
José Aristizábal García
Autor entre otros libros de Amor y política (2015) y Amor, poder, comunidad (2024)
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El presidente Gustavo Petro tiene un discurso muy amplio con unos matices avanzados que van más allá de la política convencional y del sistema. Ha esbozado unas propuestas importantes frente al capitalismo rentista y especulativo, al neoliberalismo, al extractivismo, al calentamiento global, al narcotráfico, la educación pública, la política internacional, la geopolítica y la paz mundial, como en los casos de Palestina y Ucrania.
También se le reconoce su dura lucha contra las mafias, el latifundismo y los poderes financieros, así como sus reformas en el presupuesto, la salud, las pensiones, laboral y las entregas de tierras a campesinas y campesinos dentro de su reforma agraria. Y en algunos de sus discursos ha hablado de una política del amor, de la vida, del poder constituyente e impulsar asambleas populares.
Sin embargo, el eje de su gobierno no es realmente la defensa de la vida, ni el amor, ni la paz con los humanos y con la naturaleza, ni el apoyo decidido a la gestación de un poder constituyente, ni un cambio en las estructuras profundas de la dominación y la opresión.
Su eje principal es la defensa del papel regulador del Estado frente a las políticas neoliberales que han prevalecido en las últimas cuatro décadas. Algunos pasajes de sus discursos podrían ser catalogados como la crítica más lúcida que algún líder político del continente haya pronunciado frente a la devastación que los mercados financieros y las políticas neoliberales han producido sobre la sociedad, la vida y el planeta.
La defensa del Estado frente a la dictadura del Mercado tiene un contenido reformista y progresista. Máxime, cuando los mercados financieros legales se han fusionado con todos los tipos de mercados ilegales y mafiosos y han establecido su imperio en todo el planeta. Y en ese enfrentamiento, este gobierno ha librado una lucha y ha logrado avanzar en mermar un poco las desigualdades, mejorar el valor de los salarios a través de las reformas mencionadas beneficiando parcialmente a las clases trabajadoras y al conjunto de la economía y la sociedad.
Es obvio que estos cambios son positivos, hay que celebrarlos y apoyarlos, porque nos convienen y pueden abrir otros caminos hacia adelante. Y no menospreciarlos, pues de cualquier proceso reformista podría saltar una chispa para otras transformaciones más profundas.
Pero ocurre que el Estado moderno o Estado-nación es una maraña de relaciones de poder donde se condensan todas las formas de expropiar los poderes propios de la gente común y corriente y de centralizar los poderes de dominación en un aparato burocrático/militar. Y contiene, como un componente que es del capitalismo, unas tendencias inevitables hacia la contrarreforma, la contrarrevolución y la defensa del statu quo, que lo hacen refractario al cambio y la personificación de la dominación y la violencia.
Y ese carácter del Estado y esas tendencias que lo reconducen a su reconstitución, conforman una muralla frente a la cual cualquier política progresista o socialdemócrata, sólo puede arañar algunos cambios parciales y temporales, así logre obtener el poder ejecutivo y una buena parte del legislativo.
Lo que sí es contrario y antagonista al Mercado y al Estado, lo que puede materializar otras economías alegres, liberadas del salario y el patrón, lo que construye otras formas de vida y de sociedad, es la autonomía de las trabajadoras y los trabajadores, los movimientos sociales, las comunidades y el común, desarrollando sus propios poderes paralelos o duales frente al Estado.
Si aspiramos a liberarnos de la dominación capitalista, es obvio que nos conviene apoyar y aprovechar un gobierno progresista. Pero también tenemos la opción de ir más allá: de colocar el norte y el énfasis principal en estimular la organización popular, la asociatividad y auspiciar en todo momento la movilización autónoma de las gentes.
¿Por qué hemos de relacionarnos con las otras personas a través del Estado o el Mercado, de sus leyes, su justicia, su burocracia, sus instituciones, si nos podemos relacionar directamente entre nosotros mismos? ¿Si tenemos la capacidad de co-crear nuestras propias economías productivas, nuestra manutención, nuestra formación? Esa es la autonomía que fragua otras relaciones de poder repartidas, horizontales, liberadoras, distintas a esos poderes fríos y verticales que se incuban desde arriba, donde se reproduce la dominación. Ese es el poder dual o paralelo que se expresa en los estallidos y levantamientos populares y en los procesos autogestionados por las comunidades y los movimientos sociales.
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