
Laura Cabeza Cifuentes
Antropóloga con opción en literatura. Magíster en literatura
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“Mi sombra es la locura
también mi musa inspiradora”
Me gusta meditar, ver los pensamientos sucederse. Luego de muchos, muchos años, las ideas que han sido recurrentes se van diluyendo en el vaivén de la respiración, en las sensaciones del presente. Se van y queda el presente. Algunos recuerdos se incorporan como esos antiguos negativos de fotos herméticamente enrollados en suaves cilindros protectores que cuando eran revelados mostraban una larga lámina ocre donde una imagen sucedía a la otra y otra a la siguiente trayéndonos a la memoria los hechos, algunos quizás ya olvidados.
Cuando yo era niña, incluso adolescente, las fotos tenían una magia de expectativa, era una sorpresa ver lo que quedaría en físico para la memoria. Los rollos eran costosos y también los revelados. Había rollos de doce, veinticuatro y treinta y seis fotos, eran más costosos dependiendo de la cantidad de posibilidades que contenían para eternizar los momentos que se elegían meticulosamente y de igual forma su revelado también implicaba un costo mayor, a veces se velaba la foto y entonces de eso no quedaba nada.
Recuerdo en este momento una foto en particular. Yo era una niña adolescente, era fin de año o principio de año y estábamos en Cali visitando a mi nona Hortensia. La fotografía me muestra en un primer plano sola y aburrida o malhumorada, como a veces nos encuentra la vida, no recuerdo la razón de mi cara quizás los adultos habían decidido que en vez de ir a la feria de artesanías iríamos a comer “cholao” y con todo el respeto de los caleños nunca me llegó a fascinar del todo ese platillo tan local y turístico, pero la cara, mi cara es tan auténtica que no se puede olvidar esa imagen, yo estuve allí, yo sentí.
Hoy en día las fotos, gracias a los avances tecnológicos, parece que ya no muestran nada. Gente siempre guapa y bien vestida, siempre sonriente, poniendo el mejor ángulo posible. Si en definitiva no nos satisface lo que hay podemos usar “filtros”, así tal como suena y se entiende, para que en el futuro nadie pueda dudar de la cantidad de “éxito” y belleza que rodeaba al fotografiado y al momento.
Qué bueno que la tecnología hoy nos permita guardar más recuerdos. Dice Borges (cita muy conocida) que de todos los inventos el libro le parece el más asombroso por ser una extensión de la mente humana. Luego del libro, en esta misma línea vinieron las calculadoras, las computadoras y, por supuesto, las tecnologías de imagen, audio y video, que son una bella extensión de la memoria visual y sonora, pero ¿cuál es el límite? ¿En qué punto, sin darnos cuenta, estos avances que crecen como avalancha empiezan a ahogarnos con su propio crecimiento?
Me parece que puede ser que haya un punto en el cual tanta belleza y tanta perfección editada y reeditada empieza a diluir la naturaleza humana o a desenmascararla de forma tan brutal que de todas maneras termina obligándonos a sonreír para la selfi, término que irónicamente viene de la palabra inglesa self que significa UNO MISMO.
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