y colectiva, de insubordinación y construcción de otros tipos de vida y de sociedad. Los entramados comunitarios y las relaciones comunitarias, establecidas en los barrios populares de las grandes periferias urbanas, han sido la base principal de las resistencias, los movimientos sociales, los estallidos y las rebeliones populares en América Latina. Y se conectan con el amor, en cuanto que es allí donde más nacen, se cultivan y se reproducen los amores sociales y políticos.
En conclusión: hoy, el amor no vende, la autonomía no vende, la comunidad menos. Esas tres riquezas no están de moda, no tienen publicidad. Tampoco se compran o se cambian por el dinero. Y nos las han expropiado. Pero, ¡miren qué paradoja! ellas están ahí, siempre han estado, subterráneas o latentes, son gratuitas y las podemos recuperar y materializar en cualquier momento y lugar. Y frente a esas grandes crisis en las que estamos, ellas son un camino; incluso, pueden ser la base de un poder constituyente.
Deja una respuesta