
Puno Ardila Amaya
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—Me dijeron que usted es admirador de Marx; ¿eso es cierto?; ¿por qué lo hace?
—Absolutamente cierto, Maurén —respondió el ilustre profesor Gregorio Montebell—. Me identifico con su actitud, una mezcla de escepticismo radical, irreverencia, antiautoritarismo y una aguda observación de las contradicciones y absurdos de la vida social. Siempre me ha agradado la manera como Marx expresaba sus ideas de manera ingenioso y sarcástica, y se burlaba constantemente de las convenciones sociales y las figuras de autoridad.
—A mí me parece terrible que usted, con todo el conocimiento que tiene, y su experiencia, y tanto que dice que lee, resulta que es admirador de uno de los hombres que más daño le ha hecho a la humanidad.
—Pues sí, durante siglos la risa ha sido considerada dañina para la humanidad, y por eso han infundido temor por lo divertido, y seguramente ese “daño a la humanidad” se refiera a que muchos veamos como alternativas de vida el sarcasmo, la ironía y la risa, en contra de convencionalismos sociales. Muchas veces, las palabras de Marx nos invitan a reflexionar sobre la hipocresía, la autoridad y las convenciones sociales.
—Por eso —interrumpió Catalina Arana—, yo no veo cómo pueden causar risa ideas como las de ese tipo, que hacen que el mundo se haya venido a pique.
—Está confundida de Marx, Catalina.
—Claro que no, porque yo conozco muy bien esas ideas sociales absurdas.
—Pues ojalá todo el mundo anduviera a la pata de esas ideas sociales, que se manifiestan en una serie de principios implícitos en el trabajo de Marx, escéptico y crítico frente a la autoridad, con una desconfianza inherente hacia cualquier forma de poder, ya fuera político, económico o social. Sus bromas a menudo se dirigían a políticos, empresarios y élites, que revelaban en sus acciones y declaraciones la hipocresía y lo absurdo. Una de sus frases más famosas, “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”, resume perfectamente su visión cínica de la gestión pública. Marx encarnaba un espíritu de irreverencia, rebeldía y desafío al establecimiento y a las normas establecidas, y su humor era una forma de subvertir el orden y cuestionar el statu quo: “Nunca pertenecería a un club que me admitiera como socio”.
—No le veo humor a un tipo de esos, que, entonces, andaba cambiando de parecer con frecuencia —sentenció Catalina—.
—Usted está confundida, Catalina, insisto. Y, claro, parte de la postura de Marx era celebrar la excentricidad, el caos y la falta de lógica, así que criticaba la rigidez y la seriedad excesiva de la sociedad, y lo manifestaba en su capacidad para cambiar de opinión constantemente (“estos son mis principios; si no les gustan, tengo otros”) y en su amor por el juego de palabras y la contradicción: “He pasado una noche estupenda… pero no ha sido esta”.
Muchas de sus frases y situaciones jugaban con la idea de que la gente no es lo que parece o que la verdad es relativa, y desconfiaba de la honestidad y la sinceridad: “El secreto del éxito se encuentra en la sinceridad y la honestidad. Si eres capaz de simular eso, lo tienes hecho”. Criticaba el materialismo y la avaricia y satirizaba la obsesión por la riqueza: “Solo hay una forma de saber si un hombre es honesto: pregúntaselo. Si dice sí, sabes que es un sinvergüenza”. El humor no era gratuito; lo utilizaba para señalar las fallas de la sociedad, las incoherencias del sistema y la estupidez humana. De esta manera, sus bromas, aunque aparentemente ligeras, contenían una profunda crítica social.
Desconfiaba de quienes detentaban el poder y no dudaba en señalar sus fallas con un humor corrosivo: “Detrás de cada hombre exitoso hay una mujer, detrás de ella está su esposa”. Para él, la autenticidad era a menudo una fachada, y su humor lo revelaba sin piedad: “¿A quién va a creer, a mí o a sus propios ojos?”.
—¿Se da cuenta? —gritó Maurén—; qué peligro que las ideas en contra del capitalismo nos lleguen tan cerca con usted.
—Ah, ahora las entiendo —concluyó Montebell—. Me causa especial gracia que para tanta gente el único Marx que ha existido es Karl, y eso resta entre tanto lego la importancia que ha tenido Groucho, de quien les estoy hablando hoy. Si ustedes leyeran a Karl, verían que muchas de las reformas y adaptaciones que ha experimentado el capitalismo a lo largo de los siglos XIX y XX pueden interpretarse, al menos en parte, como respuestas o reacciones a las críticas de aquel Marx y a las realidades que él describió; pero he estado hablando de Groucho Marx, que, además de todas estas, debía pensar que la gente, por culpa de la desinformación, tiende a formarse opiniones erradas sin preocuparse de leer; pero eso será tema de otra conversación, aunque no creo que les sirva de algo. Como dijo Groucho, “cásate, y sabrás lo que es la felicidad, aunque sea demasiado tarde”.
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