Juan Camilo Quesada Torres
Doctorando en Sociología UNSAM/EIDA (Argentina)
Investigador en Economía popular
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Mi abuelo materno, a quien sólo tuve la posibilidad de gozar durante algunos años de mi infancia, decía que no había que temer a los muertos sino a los vivos. Esa frase no tenía mucho efecto en el campo, donde la noche se hacía muy oscura y la imaginación infantil volaba por entre las alimañas que pudieran habitar la penumbra. En cierto modo, eso era atrayente.
Más entrados los años 90, sin ser un gran aficionado a ella, la caricatura de Scooby Doo (de la casa Hannah-Barbera) presentaba algo similar a lo que me abuelo decía: la presencia de un fantasma en una casa y del que no estaba muy clara la razón de su existencia. Lo rastreaban un grupo de jóvenes y un perro que querían saber qué sucedía y, finalmente, develaban el misterio: un vivo queriendo asustar a otros para quedarse con una fortuna. Esa fortuna, a veces, eran propiedades, tesoros, prestigio, en fin, poder.
Scooby Doo y mi abuelo ya entendían cómo se ejerce la política electoral del siglo XXI: humanos vivos metiendo miedo a otros, es decir, a las y los votantes.
Según el filósofo Bernard Manin, en la disputa electoral se acude al afianzamiento de lo meramente formal y aceptable dentro del sentido común, para luego decir que lo distinto debe ser temido pues proviene de fuerzas oscuras o intereses sin identificar. Por ejemplo, si un político tiene familia, hijos, aparece como un buen padre o madre; aparentemente sigue ciertos mandatos alojados en el sentido común, entonces, seguramente, será un o una excelente estadista. Quien no se ajuste a ello o, por lo menos, no pueda mostrarlo, es una mala persona y mal político.
Ejemplos se me ocurren muchos, pero pensemos en algunos un poco obvios: Álvaro Uribe, a quien el tono de voz le da la apariencia de un viejito benevolente con cara de monaguillo y con esposa puritana con quien crió ese par de hijos empresarios, se vende y lo compran como un candidato incapaz de delinquir. Emmanuel Macrón, que construyó y vive su propio mito del estudiante que cumple el sueño de casarse con su profesora de escuela, aparece como la viva y fehaciente demostración de cómo el amor sincero, rompe todas las barreras: él respetará las reglas y entregará el poder político en Francia a quien ganó las elecciones. Justin Trudeau, el primer ministro canadiense, descendiente de uno que fue el más popular de ese país, simpático, bello; ninguna parte de su cuerpo desentona o sugiere que él pueda apoyar alguna guerra de agresión, como las de Afganistán, Irak, Libia o Ucrania, mucho menos participar de un homenaje a un nazi de la II Guerra Mundial.
En los tres casos quien parecía no romper un plato, resultó rompiendo la vajilla completica y destruyendo la cocina.
Pero este efecto de engañar con la apariencia, no sucede solo. Requiere de un grupo de vivos que puedan meter en la agenda informativa la comunicación de todas las virtudes del producto (la persona política) que nos venden y por el cual votamos. Mejor aún: votamos por esa perfección porque queremos ser como el producto/candidato, porque sentimos que él nos representa.
Las agendas políticas pierden importancia en la disputa electoral y, entonces, las propuestas de acciones concretas se desvirtúan. Se exaltan el buen esposo o esposa, el portador de un amor excepcional y puro, el adonis. Todo lo que no sea así, es producto del mal, es un desvío.
A esto, Manin lo llama “Democracia de Audiencia”: eres la mejor opción electoral porque se te puede mostrar bueno, lindo y casto, sería el mensaje. A veces puede ser que tengas todas las cualidades, otras puedes tener sólo una de ellas.
En cambio, aquellas personas que demuestran su desacuerdo con la situación actual y con quienes han gobernado por decenios son tratadas con desdén. Les atribuyen características negativas (aunque ni siquiera se sepa por qué son negativas): castrochavista, activista de la ideología de género, comunista, pachamamerto que pone en riesgo la propiedad privada y la familia, en un país como Colombia, donde, según el DANE, el 40,3% de los hogares vive en arriendo, y solamente el 52,4% de ellos se acomoda a la modalidad biparental. Así pasa en toda América Latina.
Los miedos, entonces, son infundados. No hay propiedad qué robar a quien no la tiene y no hay familia qué destruir donde no existe, por lo menos en su versión: papá, mamá, hijos. Claro, tampoco nadie explica qué es el castrochavismo, ni la ideología de género, etc, porque es parte del miedo que se mete: como no se explica qué es, puede ser cualquier cosa, todo aquello que cause terror, que amenace destruir, incluso, lo que no se tiene.
A veces, en momentos clave, puede pasar que llegue un feo, un inculto, un “boca sucia”, que aproveche una crisis social, y haciendo gala de sus anti-cualidades, defienda lo mismo que los deseables: la familia, la propiedad y la capacidad de inventar fantasmas.
En Argentina, por ejemplo, una persona que ha sido señalada de tener serias averías psiquiátricas, que ha hecho gala de su relación filial con sus perros, que insulta y llama hijos de las mil putas a toda persona que no esté de acuerdo con sus planteamientos y que se vanagloria de haber generado más hambre y pobreza, se hace elegir presidente diciendo que derrotará al comunismo internacional, al Foro de Sao Paulo o al grupo de Puebla.
Javier Gerardo Milei es feo, inculto, cruel, pero prometió salvar al pueblo argentino de los monstruos que previamente habían instalado en el sentido común. Con él vinieron los “divinamente”: Macri, Bullrich, Caputto, Sturzeneguer que ya habían arruinado a la Argentina en 2001 y 2018.
Así, mientras los ciudadanos argentinos creían ver los fantasmas que Milei señalaba, las medidas de su gobierno trajeron la desfinanciación a la educación pública, surgieron 120 mil desempleados en 6 los primeros seis meses de gobierno y Galperín, el dueño de Mercado Libre, multiplicó su fortuna. Este empresario vive en Uruguay para no pagar impuestos en Argentina. O sea, vinieron señalando fantasmas para quedarse con el poder.
En Colombia, como en Argentina, en plena época pre electoral vienen los defensores del establecimiento a crear fantasmas, a asustarnos con sus propias creaciones. Vienen los lindos y los feos, los que tienen cara de estreñimiento y los cómicos, los rateros que se las dan de locos y los locos que promueven que otros roben.
Como en Scooby Doo, la tarea es descubrir a los vivos que nos quieren asustar y sacar provecho de ello. Descubrirlos y derrotarlos: no permitir que, otra vez, se tomen el poder Esos vivos eran sobre los que advertía mi abuelo.
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